Los acontecimientos que se están viviendo en Francia merecen
ser estudiados con suma atención porque sus consecuencias pueden afectar a toda
la Unión Europea. Con la cautela que exige opinar sobre una sociedad ajena, mi
impresión es que en Francia se puede comprobar que el logro de una convivencia pacífica
es un objetivo muy complicado si esta no se asienta en unos valores compartidos.
No creo que se trate de un problema de marginación y justicia social cuando
Francia es uno de los Estados con más ayudas sociales. Mi impresión es que el
laicismo francés choca frontalmente con el modo de vivir de un elevado número
de franceses de origen musulmán. Se trata de un choque cultural que se veía
venir y que no ha hecho más que comenzar no sólo en Francia, sino en otros
países europeos con un elevado número de inmigrantes musulmanes. Ante esta
situación, es natural que se produzca una reacción de temor a la inmigración
que eleve la intención de voto del Frente Nacional, que solo es frenado por el
sistema electoral francés.
Se dice que el populismo ofrece soluciones fáciles a problemas
complejos, es decir, simplifica la realidad para ofrecer aquello que la gente
desea imperiosamente. Como hay un problema para integrar a los inmigrantes
musulmanes, la solución simplista pasa por frenar de inmediato su llegada y, a partir de ahí, afrontar el problema. Pero, al
margen de otras consideraciones, no solo Francia, sino otros países europeos necesitan
la llegada de inmigrantes, singularmente Alemania, pero también nosotros. En
España la situación es diferente porque los países hermanos de Hispanoamérica
nos están nutriendo de nuevos españoles cuya integración es más sencilla que la
de los musulmanes. Sólo en Cataluña la situación se empieza a asemejar a la de
Francia. ¿Qué hacer ante una situación cuya solución no es posible a corto
plazo? Urge un debate
político en el que se puedan defender libremente todos los puntos de vista, algo que desgraciadamente hoy es muy complicado.
Los mensajes de partidos populistas de derecha son inmediatamente
estigmatizados como “discurso de odio” para sacar rédito electoral por parte de
sus adversarios. Es un error. Hay que ser capaces de poner sobre la mesa todos
los argumentos y discutir seriamente sobre la situación que se vive en los
diferentes países de la Unión Europea.
Los hechos son incontestables: toda sociedad sana necesita una
pirámide poblacional equilibrada. Si los ciudadanos optan mayoritariamente por
proyectos de vida en los que se excluye tener hijos para vivir más cómodamente
tenemos un problema muy serio, como ya estamos viendo. Algunos países pueden solventar
la situación con la inmigración, como puede ser nuestro caso con Hispanoamérica,
pero Francia se nutre de negros y musulmanes, por lo que el ascenso al poder de partidos que vean
la solución en un repliegue sobre sí mismos puede comprometer el futuro de la
Unión Europea. No hay que cerrar las puertas a la inmigración y a la solidaridad, pero sin que ello repercuta en el correcto funcionamiento de nuestras sociedades. Nuestro modo de vida debe cambiar: debemos recuperar valores que
nunca debieron perderse. Toda sociedad que relegue la apertura generosa a la
vida, al cuidado de los más débiles, a la generosidad y a la solidaridad no
tiene futuro. Nada se puede construir sobre el egoísmo de una sociedad hedonista
que quiere disfrutar el presente y que apechuguen los que vienen detrás hasta
que todo se derrumbe. Por esta razón, hay que primar aquellas conductas que más contribuyan al bien común, sin que ello suponga
discriminar a quienes se alejen de ese patrón.
Los sucesos de Francia ponen de manifiesto que no se puede
vivir de espaldas a la realidad como sucede, por ejemplo, en la
Universidad. En muchas áreas de
conocimiento los principales investigadores envejecen sin que haya ninguna
estrategia orientada a formar a nuevos talentos que tomen el testigo. En su día
se engrosaron las plantillas y ahora llegan jubilaciones masivas que amenazan los
avances científicos. En cada Universidad la situación es distinta, y lo mismo
sucede en cada área de conocimiento. Catedráticos y titulares envejecen sin que
haya ningún joven dispuesto a dedicarse a la larga y difícil carrera docente e
investigadora, por lo que al final impera la idea de “el último, que cierre la
puerta”. A gran escala, puede decirse que lo mismo sucede en muchas sociedades.
La lucha por el poder que se vive en los sistemas democráticos ha propiciado
que primen las políticas cortoplacistas en las que se mueven a gusto los
demagogos. Si no se es capaz de diseñar estrategias a largo plazo sostenidas en
valores sanos, la decadencia será irreversible y las próximas generaciones
pueden llegar a ver situaciones que algunos pudieron creer que estaban definitivamente
superadas. Desgraciadamente, no es así.