Hace unos días, en
el marco de una reunión entre profesores de Derecho, se presentó la oportunidad
de dialogar sobre la calidad de la formación que reciben nuestros alumnos. En
un momento dado una compañera tomó la palabra para defender la importancia de
las clases presenciales frente a las diferentes posibilidades de formación que
hoy permiten las nuevas tecnologías, y para sostener, en el marco de esta
reflexión, que la calidad de la enseñanza universitaria se ha degradado mucho
en estos últimos veinte años. Intervine para mostrar mi coincidencia
plena con relación a la importancia de las clases presenciales y mi
discrepancia en lo que atañe a la degradación de la calidad de la enseñanza.
Existe la tendencia
a descalificar casi todos los cambios que se producen en el ámbito
universitario, que desgraciadamente han sido demasiados en los últimos
tiempos, incluyendo la reforma de Bolonia, que a mi juicio ha sido
negativa, al menos por lo que respecta a los estudios jurídicos. Hay muchas
cosas de la universidad española que no me gustan, además de Bolonia, pero si
algo ha mejorado en los últimos tiempos ha sido la calidad de la enseñanza en
la Universidad pública, lo cual desgraciadamente ha coincidido con un notable
bajón en el nivel de los alumnos que acceden a la Universidad. Hace veinte años conocí una universidad masificada (estudié en la Universidad de Valencia) en
la que resultaba imposible realizar ningún tipo de práctica y en la que el
profesor era prácticamente inaccesible para el alumno. Además, la libertad de
cátedra se ejercía en ocasiones de un modo arbitrario, hasta el punto de que un
profesor especialista en la estructura de la propiedad de la tierra en el Reino
de Valencia durante el siglo XVI te forzaba a estudiar dos ensayos suyos sobre
este tema para superar la asignatura Historia del Derecho (les aseguro que esto
es cierto). Muchas veces pienso que hubiera podido aprender mucho más de haber
cursado los estudios de Derecho en la Universidad en que trabajo, y creo que
podría decir lo mismo de la gran mayoría de universidades públicas españolas.
Es verdad que para los profesores la labor docente está incluyendo unos
conocimientos informáticos cada vez más exigentes, y que la burocracia nos
asfixia en ocasiones. Pero hay que decir en honor a la verdad que la docencia
es bastante mejor que en el pasado.
3 comentarios:
Pero si los alumnos llegan peor preparados, ¿pueden sacar el máximo partido a una mejor calidad de la enseñanza en la universidad? ¿Realmente les importa a esa mayoría de los alumnos la calidad de la enseñanza? N.o veo lo segundo sin lo primero; pero puedo estar equivocado
Respecto a la primera pregunta, obviamente es un gravísimo problema que se genera en las etapas previas del sistema educativo. En cuanto a la segunda, por supuesto que les interesa. Ahora bien, es cierto que el proceso de aprendizaje exige medios, buenos profesores y alumnos con un nivel suficiente de conocimientos y, sobre todo, con una buena disposición y deseo de aprender. El profesor debe colaborar, pero la tarea es titánica si hay graves deficiencias de base, y no se puede ocultar que las hay.
Bueno, aquí aparecen varios temas. No comenzaré mi comentario postulándome en contra de las NNTT, gracias a ellas, entre otras cosas, tengo ya no sólo acceso a este artículo sino que, además, puedo contestar, opinar, debatir sobre él a la hora que elija y me encuentre donde me encuentre, una simple wi-fi es lo que realmente necesito.
Aparece pues un canal más de comunicación que puede ser utilizado como refuerzo formativo.
Bolonia no ha de ir necesariamente contrapuesto a la formación jurídica. El docente ha de adaptarse a un sistema pedagógico implantado en buena parte de la OCDE hace lustros.
A mi entender Bolonia presenta dos problemas:
Por un lado el profesorado que lo imparte desconfía de él porque no lo conoció como alumno. (Es algo parecido a lo que ocurrió al inicio de este milenio/siglo XXI, con la implantación de planes de calidad en algunas empresas; muchos responsables de su aplicación creían que era más una pérdida de tiempo, confeccionando formularios, que se restaba de la propia producción). El pedagogo ha venido impartiendo sus clases, transmitiendo sus conocimientos, y ahora ha de encaminar al alumnado hacia la investigación; algo a mi entender perfectamente aplicable a las Ciencias Jurídicas.
El otro problema de Bolonia ha sido la reconversión a asignaturas cuatrimestrales que, por su extensión, habían ocupado la totalidad de un curso. Éstas, por su importancia, no se deben cercenar y para su solución bastaría con la fórmula (I) y (II). Lo que sucede es que se pretende concentrar en 4 años, sino el conocimiento, sí las aptitudes que otorgaban una licenciatura de 5. Tal vez lo que sea conveniente es plantearse si realmente todas las asignaturas programadas son las adecuadas o precisas.
Dicho todo esto abogó y abogaré por las clases presenciales. En una de las asignaturas (con Bolonia) aprendí durante un ejercicio práctico en clase, cómo la opinión del grupo era superior, más acertada, que las individuales (que la mía) a la hora de elegir unas determinadas herramientas para realizar una tarea concreta (y precisamente en demostrar eso consistía el ejercicio). Una clase presencial, deliberativa, con participación del alumnado aporta unos valores añadidos en forma puntos de vista que las NNTT no pueden (aún) ofrecer.
Y como creo que me he extendido ya un poco, sobre la dicotomía pública-privada en la enseñanza, escribiremos otro día.
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