Los buenistas insensatos que proliferan por España se rasgan las vestiduras y claman indignados por la decisión de los italianos de considerar delito la inmigración ilegal. Era de esperar semejante reacción, pero saben qué les digo, me parece muy bien. Naturalmente que es un drama humano, pero también es un drama la existencia de los “sin techo” en nuestras ciudades y no por ello dejaríamos de llamar a la policía si se colaran en nuestra casa, ¿o no es así? Sánchez Dragó lo expuso con toda crudeza en un artículo titulado “La verdadera pepita de oro senegalesa”. En él escribe lo siguiente: “Inmigrante es quien llega a un país distinto al suyo para ganarse la vida en él ateniéndose a la legalidad vigente. Quien conculca ésta saltándose a la torera los trámites necesarios para entrar en ese país es otra cosa, es un invasor, es un delincuente y, si consigue su propósito, es, además, un okupa. O sea: delincuente por partida doble, pues delito es atentar contra la propiedad privada, y sin ella, como señala John Dos Passos en Años inolvidables, no hay libertad posible. No son sólo los supuestos inmigrantes subsaharianos quienes delinquen al violar nuestras fronteras. También lo hacen las fuerzas encargadas de evitarlo siempre que avistan un cayuco y, en vez de capturar la embarcación y a quienes van en ella, devolviéndolos a las aguas territoriales de su país de origen o encarcelándolos cuando lo primero no sea posible, los conducen cariñosamente a tierra firme y reparten entre ellos cocacolas, desodorantes, sudaderas, sopitas y buen vino”. Únicamente discrepo en su crítica a las medidas humanitarias, pues incluso un delincuente herido merece ser llevado a un hospital y cuidado. Por lo demás, certerísimo.