Antes de comenzar la invasión, Putin explicó en televisión cuáles eran las razones de la acción que iba a emprender. Los súbditos rusos -hace tiempo que no se les puede llamar ciudadanos- asistieron a una clase de historia en la que su líder daba cuenta de cómo la actual Ucrania era fruto de las decisiones equivocadas de dirigentes soviéticos. No le gusta que Ucrania haya dejado de ser un apéndice de Rusia, lo considera un error histórico, y utiliza la fuerza para que en el presente víctimas inocentes paguen lo que él interpreta como errores del pasado. Con ese argumento el mundo estaría permanentemente en guerra. Quizá Putin debería recordar que Prusia oriental pertenece hoy a Rusia. En efecto, Prusia, el Estado del canciller Bismarck, el motor de la unificación política alemana. Prusia oriental fue históricamente un territorio germano. Allí estaba la ciudad del filósofo Inmanuel Kant, Köningsberg. No la busquen en el mapa, no la hallarán. Esa ciudad responde hoy al nombre de Kaliningrado, una ciudad rusa. Los rusos ocuparon ese territorio que les da acceso al mar Báltico y expulsaron de allí a los alemanes. ¿Se imaginan que en Alemania algunos grupos comenzaran a reivindicar territorios que en el pasado eran alemanes? No, no hay justificación posible para esta guerra de agresión, y todavía menos en el caso de Rusia, el Estado más grande del mundo, con vastos territorios y enormes riquezas naturales. Estamos ante el capricho de un dirigente ególatra y desalmado.
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