Si en su día me impresionó “La peste”, “El extranjero” me ha dejado boquiabierto de admiración. Es una novela cuyo personaje central, el señor Meursault, merece ser estudiado detenidamente.
Apenas concluí la lectura me interesé por la opinión de otros lectores, principalmente porque no comparto la interpretación que se realiza en la breve presentación que figura al comienzo de la edición que he leído. Allí se afirma que el señor Meursault –que narra en primera persona-, “es un ser indiferente a la realidad por resultarle absurda e inabordable”. También que “la pasividad y el escepticismo frente a todo y todos recorre el comportamiento del protagonista”. Meursault no es indiferente a la realidad, aunque ciertamente su forma de vivir y de sentir es muy poco corriente. Circula por internet una excelente crítica de Vargas Llosa a "El extranjero" ( http://bibliotecaignoria.blogspot.com/2011/05/mario-vargas-llosa-el-extranjero.html ). De ella me parece interesante destacar este párrafo en el que el escritor peruano nos ofrece la clave para entender en qué radica la “inmoralidad” de Meursault:
“Lo más temible que hay en él es su indiferencia ante los demás. Las grandes ideas o causas o asuntos —el amor, la religión, la justicia, la muerte, la libertad— lo dejan frío. También, el sufrimiento ajeno. La golpiza que inflige su vecino, Raymond Sintés, a su amante mora, no le provoca la menor conmiseración; por el contrario, no tiene inconveniente en servir de testigo al chulo, para facilitarle una coartada con la policía. Pero tampoco hace esto por afecto o amistad, sino, se diría, por mera negligencia. Los pequeños detalles, o ciertos episodios cotidianos, en cambio, le resultan interesantes, como la relación traumática entre el viejo Salmadano y su perro, y a ellas dedica atención y hasta simpatía. Pero las cosas que de veras lo conmueven no tienen que ver con los hombres, sino con la Naturaleza o con ciertos paisajes humanos a los que él ha privado de humanidad y mudado en realidades sensoriales: el trajín de su barrio, los olores del verano, las playas de arenas ardientes. Es un extranjero en un sentido radical, pues se comunica mejor con las cosas que con los seres humanos. Y, para mantener una relación con éstos, necesita animalizarlos o cosificarlos. Éste es el secreto de por qué se lleva tan bien con María, cuyos vestidos, sandalias y cuerpo mueven en él una cuerda sensible. La muchacha no despierta en él un sentimiento, es decir algo durable; apenas, rachas de deseos. Sólo la parte animal de su persona, el instinto, le interesa en ella, o, mejor dicho, en lo que hay en ella de instintivo y animal. El mundo de Meursault no es pagano, es un mundo deshumanizado”.
La interpretación de Vargas Llosa me parece válida, aunque introduciría algún matiz. Por ejemplo, no creo que pueda afirmarse que Meursault sea plenamente consciente de que Raymond es un proxeneta. Por otra parte, no ve con simpatía el maltrato de Salmadazo a su perro, aunque en ningún momento se plantea reprochárselo. Aunque es cierto que para él María es básicamente fuente de placer y bienestar, hay que añadir una observación importante: desde el comienzo de su relación con María, Meursault es descarnadamente sincero con ella, y esa sinceridad podría decirse que mitiga la “cosificación” a la que alude Vargas Llosa. En la sinceridad se halla la simpatía que ha despertado Meursault, tal y como también señala Vargas Llosa: “Muy pronto, surgió una interpretación «positiva» de la novela: Meursault como prototipo del hombre auténtico, libre de las convenciones, incapaz de engañar o de engañarse, a quien la sociedad condena por su ineptitud para decir mentiras o fingir lo que no siente. El propio Camus dio su respaldo a esta lectura del personaje”. En buena medida yo también comparto esta interpretación positiva, porque valoro muy positivamente su insólita sinceridad, que pone de relieve hasta qué punto la moralidad dominante puede llegar a exigir falsear nuestros propios sentimientos. En la pantomima de juicio al que se ve sometido Meursault por haber matado a un árabe, el Procurador lo presentará como un ser frío y despiadado, pues no lloró ni se apenó el día del entierro de su madre. Meursault preferiría que su madre no hubiera muerto –así se lo dice a su abogado-, pero no se sentía especialmente apenado y, además, es capaz de afirmar que “el día del entierro de mamá estaba muy cansado y tenía sueño, de manera que no me di cuenta de lo que pasaba”.
Con relación a la calidad de la prosa de Albert Camus, comparto totalmente la opinión de Vargas Llosa:
“Uno de los grandes méritos de El extranjero es la economía de su prosa. Se dijo de ella, cuando el libro apareció, que emulaba en su limpieza y brevedad a la de Hemingway. Pero ésta es mucho más premeditada e intelectual que la del norteamericano. Es tan clara y precisa que no parece escrita, sino dicha, o, todavía mejor, oída. Su carácter esencial, su absoluto despojamiento, de estilo que carece de adornos y de complacencias, contribuyen decisivamente a la verosimilitud de esta historia inverosímil. En ella, los rasgos de la escritura y los del personaje se confunden: Meursault es, también, transparente, directo y elemental”.
En ocasiones da la impresión de que estuviera escribiendo un colegial que da cuenta de lo que hace o piensa con absoluta precisión y sencillez. Cuando se escribe de esta forma brillan con especial intensidad algunas metáforas. En concreto, me parece deslumbrante la manera con la que Meursault se refiere a los cuatro disparos que acaban con la vida del árabe casi al concluir la primera parte de la novela: “Y era como cuatro golpes breves que diera en la puerta de la desgracia”.
Muchas otras cuestiones merecerían comentario, pero quizá lo más interesante haya sido observar nuevamente la relación entre el existencialismo y la memoria que ya detecté en “La peste”, la otra novela de Camus a la que también me he referido en el blog. Me llama la atención la importancia que para Camus tiene poder aferrarse al recuerdo, casi como si eso fuera la esencia de nuestra vida. Transcribiré un párrafo de la tensa entrevista entre Meursault y un sacerdote que le visita en prisión, que, en mi opinión, invita a la reflexión.
“«¡No, no puedo creerle! ¡Estoy seguro de que ha llegado usted a desear otra vida!». Le contesté que naturalmente era así, pero no tenía más importancia que desear ser rico, nadar muy rápido, o tener una boca mejor hecha. Era del mismo orden. Me interrumpió y quiso saber cómo veía yo esa otra vida. Entonces, le grité: «¡Una vida en la que pudiera recordar ésta!»!, e inmediatamente le dije que era suficiente”.