La esencia de la democracia constitucional radica en la división de poderes y en su eficaz limitación -en especial la del legislativo- cuando lesionan o restringen los derechos fundamentales. Esa garantía última la ejerce el Tribunal Constitucional. Pues bien, en contra de la imagen burda que identifica la democracia exclusivamente con el ejercicio del derecho al voto, de poco sirve votar cuando la mitad más uno de los representantes de los ciudadanos deciden de acuerdo a sus intereses particulares (y no encuentran frenos) y no con miras al bien común. Y mucho menos cuando el interés que prima es el de una única persona o el de unas pocas. Es verdad, los españoles votamos y pudimos haber elegido unos representantes que respetaran el régimen constitucional, pero a los ciudadanos se les hizo votar en pleno verano, se les ocultó la amnistía o impunidad de los golpistas, y una gran parte de la población no llega a fin de mes sin la ayuda del Estado, lo cual hace que voten con temor a todo lo que amenace esos ingresos de los que dependen. Si a eso añadimos la ayuda demoscópica del calvo Michavila (a saber dónde se esconde), el resultado es que ahí tenemos a Sánchez camino de ser investido y de sumar tiempo en el poder, que es lo único que le importa además de presumir de España ejerciendo como anfitrión. En cualquier caso, esa explicación no justifica el triunfo de Sánchez, que se ha debido a la miseria moral -como ya dije en su día- de muchos ciudadanos a los que España y la democracia constitucional les importa un pimiento. Por eso hemos llegado a este punto. Sánchez y Díaz creen que sumar la mitad más uno de los diputados les da derecho a todo. Eso es la "dictadura" de la mayoría parlamentaria, ni más ni menos, y ya no se puede confiar en que el Tribunal Constitucional lo remedie.
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