En “Autobiografía de un Yogui”, de Paramahansa Yogananda, al margen de los sucesos increíbles que su autor refiere y que sin duda cabría calificar como milagros, he podido conocer la figura del científico bengalí Jagadish Chandra Bose que, entre otras cosas, descubrió las ondas electromagnéticas antes que Marconi e inventó el Crescógrafo. Se trata de un aparato capaz de grabar con gran precisión el movimiento de las plantas. A través de este instrumento Bose mostró a Yogananda que las plantas podían experimentar sentimientos. En concreto, Yogananda relata la reacción de un helecho ante el corte provocado por una navaja de afeitar. Tras leer este episodio podemos imaginar qué sucede en un jardín en el momento en que los jardineros aparecen con sus ruidosos instrumentos de poda. También me he acordado de Wallace Black Elk, líder espiritual sioux fallecido hace unos veinte años, de quien se decía que era capaz de mantener diálogos con las plantas.
Es difícil para nuestra mentalidad racional admitir como
reales todas estas historias de milagros y conversaciones con plantas, pero antes de rechazarlo como pura fantasía, engaño o magia, conviene considerar que lo que se
presenta como el mundo del espíritu no es otra cosa que una realidad sutil e
inaccesible para nuestros sentidos, aunque sí para la mente con el debido entrenamiento. En última instancia, la realidad es energía y por esa razón la evolución de la ciencia permite
comprobar muchas de las afirmaciones de los grandes místicos que previamente lo han experimentado. Esta es la razón por la que los maestros
espirituales, lejos de apelar a la creencia ciega, insisten en que la religión
debe basarse en dicha experiencia directa. El cristianismo ha intentado conciliar
fe y razón, pero, a diferencia de otras religiones, se ha apoyado sobre todo en la
razón conceptual y ha dejado en un segundo plano el camino de la experiencia
mística, que no pertenece a la fe, pero tampoco es asible a través de la razón conceptual. Quizá por ello sacerdotes católicos
como Pablo D’Ors insisten hoy en la importancia que tiene esa intuición directa y abogan por profundizar en la meditación y el silencio como camino
de encuentro con Dios.
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