La gente comienza a desesperarse. El recibo de la luz provoca ataques al corazón, los parados cuentan el tiempo que les resta de prestación, y los que todavía tienen trabajo observan los gestos de sus jefes y escuchan alarmados los rumores incesantes. Todo amenaza ruina y nada ofrece seguridad. Los gobernantes están desbordados y nada puede disimular su incapacidad. El líder de la oposición no quiere criticar, no se atreve a entonar el “márchese, señor Zapatero”. España no comprende cómo es posible que después de más de treinta años de democracia nuestro bienestar sea de cartón piedra y amenace con desmoronarse. Después de Franco íbamos a contemplar como más allá de crisis coyunturales España iba a progresar liberada de las ataduras de la dictadura. Pero los españoles ahora ven que el pan hay que ganárselo cada día y que no se puede vivir del cuento. Dios mío, vamos a vivir una gran depresión. La historia no está escrita. Leemos la historia y pensamos que las revoluciones, las guerras -al menos para nosotros-, las grandes crisis acabaron, pero todo puede pasar, nada funciona por inercia, aunque algunos lo hayan hecho creer. La ideología progresista, aquella que cree que el futuro siempre será mejor, ha sido un cáncer, ha provocado la inacción y la irresponsabilidad. “El siguiente paga” y todo irá bien. Sí, todo irá bien…
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