La más que probable aprobación de los presupuestos por los partidos que apoyaron la investidura de Sánchez no supone una sorpresa, si se mira desde la perspectiva de la lucha política por el poder. El Gobierno está sostenido por Iglesias, quien no está dispuesto a permitir un pacto con Ciudadanos, por mucho que algunos socialistas prestigiosos como Abel Caballero –por referirme a un político en activo- lo prefieran y así lo digan públicamente. Sánchez sabe que si desea mantenerse en el poder debe aprobar sus presupuestos y para ello tiene que contar con los amigos de Iglesias. Seguirá en esta línea y solo variará cuando considere que el coste político es tan elevado que compromete su reelección. Eso es todo. Ninguna consideración respecto al bien común.
Por su parte, Ciudadanos ha hecho bien en ofrecerse al PSOE
mostrando que Sánchez podía haber contado con su apoyo. La estrategia de
Arrimadas es correcta, pero quizá llega demasiado tarde para sus intereses
electorales, porque ahora no puede ofrecerle a Sánchez la garantía de
gobernabilidad que sí le proporciona Iglesias. Haría bien Rivera en callarse y dejar de hacer el ridículo criticando la posición de Ciudadanos, que hoy en día es la más decente de la política española. Desgraciadamente, no parece que Ciudadanos pueda atraer al votante moderado -si existe, cosa que ya dudo- de
izquierdas que no se siente cómodo con las alianzas de Sánchez con
comunistas e independentistas. De ahí que no sea extraño que haya rumores sobre
la posibilidad de que se ponga en marcha un partido de izquierda nacional, la
idea que parecen defender antiguos dirigentes como Joaquín Leguina o Redondo
Terreros. Ya se verá. La posición de Ciudadanos cada vez es más comprometida.
Los errores se pagan y la primera gran factura vendrá en las elecciones
catalanas. Probablemente veremos como el partido que ganó las últimas
elecciones generales perderá muchísimos apoyos que se irán al PP y a Vox. A
partir de ahí, el PP abrirá sus mandíbulas como una boa constrictor para
engullir a Ciudadanos. La lógica del poder es implacable y lo que necesita
España no es lo que propician los dirigentes políticos.
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