lunes, 16 de abril de 2007

Un picasso

Ayer asistí a la obra de teatro “Un Picasso”, de Jeffrey Hatcher, dirigida por José Sacristán y protagonizada por este actor y por Ana Labordeta. Sacristán encarna a Pablo Picasso en el París de comienzos de la II Guerra Mundial. El genio malagueño aparece en un sótano repleto de cuadros, y allí irrumpe una funcionaria alemana, Miss Fischer. Tras aclarar las circunstancias que han conducido a Picasso a aquel lugar y algunos datos biográficos del pintor, Fischer le explica que el motivo de haberle llevado allí es que necesitan identificar tres de sus obras que han llegado a sus manos (confiscadas) para participar en una exposición. Picasso las identifica, pero, al disponerse a salir, Fischer le confiesa que la exposición va a consistir en una quema de obras de arte consideradas irreverentes. Picasso, entonces, vuelve sobre sus pasos y dice que las tres son falsas, entablándose una tensa disputa, pues Fischer necesita salir de allí con un Picasso para quemar, y Picasso no lo acepta en modo alguno. La obra es bastante floja, pese a que venía avalada por unas críticas excelentes tras su estreno en Broadway. Sacristán está correcto, pero Labordeta no es en absoluto convincente en su papel de funcionaria nazi. Los diálogos, más allá de la historia de cada uno de los cuadros, no presentan una historia de especial interés. La idea más interesante, aunque quizá negligentemente desarrollada en los diálogos, se condensa en esta frase de Picasso: “Quemar un picasso es quemar a Picasso”. Con otras palabras, Picasso deja ver que un autor se expresa en el conjunto de su obra. La obra se presenta como un organismo cuyas partes, incluso las más pequeñas o insignificantes, desempeñan una función. Esa visión orgánica de su obra hace que Picasso se niegue, asumiendo incluso el riesgo de esa negativa, a elegir uno de los tres cuadros allí presentes para ser pasto de las llamas.

No hay comentarios: