La violencia de los grupos de extrema izquierda y la
comprensión que hacia ella han mostrado podemitas e independentistas es una
grave amenaza para la convivencia pacífica en España. Ya incidí en el último
post en su absoluto desprecio por la verdad y en que la defensa de la libre
expresión es un pretexto sin el más mínimo fundamento que si algo pone de
manifiesto es su sectarismo. Declaran “alertas anfascistas” frente a Vox -así
lo hizo el propio Pablo Iglesias tras los resultados de las elecciones andaluzas- y sabotean y agreden a miembros de este
partido en sus mítines mientras reclaman permisividad hacia los insultos a
través de expresiones humillantes y vejatorias de “artistas” como Hasél o
Valtònyc.
Hay que condenar enérgicamente esta ola de violencia y estar
muy vigilantes ante el propósito cada vez menos disimulado de actuar
violentamente para desestabilizar el orden constitucional. Desgraciadamente, la
extrema izquierda sigue sin renunciar a sus ideas revolucionarias basadas en la
“acción directa”, el eufemismo que emplean muchas veces para camuflar sus
acciones. En un vídeo en el que aparece acompañado por Hasél, Valtònyc señala
que el camino a seguir es la “acción directa”. La opinión de este sujeto no
tiene la más mínima consistencia intelectual, pero sí que sirve como indicio
para conocer qué ideas animan a estos grupos anarquistas, independentistas y
siempre antisistema.
No sólo debe preocuparnos la violencia física, sino es muy
importante evitar que se propague la violencia verbal. Es habitual que un
enfrentamiento físico comience con bravuconadas e insultos que van subiendo de
tono hasta que alguien asesta el primer golpe. En España la mentira se abre
paso y el lenguaje violento y provocativo está subiendo de tono. Y, junto al
lenguaje, se está imponiendo la división política en bloques antagónicos
incapaces de tender puentes entre ellos. Cada vez que se ofrece una encuesta se
hace una suma de los diputados que obtendría cada bloque. Conviene recordar las
palabras, una vez más, de Julían Marías respecto a cómo se llegó a la Guerra
Civil: “¿Puede decirse que estos
políticos, estos partidos, estos votantes querían la guerra civil? Creo que no,
que casi nadie español la quiso. Entonces ¿cómo fue posible? Lo grave es que
muchos españoles quisieron lo que resultó ser una guerra civil. Quisieron: a) Dividir
al país en dos bandos. b) Identificar al “otro” con el mal. c) No tenerlo en
cuenta, ni siquiera como peligro real, como adversario eficaz. d) Eliminarlo,
quitarlo de en medio (políticamente, físicamente si era necesario)”.
(Julián Marías, La España real,
Barcelona, Círculo de Lectores, 1983, p. 304).
Antes de que se desencadene una guerra, mucha gente cree
imposible que esto se acabe produciendo. Piensan que no llegará la sangre al
río, que son salidas de tono para negociar, para sacar rédito político. Quienes
así lo creen pueden estudiar cómo la situación de España se fue pudriendo sin
que se imaginara que ello desembocaría en tres años de guerra civil. O, si lo
prefieren, que se lean “El mundo de ayer”, de Stefan Zweig, y comprobarán que
incluso después del asesinato del archiduque Francisco Fernando, no se creía en
la guerra como una posibilidad real. A ello contribuían, como bien explica
Zweig, que en los últimos cuarenta años apenas había habido conflictos bélicos de
importancia en Europa. Quizá en España también llevemos muchos años de paz y muchos
jóvenes no valoren la importancia que tiene lo que hemos logrado:
nada menos que más de cuarenta años viviendo en democracia. Hay que cuidar ese
tesoro y estar alerta frente a quienes amenazan nuestra convivencia en paz.