Hoy he leído que Terence Hill acaba de cumplir nada menos que 70 años. Curiosamente suelo asombrarme de lo rápido que pasa el tiempo cuando me entero del cumpleaños de los demás, especialmente si se trata de personas que permanecen jóvenes en mi recuerdo, como sucede con Terence Hill. Su compañero de aventuras en el cine, Bud Spencer, al que sigo viendo como ese gordo forzudo siempre dispuesto a liarse a tortas en un bar, va a cumplir ochenta años. Increíble. Por cierto, ahora comprendo por qué siempre protagonizaban los llamados “spaghetti westerns”. Terence Hill es veneciano y Spencer es de Nápoles (fue campeón mundial de natación en los años cincuenta). Supongo que aspirarían a trabajar en Hollywood y decidieron ponerse un nombre yanki.
El tiempo pasa muy deprisa, pero como les decía en el post sobre el paso del tiempo y La montaña mágica estoy convencido de que es posible ralentizarlo viviendo con intensidad, como nos sucedió hace unas semanas en Besançon. Lamentable o afortunadamente no podemos hacer que los recuerdos envejezcan. Estos siguen presentes y vivos en nuestra memoria. El olvido engulle parte del decorado, pero lo esencial solemos conservarlo. Ahí tenemos la batalla perdida, especialmente los memoriosos. No podemos evitar que la cercanía y claridad del recuerdo nos suma en la perplejidad como hoy me ha sucedido a mí con el cumpleaños de Terence Hill.