Si el principal problema de una
crisis de deuda soberana es el acceso a la financiación, era cuestión de tiempo
que España terminara posicionándose claramente a favor de los eurobonos. Creo
que se ha perdido mucho tiempo tratando de templar gaitas cuando era imperioso
evitar emitir deuda con un diferencial tan alto. Al mismo tiempo, sin duda, había
que acometer las reformas. Bien, ya sabemos dónde estamos. La financiación de
España, no sólo de nuestros bancos, está carísima, así que necesitamos una ayuda
que, como también era previsible, nos pueden proporcionar a un precio
desorbitado que sólo puede conducir a un empeoramiento de la situación económica
y, sobre todo, social.
El Gobierno y el Rey han lanzado
un mensaje claro para salir de esta situación: más Europa, lo cual implica una
solidaridad que es incompatible con una política de austeridad inflexible y
obcecada. Nuevamente, los españoles, mejor dicho, nuestros dirigentes, movidos
por la desesperación del momento incurren en un europeísmo irreflexivo. Insisten
en que hay que decidir a dónde quiere ir Europa y ellos tienen la respuesta: a
mayores cotas de unidad en todos los ámbitos.
Como el lector sabe, más que escéptico,
estoy absolutamente convencido de que perseverar en políticas de integración
europea cuando no hay una búsqueda compartida del bien común es caminar hacia
el precipicio. Pero lo peor es no ver que lo que urge es reflexionar sobre
España, sobre lo que queremos como nación. Puestos a imitar a alguien, haríamos
bien en fijarnos en los ingleses. Ellos piensan en clave nacional antes de
viajar a Bruselas. La cuestión que debemos plantearnos seriamente es: ¿nos
equivocamos adoptando el euro?, ¿convendría dar marcha atrás?, ¿qué Estado del
Bienestar queremos y estamos dispuestos a pagar?, ¿debemos reformar el Estado
de las autonomías? Claro está que lo urgente es captar dinero para seguir
funcionando, pero si seguimos ignorando estas y otras preguntas seguiremos navegando
a la deriva o seremos, más que toro bravo, vaca que guía Merkel por el ronzal.
La pregunta es ¿quo vadis, España?
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