domingo, 31 de enero de 2010

Zapatero y los derechos de los trabajadores

La propuesta del gobierno de reforma del sistema de pensiones pone de relieve una vez más que estamos en manos de un gobierno de incapaces. En abril pusieron de vuelta y media a Fernández Ordoñez –el gobernador del Banco de España- por proponer exactamente lo mismo que ahora intentan que la grey hispánica ingurgite dócilmente. No es de extrañar que Fernández de la Vega y Salgado tragaran saliva y agacharan la cabeza cuando una periodista les preguntó durante la rueda de prensa del último Consejo de Ministros si no pensaban que debían disculparse con Fernández Ordoñez.

Por fin se ha abierto el debate sobre el retraso de la edad de jubilación y sobre la reforma del sistema de pensiones. Y digo por fin porque se trata de un problema que implica decisiones que afectan a los pilares sobre los que se sostiene la estructura social. Se equivocan, pues, quienes deseen plantearlo desde una perspectiva puramente técnica.

Empiezan a escucharse las primeras declaraciones, y el orate monclovita no podía privarse de decir la primera tontería. Zapatero se ha apresurado a tranquilizar a los feligreses socialistas durante la homilía laica que les endosó en el comité federal de su partido: Lo que en ningún caso se hará será “mermar los derechos de los trabajadores”. Naturalmente todos se apresuraron a comulgar con el sumo pontífice pegando la cabotà, como diríamos los valencianos.

Es increíble la facilidad con la que este hombre habla de derechos sin ningún rigor, lo cual por cierto reafirma la tesis de quienes insistimos en que la apelación a los derechos constituye uno de los rasgos característicos del buenismo zapateril (no se pierdan el artículo de Andrés Ollero publicado en el libro “El fraude del buenismo” http://documentos.fundacionfaes.org/es/documentos/show/00001-00 ). En la última campaña electoral abogaba muy ufano por desarrollar una política de ampliación de derechos, como si el otorgamiento de un derecho fuera algo siempre positivo que no genera ninguna obligación por parte nadie.

¿Retrasar la edad de jubilación o modificar los años de cálculo no supone una merma de derechos para los trabajadores? La verdad es que semejante afirmación no hay por dónde cogerla. Es evidente que los derechos de los trabajadores dependen de la regulación legal de los distintos ámbitos del Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, y de los convenios colectivos. Si la normativa de la Seguridad Social se modifica y requiere más años de cotización para acceder a una pensión, es claro que sigue existiendo un derecho a recibir una pensión, pero se ha perdido el derecho a recibir esa pensión a los 65 años. Retrasar la edad de jubilación y variar el sistema de cálculo modifica el contenido de los derechos que hasta ahora venían disfrutando los trabajadores, y es absolutamente evidente que esta modificación es perjudial, ya que los trabajadores nos vemos obligados a trabajar más años y probablemente vamos a cobrar menos pensión.

¿Qué demonios está queriendo decir entonces Zapatero? Podría pensarse que el temor a la reacción de los ciudadanos le conduce a refugiarse en su habitual discurso demagógico y mendaz. Pero quizá la explicación sea otra. En realidad Zapatero ha acreditado que para él un derecho es una entidad formal que existe aunque carezca de repercusión práctica. Sólo desde una concepción puramente formalista puede entenderse esa afición suya a ampliar derechos. Lo malo es que esa tendencia es contagiosa y los nuevos Estatutos de Autonomía han apostado por la moda del buenismo zapateril reconociendo nuevos derechos (eso sí, no se les ha dicho a los ciudadanos, por ejemplo, que el Tribunal Constitucional ha declarado que el derecho al agua de los valencianos no es un derecho en sentido estricto, ya que no existen mecanismos procesales para hacerlo valer). Políticamente es muy rentable: a los ciudadanos se les venden esos nuevos derechos, y si luego no se pueden ejercer se soluciona responsabilizando de ello a otros. Por esta razón Zapatero no tiene empacho en afirmar lo que afirma: los trabajadores siguen teniendo derecho a jubilarse. El tío es una lumbrera.

jueves, 28 de enero de 2010

La edad de jubilación, la familia y la política

A nadie debería extrañar que el retraso de la edad de jubilación se plantee como inevitable. Es una exigencia matemática: nacen menos niños y se vive más años. Hace tiempo que vengo diciendo (no recuerdo si lo he comentado en el blog) que el principal problema de España es la baja natalidad. Una vez participé en una encuesta de intención de voto, y a la pregunta de cuáles creía yo que eran los principales problemas de España situé en primer lugar la baja natalidad, lo cual me dio la impresión de que sorprendió a la entrevistadora. Lo primero que cualquier nación debe hacer es asegurar el reemplazo generacional. Sin esto no hay futuro. Y no se me diga que este problema se remedia con inmigrantes. Es cierto que en nuestro caso podemos acoger e integrar con más facilidad a nuestros hermanos hispanoamericanos, pero eso es un parche, no una solución.

Hablar de ayudas a la familia, que sin duda son muy necesarias, se está convirtiendo en un tópico; lo más importante es lograr que la gente desee formar una familia y tener hijos. Si ese deseo no existe, no hay ayudas que valgan. Pero a ver quién osa decir algo así, pese a que sea una verdad como un templo. Si tuviéramos auténticos políticos el primer gran pacto de Estado debería consistir en la defensa de la institución familiar por ser algo bueno y necesario que hay que convertir en atractivo. Pero hoy la política consiste en preocuparse más por el Estado que por la nación. Esta distinción fue expuesta por Ortega con su maestría habitual en “Mirabeau o el político”. Allí nuestro gran filósofo escribe: “El Estado no es más que una máquina situada dentro de la nación para servir a ésta. El pequeño político tiende siempre a olvidar esta elemental relación, y cuando piensa lo que debe hacerse en España, piensa, en rigor, sólo lo que conviene hacer en el Estado y para el Estado”. En efecto, desde la muerte de Franco, en España nos hemos dedicado a intentar –sin éxito- perfeccionar el Estado y nos hemos olvidado de la nación. Es curioso comprobar que en los debates sobre el estado de la nación la nación apenas cuenta, casi siempre se plantean problemas propios del Estado. No es casualidad que el nefasto zetapé haya supuesto la cima de esta perniciosa tendencia afirmando que la nación es un concepto discutido y discutible.

martes, 26 de enero de 2010

Pérez Galdós y el alma quijotesca

En el comentario al post sobre la Wii, Óscar comenta que ha adquirido "Gerona", uno de los episodios nacionales de Pérez Galdós cuya lectura recomendé en el blog. Celebro la elección que sin duda no le defraudará. Este comentario me ha animado a presentar a los lectores del blog un artículo que publiqué en Las Provincias (edición de Alicante) en 2003.

"Pérez Galdós y el alma quijotesca"

Desgraciadamente, tengo poco tiempo para disfrutar de la literatura. Por eso, en cuanto encuentro un huequecillo no puedo permitirme experimentos. Los autores noveles lo tienen crudo conmigo. Necesito clara confirmación de los críticos más exigentes o la autorizada recomendación de mis amigos o de mi padre antes de aventurarme con ellos. De ahí mi indisimulada sorpresa ante la retahíla de nombres desconocidos y predominantemente anglosajones que escuché en una tertulia veraniega cuando a alguien -quizá fui yo quien lanzó la piedra- se le ocurrió preguntar por las respectivas lecturas estivales. Llegó mi turno, y en tono reivindicativo pronuncié el nombre de Benito Pérez Galdós.

Sí señor, me confieso galdosiano hasta la médula. De hecho, a veces tengo la sensación de que mientras me quedan libros de Galdós por leer cualquier otro constituye un riesgo innecesario. Obviamente, estoy exagerando, pero daré por bien empleada la hipérbole si sirve para que alguno de ustedes se anime a comenzar los «Episodios Nacionales» al concluir este artículo.

Aquel verano metí en la maleta tres novelas galdosianas: «Miau», «Misericordia» y «Doña Perfecta». Las tres me entusiasmaron, y se las recomiendo. No obstante, me deslumbró «Miau» por la maestría con que Galdós dibuja la esencia del alma quijotesta en el personaje de Ramón Villaamil, el ímprobo funcionario del Ministerio de Hacienda cesado seis meses antes de su jubilación, pese a su abnegada vocación de servicio y sus amplios conocimientos sobre la Hacienda Pública.

Qué significa exactamente ser un quijote. El Diccionario de la Real Academia define "quijote" como aquel "hombre que antepone sus ideales a su conveniencia y obra desinteresada y comprometidamente en defensa de causas que considera justas, sin conseguirlo". En esta definición queda patente la grandeza de Don Quijote, ya que su extraña locura, lejos de quedar reservada a los orates, ha servido para caracterizar un determinado tipo de alma humana. Por paradójico que pueda parecer, la locura de Don Quijote le exonera de convertirse en un quijote, y, sin embargo, es tremendamente quijotesca la actitud de Sancho Panza tratando de gobernar la ínsula barataria. Sin embargo, me parece que es propio del alma quijotesca un detalle que no recoge la definición de la Real Academia: la clara percepción mayoritaria de la imposibilidad manifiesta de realizar o culminar con éxito la causa que persigue el quijote. Por ello, a mi juicio resultaría más apropiado definir al quijote como un soñador de alma pura que aspira a una buena causa tenida comúnmente por imposible.

Pues bien, Galdós conoce tan sumamente bien la psicología humana que logra algo extraordinario: presentar un quijote que se sabe quijote y que no puede evitar serlo mientras le quede un soplo de vida. Ramón Villaamil no pierde la esperanza de ser recolocado en el siempre inminente cambio de gobierno (la novela se desarrolla a finales del siglo XIX), pero lucha por no hacerse ilusiones, y reacciona displicentemente ante cualquier palabra de familiares o amigos encaminada a darle esperanzas de una próxima recolocación. Una esperanza que todos saben vana. El propio Villaamil es racionalmente consciente de ello, pero en el fondo de su corazón el lector percibe que late una pueril confianza en que se sabrán apreciar sus servicios y conocimientos.

Pero la maestría de Galdós va más allá de este excepcional retrato del alma quijotesca, al mostrar cómo es la realidad de España lo que hace que Villaamil se vea abocado a la amargura de tener que ser un quijote. A finales del siglo XIX, Villaamil propone cuatro pilares básicos para mejorar la Hacienda Pública. Entre ellos destaca la necesidad de que la moralidad sea el fundamento del orden administrativo, y su revolucionaria propuesta de Income Tax, lo que hoy es el impuesto sobre la renta. Resulta quijotesca la declaración presente en el sublime capítulo veintidós: "No es que sepa mucho (con modestia); es que miro las cosas de la casa [el Ministerio de Hacienda] como mías propias, y quisiera ver a este país entrar de lleno por la senda del orden".

Galdós refleja en su novela un mal endémico de la sociedad española: la postergación de los mejores por parte de una mayoría corrupta e inmoral. Ese es el abono perfecto para que en los lugares más insospechados de la piel de toro hayan brotado los quijotes, honestos, a veces brillantes, y casi siempre inadaptados.

Afortunadamente, el panorama español se ha transformado considerablemente. La lacra de la corrupción que amenazó la salud moral y democrática parece felizmente cosa del pasado. Sin embargo, no es posible bajar la guardia. La moralidad y la justicia son el principio básico sobre el que debe asentarse cualquier sociedad. Ojalá en España ninguna buena causa sea tenida por imposible, y los quijotes españoles del futuro lo sean como consecuencia de su afán de lograr que en otros países del mundo también impere la moralidad y la justicia. Galdós y el buen Villaamil descansarían tranquilos.

lunes, 25 de enero de 2010

El soplahojas

Cuando Fritz y Rita llegaron a Las Rotas eran las siete de la tarde. Reinaba una tranquilidad absoluta y el fresco olor a pino les confirmaba que habían acertado alquilando aquel apartamento. Se acostaron poco después de cenar rendidos del largo viaje en coche desde Alemania. Serían las ocho y diez de la mañana cuando les despertó el estruendoso ruido de un motor a escape libre. El motor aceleraba y desaceleraba como en los circuitos. Fritz se levantó para ver de qué vehículo se trataba, y descubrió a un hombre moreno que portaba en su mano una máquina con la que soplaba las hojas del jardín tratando de amontonarlas mientras el polvo se elevaba y dispersaba en todas direcciones. Pensó que habían tenido la mala suerte de llegar el día que tocaba arreglar el jardín.

Tras pasar un día muy agradable, se acostaron convencidos de que esta vez sí iban a poder descansar apaciblemente. No contaban con que era viernes y el vecino de arriba llegaría a las dos de la mañana y se pondría a limpiar y a mover los muebles del apartamento, ni con que el vecino de dormitorio, que también solía venir a pasar el fin de semana con su familia, tenía un niño al que empezaban a salirle los dientes. La noche fue infernal, pero además por la mañana el motor volvía a sonar. Esta vez el ruido provenía del jardín de varias casas de los alrededores. Les parecía absolutamente increíble: un lugar repleto de pinos, de jardines, de naturaleza se había convertido en un auténtico circuito de fórmula 1.

Preguntaron a los jardineros si no podían empezar más tarde, y éstos les respondieron el archiconocido “yo soy un mandao, señora. Tenemos que empezar a esta hora para hacer todo el trabajo del día”. Fritz y Rita se dieron cuenta de que iba a ser imposible disfrutar de las vacaciones que habían soñado, y decidieron que nunca regresarían a España. Para ellos y para tantos extranjeros nuestro país es un insoportable y enervante soplahojas, ese dichoso invento del demonio.

domingo, 24 de enero de 2010

Crisis económica y contexto generacional

Hace tiempo que no escribo sobre la crisis económica en el blog. Es como un nubarrón que flota en el aire y nos sume en un sombrío panorama que termina por resultarnos familiar, aunque no nos acostumbremos a él. Sin embargo, es necesario hablar de ello porque en realidad más que un nubarrón es una nube tóxica que hemos provocado, y que seguirá ahí mientras no se tomen las medidas necesarias para combatirla.

En un artículo que escribí el mes pasado señalaba que la crisis tiene un fundamento moral que se manifiesta en la tolerancia ante la mentira y en la pueril tendencia a eludir la realidad. Me asombra la osadía de Zapatero: negó la crisis cuando era más que evidente y ahora no duda en engañar a los ciudadanos, eso sí, siempre por nuestro bien, ya que “el pesimismo no crea empleo”. La realidad sin embargo siempre se abre camino y está dejando en evidencia a Zetapé, cuya credibilidad es absolutamente nula para cualquier ciudadano medianamente despierto.

Si se sigue por este camino veo muy complicado salir de la crisis a medio plazo, es decir, en un periodo de tres años. Las medidas del gobierno han consistido en aumentar el gasto público para estimular la economía. Es como empujar un coche que se ha quedado sin batería con la esperanza de que el impulso haga que el motor arranque. Pero si la batería está agotada y el motor viejo todo lo que sea persistir en ese empuje será un esfuerzo baldío que terminará dejándonos exhaustos. En lugar de empujar, mejor haremos preparándonos para hacer el camino en un transporte más modesto hasta que podamos comprar un nuevo vehículo o reparar adecuadamente el actual, y asegurándonos de que en este trayecto no falten víveres (subsidios). Si trasladamos la metáfora a la situación española podemos decir que la batería y el motor son los empresarios que con su iniciativa pueden lograr que la economía vuelva a funcionar. ¿Qué medidas se han tomado para facilitar la aparición de nuevos empresarios? Que yo sepa, ninguna significativa; más bien todo lo contrario. Este es el primer problema. El segundo consiste en que las nuevas generaciones carecen de ese espíritu emprendedor imprescindible para que un país prospere. Hemos logrado que los jóvenes quieran ante todo ser funcionarios y así no hay solución que valga.

Cuando el PP ganó las elecciones de 1996 se encontró con la generación del baby boom de los setenta a punto de incorporarse con todo su vigor al mercado de trabajo. No es de extrañar, al margen del acierto de los gobiernos de Aznar, que la población activa aumentase notablemente. Por otra parte, no se jubilaban tantas personas. Hoy nos encontramos con que las generaciones de jóvenes que se deben incorporar al mercado de trabajo son poco numerosas y con escaso espíritu emprendedor, al tiempo que acceden a la jubilación los nacidos en la década de los cuarenta, que supuso una notable expansión demográfica. En definitiva, al margen de la política nefasta de Zetapé, la coyuntura generacional del año 1996 era más favorable para salir de la crisis.

martes, 12 de enero de 2010

Montilla y su chuleta

He sentido una profunda tristeza al ver a este pobre hombre copiar con parsimonia de zote esas seis líneas, ¡seis líneas!, que el magín no le proporciona. La escena es verdaderamente patética. Los segundos transcurren con desesperante lentitud mientras la vergüenza ajena se apodera del espectador que observa el cruel destino de esa magnífica pluma puesta al servicio del iletrado zascandil. Luego está ese hombre (¿el alcalde?) que erguido contempla silente la originalidad del seu president. Finalmente el artista concluye su obra, esconde la muleta (también llamada engaño), y es de suponer que los asistentes aplauden ignorantes de lo que acaba de suceder. Es la perfecta metáfora de España: el mentiroso, el que conoce la mentira y calla, y el vulgo engañado en sus propias narices.

http://www.youtube.com/watch?v=FJCD5kkABBg

miércoles, 6 de enero de 2010

Miguel Bosé

Uno de mis cantantes favoritos es Miguel Bosé. Desde que comenzó allá por 1977 demostró su talento artístico y también su inteligencia, porque hay que ser muy inteligente para ser capaz de evolucionar artísticamente, mejorar tus capacidades, rodearte de excelentes profesionales y encontrar siempre un nicho de mercado. Canta bien, y sobre todo tiene una voz con mucha personalidad. Es un gran bailarín y domina el escenario en todo momento durante sus conciertos (he tenido ocasión de verle dos veces en directo). Finalmente, destacaría también su faceta de compositor. No compone todas sus canciones, pero siempre participa en un buen número de ellas.

A principios de los ochenta temas como “Bravo muchachos” tenían mucho éxito, pero él fue capaz de dar un giro a su carrera –cosa que por ejemplo no supieron hacer gente como Los Pecos- y triunfar con “Amante bandido”, un álbum que rompía con el Miguel Bosé ídolo de quinceañeras que hasta entonces habíamos conocido. A partir de ese momento todos sus discos han tenido un sello personal. Me gusta especialmente “Salamandra”, que incluye excelentes canciones como “Cuando el tiempo quema” o “Amazonas”, además de la famosa “Nena”. Bueno es también el álbum “Los chicos no lloran” que incluye otro clásico, “Bambú”, además de “Manos vacías”, interpretada junto a Rafa Sánchez de La Unión. Mención aparte merece “Bajo el signo de caín”, que fue el disco que protagonizó el primer concierto de Miguel Bosé al que asistí. Nuevamente supuso un estilo diferente. Últimamente ha triunfado con “Sereno” y la sorprendente “Velvetina”, que incluye una canción extraordinaria como “Aún más”.

La faceta pública de Miguel Bosé no me interesa demasiado. No comparto sus ideas políticas –fue uno de los artistas que apoyó públicamente a Zetapé en las últimas elecciones-, pero me parece muy bien que exprese su opinión y defienda sus ideas, al igual que los denostados “titiriteros”. ¿Que lo hacen por interés? Me da igual. Por lo menos son capaces de movilizarse públicamente. Ya quisiera yo que muchos intelectuales hicieran lo mismo.