Toda institución que aspire a tener influencia en la sociedad debe diseñar y aplicar una política de marketing. La Iglesia católica siempre ha sido muy consciente de ello y se esfuerza por llegar a todo el mundo –ignorantes y sabios- manteniéndose fiel al mensaje evangélico. Ese afán de universalidad genuinamente católico le llevó hace siglos a admitir las imágenes como vehículo para hacer la religión más accesible al pueblo, apartándose así del férreo literalismo protestante. Asimismo la Iglesia también participa en muchas costumbres y tradiciones populares que tienen a santos como protagonistas. Es tradicional, por ejemplo, que en la celebración de San Antonio miles de personas lleven a sus animales predilectos a ser bendecidos. Sin embargo, este esfuerzo de la Iglesia por acercarse al pueblo llano está pasando de castaño a oscuro. Ayer, en las noticias de televisión de Canal 9, dieron la noticia de una concentración motera en Benicassim. Se podía ver a todos los moteros disfrutando con sus Harleys haciendo rugir sus motores con su parafernalia clásica. Pero esta vez incluían un acto desconocido para mí, la bendición de la moto. Allí pude ver como un sacerdote con alba y estola sacudía el hisopo sobre las Harley Davinson. Ya sé que todo se puede bendecir y que lo importante es la intención con la que se haga, pero no me negarán que es todo un espectáculo -no lo calificaré- ver a un motero bigotudo con ropas de cuero, botas y gafas de sol pedir que le bendigan la Harley, y sobre todo que la Iglesia se preste a ello. En el Vaticano deberían reflexionar sobre si tales ritos les acercan a la gente o por el contrario hacen que se les tome a pitorreo.
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