viernes, 16 de diciembre de 2022

Pedro Sánchez, un auténtico déspota, asusta

Lo vivido ayer dentro y fuera del Congreso demuestra a todos aquellos que todavía no querían verlo que nuestra democracia está en peligro. La degradación de las instituciones es muy grave y el culpable es Pedro Sánchez, un presidente absolutamente indigno e impresentable que ya da miedo, y lo afirmo ni ningún tipo de ambages. Llegó al poder con una moción de censura que se justificaba en una sentencia judicial por corrupción y ahora sabemos lo que le importa la corrupción: nada. No ha tenido el más mínimo escrúpulo en modificar el delito de malversación para favorecer a los independentistas. Después de ocupar la Moncloa se presentó a las elecciones y, tras fracasar su primera investidura, alcanzó al poder prometiendo que no pactaría o se apoyaría en los partidos con los que finalmente gobierna y le aprueban los presupuestos. No tiene pase. Y para seguir en la Moncloa no solo está legislando para unos pocos, sino que está dispuesto a dar lo que nos corresponde a todos. La palabras de Felipe Sicilia, perro fiel de Sánchez, diciendo que la principal amenaza a la democracia ha sido de la derecha, porque Tejero era de derechas, son increíbles, vergonzosas. Pero es que el propio Sánchez ha afirmado que la derecha política, mediática y judicial intenta atropellar la democracia, justo lo que él está haciendo.

Les aseguro que es la primera vez en la que estoy seriamente preocupado por nuestra democracia y por su fundamento político: la unidad de la nación española. Votar al PSOE, mientras no echen a este déspota, es votar por la independencia de Cataluña. Es increíble, el independentismo estaba siendo derrotado y Sánchez lo ha resucitado. Ahora sí que creo que puede haber consulta o referéndum, tanto da, y que la convivencia en Cataluña puede correr un serio riesgo si los ciudadanos catalanes no han aprendido la lección y lo impiden. No se debe olvidar lo que está haciendo Sánchez y, por tanto, el PSOE, que nadie lo olvide, el PSOE. Si no hay una rebelión interna real, no cosmética, el PSOE será el culpable directo de la política despótica y antinacional que está desarrollando su Secretario General.

Algunas reflexiones sobre el budismo

Según la ley del karma, una de las tesis centrales del budismo, todas nuestras acciones voluntarias –mentales, físicas y verbales- tienen consecuencias que pueden experimentarse en esta vida o en vidas futuras, dado que el budismo cree en la reencarnación o, mejor dicho, en la sucesión de nacimientos y muertes en el samsara. Las acciones realizadas bajo la influencia de estados mentales aflictivos son semillas que nos traerán sufrimiento y, por el contrario, las que son ejecutadas con una mente ecuánime e inspiradas por una buena voluntad conducirán a nuestra felicidad y a la felicidad de otros seres, no sólo humanos. La acción (este es el significado literal de la palabra "karma") despliega una energía que mueve misteriosamente las piezas del universo y da como resultado una consecuencia proporcional al peso kármico (que depende de diversos factores, entre los que destaca la intensidad volicional) de la acción. Los budistas no creen en un destino trazado de antemano al que nos vemos abocados sin remedio, sino que entienden que la realidad de cada momento es el resultado de numerosas causas que, sin intervención de ningún Dios, han conducido a esa situación concreta.

La ley del karma no se puede demostrar empíricamente y, por tanto, podría considerarse una creencia religiosa. Ciertamente, si examinamos nuestra vida, somos conscientes de que las malas acciones nos pesan y condicionan, mientras que las buenas nos liberan y proporcionan felicidad, pero seguramente se recurra a la psicología para dar razón de ese condicionamiento en lugar de aceptar la presencia de una misteriosa energía cósmica que nuestras acciones ponen en marcha. Ahora bien, aunque el condicionamiento psicológico de las acciones pasadas pueda tener influencia, la libertad humana no es anulada, por lo que el problema seguirá siendo de índole espiritual. En este punto el budismo muestra su faz más optimista: en efecto, según la ley del karma, aunque el momento presente sea el resultado del karma que arrastramos, es posible comprender qué es lo que está pasando en nuestra vida y trabajar para cambiar su curso o el de nuestras vidas futuras sembrando semillas de felicidad mediante buenas acciones. El karma se purifica cuando uno aprende a actuar con una mente ecuánime que no se ve dominada por los estados aflictivos que le conducen a seguir los patrones de "reacciones" pasadas. Se trata, en definitiva, de sustituir la reacción ciega por la acción lúcida y provechosa.

Junto a la ley del karma, uno de los conceptos centrales del budismo es el de “vacuidad”, que significa que ninguna realidad tiene una esencia inmutable ni es suficiente por sí misma. Nuestra ignorancia sobre la condición última de la realidad nos hace vivir en la dualidad sujeto/objeto, y no somos capaces de comprender que no estamos separados, que todo es uno, esa unidad cuya captación intuitiva es el fin del camino espiritual que conduce a la cesación del sufrimiento a través del noble sendero óctuple. En esta línea, el budismo afirma que el “yo” no existe. Parece una impugnación radical a la tesis cartesiana que sostiene como la verdad más evidente y el pilar de toda su filosofía mi existencia como una "cosa pensante". Aunque cuestionar la existencia del "yo" no es una tesis ajena a la filosofía occidental (en concreto, el empirismo de Hume podría aceptar la tesis budista), presenta una inquietante radicalidad en el budismo. Aceptar la idea de que el “yo” no existe parece contraintuitivo si lo confrontamos con nuestra experiencia de la vida cotidiana. Los budistas apelan a la observación interna que se desarrolla en la meditación como cauce para experimentar la ausencia de un núcleo estable en el que se sostenga el “yo”. Se insiste en que yo no soy ni mi cuerpo, ni mis pensamientos, ni mis emociones. ¿Pero acaso no soy “yo” el que decide embarcarse en la tarea de meditar? ¿Acaso no reconoce el budismo que cada cual debe responsabilizarse individualmente de su propia “liberación”? Es más, en la sucesión de nacimientos y muertes hay "alguien" a quien afecta la ley del karma, aunque se insista en que ese alguien es la mente y no una alma sustancial. ¿Cómo es posible entonces afirmar que el “yo” no existe, aunque se trate de un continuo mental? 

En su día, Ortega ya observó que Descartes cometió un error al identificar el “yo” con una “cosa  pensante", y ello se debió muy probablemente, en opinión de Ortega, a su formación escolástica. Cosificar el “yo” implica atribuirle una identidad, un carácter sustancial que también se observa en la noción de “persona” según la clásica definición de Boecio: “sustancia individual de naturaleza racional”. Decir “yo” es referirse a nuestra condición personal, pero sostiene Julián Marías, siguiendo a Ortega, que la persona no es “el yo”, y mucho menos la persona puede comprenderse pensándola como "cosa". El siguiente texto de Antropología Metafísica me parece clave:

Yo soy una persona, pero «el yo» no es la persona. «Yo» es el nombre que damos a esa condición programática y viniente. Cuando digo ‘yo’, me «preparo» o «dispongo» a ser. Para el hombre, ser es prepararse a ser, disponerse a ser, y por eso consiste en disposición y disponibilidad. Cuando decimos «yo», no se trata de un simple punto o centro de la circunstancia, sino que ésta es mía: por ser yo mismo puedo tener algo mío. En la persona hay mismidad, pero no identidad: soy el mismo pero nunca lo mismo. Pero hay que agregar algo que he dicho muchas veces, pero suele olvidarse: el «yo» pasado no es yo, sino circunstancia con la que me encuentro; es decir, con la que yo –proyectivo y futurizo- me encuentro cuando voy a vivir. Y no bastaría la mera «sucesión» para que hubiera mismidad: hace falta esa anticipación de mí mismo, ese ser ya el que no soy, la futurición o menesterosidad intrínseca. El hombre puede poseerse a lo largo de toda su vida y ser el mismo porque no se posee íntegramente en ningún momento de ella”.   

El “yo” no existe si lo que buscamos es una identidad esencial, estable, y mucho menos fija. Como observa Marías, el “yo” pasado no soy yo, sino circunstancia con la que me encuentro. Aquí observo un claro paralelismo con la impermanencia que siempre subraya la filosofía budista: todo cambia, nadie se baña dos veces en el mismo (entendido como idéntico) río. El “yo” no existe: estamos en constante cambio, aunque nos parezca que nuestra identidad no varía. Sin embargo, aunque el “yo” no exista como cosa, no puede decirse que no seamos nadie, que nuestra condición personal sea mera ilusión. Julián Marías lo expresa diciendo que en “la persona no hay identidad, sino mismidad”. Pienso que quizá podría decirse que, aunque nadie se baña dos veces en el mismo río, el río sigue fluyendo y es el mismo río en su fluir. La persona no es cosa, sino un continuo proyectarse, disponerse a vivir, actuar y actualizarse, contando para ello con un pasado que es circunstancia con la que me encuentro y que, en consecuencia, me condiciona.

La condición futuriza, dinámica, de la vida humana se explica a partir de ese alguien que es la persona humana. Y la acción conjuga pasado, presente y futuro desde la libertad, lo cual me recuerda, salvando las distancias, a la ley del karma: nuestras acciones pasadas son circunstancia que me condicionan al decidir el curso de mi acción, al trazar los proyectos vitales que van a jalonar mi biografía. A su vez, mi futuro depende de la acción que desarrolle en el momento presente, de ahí que deba proyectar quién deseo ser. El pasado me condiciona, pero no me priva de la libertad, de hecho Ortega afirmaba que el ser humano es “forzosamente libre”, tiene que decidir el curso de su propia vida. Ciertamente, ni en Ortega ni en Marías –profundamente cristiano- hay reencarnación ni interpretación del condicionamiento de las acciones pasadas como energías kármikas que influyen en el curso de los acontecimientos, pero la interpretación dinámica de la realidad -y en ese sentido no la veo incompatible con el budismo, más bien todo lo contrario- viene motivada por el hecho de que tanto para Ortega como para Marías mi vida (en rigor, la vida de cada cual) es la realidad radical en tanto en ella va a radicar cualquier otra realidad. Y la condición personal de mi vida le otorga ese dinamismo, ese carácter dramático que tan bien entronca con el budismo. En cualquier caso, estas son unas reflexiones a vuela pluma y necesito seguir pensando sobre el asunto.

miércoles, 14 de diciembre de 2022

¿A qué esperan los socialdemócratas españoles?

En 2006, el PSOE se aliaba con los nacionalistas catalanes de CiU para aprobar el Estatuto de Autonomía de Cataluña. Entonces escribí un artículo en el que señalaba la importancia de contar con un partido de izquierda nacional ante la deriva que estaba siguiendo Zapatero. Hoy la deriva del PSOE es todavía mayor y el flanco que ha dejado abierto debería ser aprovechado. Entonces fue UPyD el partido que comenzó a abrirse paso en 2007. Su andadura fue truncada por un ambicioso Albert Rivera que fagocitó al partido de Rosa Díez y, en lugar de disputarle al PSOE el electorado socialdemócrata moderado, compitió con el PP para convertirse en líder de la oposición. O García Page, Lambán y quienes tengan algo de sensatez frenan a Sánchez, o no sé cómo no se funda de inmediato el PSDE, el Partido Socialdemócrata Español. Copio el artículo que escribí apenas un año antes de la fundación de UPyD.

El flanco del PSOE

Cuando los partidos políticos se embarcan en estrategias destinadas a mantener el poder a cualquier precio es fácil que descubran su flanco ideológico y den ocasión para que emerjan nuevos partidos dispuestos a aprovechar la oportunidad. El PSOE parece no darse cuenta del riesgo que está corriendo con su aventura nacionalista. En Cataluña ya se ha fundado un partido político que se presenta como alternativa de izquierdas al nacionalismo: Ciudadanos de Cataluña. Si Zapatero y los socialistas siguen preocupados por inventar realidades nacionales, y por aliarse con cualquier partido nacionalista antes que mantener el consenso con el PP en asuntos de Estado, están ofreciendo una oportunidad inmejorable para que salten a la arena política opciones que defiendan la nación española y la igualdad entre todos los españoles desde una ideología de izquierda. Ese partido tendría garantizada presencia parlamentaria sin lugar a dudas y podría amenazar seriamente el proyecto zapateril, máxime si entre sus abanderados figuraran nombres como Nicolás Redondo Terreros, Rosa Díez o Gotzone Mora.

Aunque parezca increíble, no hay en España un partido político de esta orientación. Alguien de izquierdas que crea que España es una nación plural conformada por distintas regiones, que considere que es importante un Estado fuerte con amplias competencias para realizar políticas sociales que garanticen la igualdad de todos los españoles, o que opine que el nacionalismo no debe ser el aliado natural de un partido de izquierdas, no puede sentirse cómodo votando a este PSOE.

Las encuestas parecen reflejar esta realidad tan evidente. Mucha gente está descontenta con la alianza y las concesiones a los nacionalistas que está realizando el PSOE, pero tampoco le seduce la idea de votar al PP. La cosa está clara: el PSOE ha descubierto su flanco ideológico y se expone a que una iniciativa como Ciudadanos de Cataluña se plantee a nivel nacional. Sin embargo, aunque resulte paradójico, los socialistas parecen más interesados en que aparezca en escena una fuerza de extrema derecha que reste votos al PP. Esta posibilidad parece bastante más improbable que la anteriormente comentada, y confirma que, efectivamente, es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio.

Hace tiempo que no se presenta una oportunidad mejor para todos aquellos que deseen hacer política en España desde la izquierda. ¿A qué están esperando?

viernes, 9 de diciembre de 2022

Pedro Sánchez no respeta la esencia de la democracia

Aquellos que piensan que la esencia de la democracia consiste en votar, en permitir que el pueblo se pronuncie, deberían replantearse esta idea a la vista de lo que está haciendo el PSOE de Pedro Sánchez. ¿Es legítimo aprobar leyes que únicamente responden al objetivo de mantenerse en el poder? A la eliminación del delito de sedición parece que se va a sumar la reforma del delito de malversación para favorecer a los independentistas y a los corruptos del PSOE andaluz condenados por los ERE. Por si no fuera suficiente, leo que también va a impulsarse la reforma de algunas leyes para desbloquear la renovación del Tribunal Constitucional y colocar así a los magistrados que propone el PSOE. Los socialistas pueden aprobar todo ello si cuentan con la mayoría parlamentaria necesaria, por lo que podría pensarse que son decisiones lícitas, desde un punto de vista legal, y legítimas, por ser el resultado de un procedimiento democrático.

Si la democracia consistiera únicamente en respetar lo que decida la mayoría del pueblo a través de sus representantes podría pensarse que no hay nada que objetar respecto a su legitimidad. La discusión se centraría en determinar cuáles son los mecanismos para elegir proporcionalmente a los representantes y si basta una mayoría simple o cualificada. También se podrían incorporar limitaciones a las decisiones de las mayorías siempre y cuando dichas limitaciones tuvieran a su vez un respaldo democrático: de ahí la tensión entre la voluntad del legislador democrático y la Constitución, especialmente cuando la mayor parte de los votantes que eligen al poder legislativo no tuvieron edad para votar esa Constitución democrática. Pero, incluso aceptando ese condicionamiento, el funcionamiento de la democracia sigue presentándose como una cuestión puramente cuantitativa: la mayoría tiene derecho a mandar. Eso es exactamente lo que demandan los independentistas catalanes cuando reclaman el referéndum de autodeterminación: votar y separarse de España si son mayoría, una postura, en su opinión, genuinamente democrática. Obviamente para ellos sólo deben votar los catalanes, lo cual plantea otro problema en el que no me detendré. Sobre el tema catalán he escrito numerosas entradas en el blog y de momento no tengo nada más que añadir.

La cuestión es si la democracia es esencialmente una forma de gobierno que funciona a través de votaciones y mayorías. Y a ello hay que responder que no: en democracia los poderes emanan del pueblo y se deben ejercer en beneficio del conjunto de los ciudadanos. La democracia es mucho más que sumar votos y lograr la mayoría necesaria para gobernar. Por esta razón, quien ha alcanzado el poder en un régimen democrático debe gobernar para todo el pueblo, no solo para sus votantes, y mucho menos para el interés particular de los propios gobernantes, máxima expresión de la corrupción. Cuando los gobernantes impulsan políticas que descaradamente perjudican a determinadas minorías o benefician a otras sin ninguna justificación; y, todavía más, cuando se legisla en contra de los intereses de la mayoría para favorecer a unos pocos se está ante políticas antidemocráticas. El problema radica en que la valoración de esas políticas constituye una materia opinable, cualitativa, y, en cambio, los votos que han dado el poder al gobernante están cuantificados y verificados por los procedimientos democráticos. El déspota justifica sus medidas con argumentos falaces que, aunque puedan ser refutados, no amenazan su poder porque sigue gobernando con la fuerza de unos votos que utiliza contra la esencia de la democracia. La formas se imponen y el fondo se camufla con el apoyo de opinadores “oficiales”.

Este ejercicio de gobierno antidemocrático refleja buena parte de la política actual de Pedro Sánchez. Eliminar la sedición, rebajar la malversación o asegurarse el control de las instituciones para lograr sus objetivos no son medidas que beneficien al pueblo, aunque se adopten siguiendo los procedimientos democráticos. Es evidente que la eliminación de la sedición o la rebaja de la malversación no favorecen el bien común. Sánchez podría argumentar que, si no se está de acuerdo con él, lo único que debe hacer el ciudadano es no votarle en las próximas elecciones. Ciertamente, así es. En una democracia es muy importante que se mantengan abiertos los canales del cambio político. Sin embargo, hay muchas maneras de obturar dichos canales, aunque los mecanismos electorales sigan funcionando. Esto sucede, por ejemplo, cuando se politizan las instituciones, especialmente el poder judicial, o se legisla de forma que directa o indirectamente se amenaza la libertad de expresión (y pasan muchos años hasta que el Tribunal Constitucional -si sigue siendo independiente- pueda declarar inconstitucionales estas leyes), o se adoptan medidas que condicionan la libre elección de los representantes por parte de los ciudadanos (cuando, por ejemplo, una sociedad está subvencionada en altísima medida por el partido del gobierno).

Pedro Sánchez no dará un golpe de Estado como el de Castillo en Perú, pero su concepción sectaria de la política es absolutamente antidemocrática. No basta respetar los resultados electorales para ser un demócrata. La democracia es mucho más exigente. Dejar que se impongan las tesis de los que simplemente la reducen a votar y contar votos para exigir respeto a la decisión de la mayoría es un grave error que degrada la democracia. Naturalmente que puede haber discrepancias muy acusadas entre los partidos políticos que solo se pueden dirimir en las urnas. Pero una cosa es votar para decidir entre todos adoptando la tesis mayoritaria y otra muy distinta es votar para imponer sin buscar puntos de acuerdo: la intención a la hora de actuar políticamente es decisiva, y en esto Rousseau tenía mucha razón. Sin ciudadanos debidamente educados en lo que representa y exige la democracia es muy fácil que este régimen degenere. Confío, quiero confiar, en que las medidas profundamente antidemocráticas de Sánchez sean mayoritariamente rechazadas por los ciudadanos en las próximas elecciones. Lo contrario sería muy preocupante.

miércoles, 23 de noviembre de 2022

Descúbrete al volante

¿Subes a tu coche y prefieres permanecer en silencio y atento mientras conduces o, por el contrario, crees que aprovechas mejor ese momento escuchando un programa de radio o música? La respuesta puede ser un indicio de dónde te encuentras. 

martes, 22 de noviembre de 2022

El necesario equilibrio entre ciudadanos, viajeros y turistas

Este último fin de semana, paseando por Valencia, observé que en el centro hay cada vez más negocios orientados a los numerosos turistas que visitan la ciudad. Incluso diría que en algunas zonas la inmensa mayoría de las personas con las que te cruzas son turistas. El bullicio y la variedad de gentes y de comercios es atractivo, pero no sé hasta qué punto la ciudad puede estar perdiendo su personalidad, porque una ciudad no es un conjunto de edificios, calles o paisajes, sino el núcleo de convivencia que se desarrolla en torno a ellos. En las ciudades turísticas los turistas coinciden durante unos días en ese lugar. Pero esa coincidencia espacio-temporal no es convivencia, sino simple cohabitación. 

Conviene no confundir al viajero con el turista. El viajero (de pueblos y ciudades, no de naturaleza) viaja a otros lugares para conocer y comprender la manera de vivir que tienen otras gentes. Programas de televisión como "Callejeros viajeros" del canal Bemad reflejan claramente el espíritu del viajero. El viajero puede darse cuenta de que, aunque los edificios estén en perfecto estado, la ciudad que se proponía visitar se encuentra en “ruinas”. Lo más probable es que la curiosidad le anime a indagar dónde -si todavía existe- se halla ahora esa forma de vida expulsada por la presión turística. En cambio, el turista encuentra en el viaje una forma de entretenimiento mucho más superficial: se conforma con pasarlo bien paseando y fotografiándose en los lugares considerados imprescindibles. No tiene especial interés en conocer a fondo la ciudad que visita y, por tanto, si la ciudad ya no existe ni siquiera lo percibirá. Le basta con tomar contacto con esos lugares que sirven de reclamo turístico. 

Preservar el despliegue de la vida ciudadana frente a la presión turística es el reto más complicado para los alcaldes de las ciudades turísticas. Debido a su alta rentabilidad, muchos propietarios prefieren destinar sus viviendas a alquileres turísticos que optar por alquilarlas por larga temporada a vecinos del municipio. Los negocios que se abren y los precios también están muy influidos por la capacidad de compra del turista, por lo que la vida en el centro de las ciudades se complica para los vecinos hasta tal punto que terminan mudándose a la periferia o directamente a otros municipios. Diría que el turismo de masas plantea problemas tanto para los genuinos viajeros como para los gobernantes de las ciudades. El viajero debe preguntarse si se conforma con ser un turista que visita ruinas camufladas bajo el esplendor de vida itinerante o, por el contrario, rechaza esa propuesta y va en busca de auténticas ciudades. Por lo que respecta a los gobernantes, estos deben entender que el turismo es una fuente de riqueza muy importante, pero que el turismo de calidad pasa por atraer a viajeros, no solo a turistas. El primer objetivo de un alcalde, como apuntaba, debe ser preservar la vida ciudadana. Si lo logra, esa convivencia real atraerá a un turismo de viajeros y también de turistas. Todos pueden tener cabida, pero se trata de un difícil equilibrio que no todas las ciudades están sabiendo mantener. 

lunes, 14 de noviembre de 2022

"As bestas"

“As bestas” es una gran película, y todavía estoy más convencido de ello conforme van pasando las horas después de haberla visto: mi mujer y yo seguimos repasándola y admirando el descomunal talento que demuestran tanto su director, Rodrigo Sorogoyen, como los actores que la protagonizan.

Basada en hechos reales (el crimen de la aldea de Santoalla, Petín), Sorogoyen ha enriquecido esta historia hasta otorgarle la hondura de un clásico. La película refleja el enfrentamiento entre un matrimonio francés de mediana edad, Antoine y Olga, establecido en una aldea gallega desde hace dos años, y sus vecinos Xan y Loren, dos hermanos dedicados a la ganadería que siempre han vivido allí junto a su madre. Los franceses viven de la venta de las verduras y hortalizas que cultivan en su huerto. El conflicto surge porque una compañía de energías renovables desea instalar aerogeneradores (molinos para producir energía eólica) y está dispuesta a pagar una importante cantidad de dinero a los nueve vecinos de la aldea a cambio de sus tierras. La decisión debe ser unánime, ya que a la empresa le interesa la totalidad del terreno, no solo una parte. Si no aceptan la oferta, la empresa buscará otro lugar en el que realizar la instalación.

Antoine y Olga han encontrado en la aldea el lugar que venían buscando y se niegan a vender. Xan desea justo lo contrario: la oferta de la compañía quizá sea su única oportunidad para salir de ese lugar y cambiar de vida. Cree que no es justo que la decisión de quienes apenas llevan allí dos años valga lo mismo que la de aquellos que, como él y su hermano, no han conocido otro lugar, hasta el punto de llevar impregnado el olor a mierda, como le dice Xan a Antoine en el diálogo decisivo que mantienen en la taberna. Para Xan es el arraigo y no un frío título de propiedad lo que debe dar derecho a decidir algo que afecta al resto de vecinos. Antoine replica que él desea quedarse allí, que está dispuesto a comprometerse, a echar raíces en la aldea respetando su carácter rural, pero para Xan un compromiso no es suficiente: el arraigo remite al pasado. Además, Xan detesta esa visión romántica de la vida rural que para él no es más que un “capricho” que los franceses podrían satisfacer en cualquier otra aldea sin privarles a ellos de la posibilidad de comenzar una nueva vida. Ninguno va a ceder y es fácil imaginar cuál será la solución del conflicto. 

Especial interés tiene la relación entre Antoine y Olga. Se quieren y comparten el mismo proyecto vital, pero Antoine no es capaz de interpretar correctamente lo que está pasando y de cambiar sus planes ante la grave amenaza que se cierne sobre él y su mujer. Olga sabe que deben irse de allí e intenta convencer a su marido. Les están haciendo la vida imposible y es consciente de que posiblemente les acabarán matando. Además, no le gusta que Antoine utilice la cámara de video para grabar a los hermanos con el fin de obtener pruebas y denunciarles ante la Guardia Civil. De hecho, le pide a Antoine que deje de hacerlo. Y, en efecto, la cámara de vídeo, pese a haber grabado lo más grave, resultará inservible, todo un acierto de Sorogoyen. 

“As bestas” plantea muchos problemas, pero el principal es un conflicto jurídico para cuya solución no basta recurrir a un legalismo superficial: ¿quién tiene más derecho, Antoine o Xan? ¿Es justo que Antoine prive a Xan y a su hermano de una oportunidad lejos de la aldea, máxime cuando él y su mujer podrían vivir en cualquier otro sitio? La respuesta a las anteriores preguntas no es sencilla. Imagino que el espectador al ver la película sentirá simpatía por Antoine. Es un buen hombre que ama a su mujer, trabajador, altruista, y no busca problemas. Es natural que se experimente un sentimiento de injusticia al ver cómo los hermanos le hacen la vida imposible. Un mal western hubiera concluido con un enfrentamiento final en el que sale victorioso Antoine. Pero Sorogoyen ha elaborado una película redonda y semejante final no hubiera estado a la altura. Antoine, pese a caer bien, demuestra una rigidez que le lleva a la perdición. No termina de comprender que está tratando con gentes que son capaces de comportarse con la brutalidad de las bestias cuando creen que tienen razón. “As bestas” no es una película en la que domine la violencia o el terror, como he leído en algunas críticas. En absoluto pienso que sea comparable a “Perros de paja”, de Sam Peckinpah, salvo en que ambas películas sumergen al espectador en una atmósfera enrarecida. “Perros de paja” es una película muy violenta mientras que en “As bestas” la violencia ocupa un lugar secundario frente a la altísima tensión del conflicto vecinal que sobrevuela desde el comienzo. En definitiva, una gran película que aconsejo ver en el cine, aunque por las caras de los espectadores al finalizar la proyección no estoy seguro de que les pareciera igual de buena que a nosotros.