Creo firmemente que la esencia de un Estado de Derecho radica en contar con jueces independientes que protejan los derechos de los ciudadanos. Por tanto, me parece que, puestos a elegir, es más importante contar con buenos jueces que con buenas leyes elaboradas democráticamente. Hay jueces que han pasado a la historia, caso del juez Coke, que hizo una histórica defensa del common law, o el juez estadounidense Oliver Wendell Holmes, conocido por su concepción realista del Derecho y por la calidad de sus argumentaciones. Resulta lamentable que un juez adquiera notoriedad por su afán para utilizar las leyes al servicio de su propia concepción no sólo del Derecho, sino también de su ideología y posiciones políticas. No se trata de eliminar la subjetividad del juez, sino de evitar que esa subjetividad se torne en arbitrariedad, que es lo que está sucediendo con Garzón. No entro en el apestoso caso de la supuesta trama de corrupción del PP, sólo necesito haber leído el auto de Garzón sobre los crímenes del franquismo para afirmar que no estamos ante un buen juez. Es manifiesto el condicionamiento ideológico del auto y su afán por forzar los tipos penales más allá de lo razonable para alcanzar su propósito. Garzón encarna la corrupción de un Estado de Derecho. Precisamente por ello publico este post bajo la etiqueta de "actualidad política".
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