Las medidas anunciadas ayer por
Rajoy pretenden controlar el déficit público para lograr una
financiación asequible y evitar que el sector público capte un crédito que es
necesario que fluya hacia el sector privado de la economía. Suena bien, ¿no? Sin embargo, esta idea es ciencia ficción. Y si
no lo creen, ahí está la prima de riesgo para confirmarlo. Profundizar en la
recesión, que es a lo que abocan algunas medidas adoptadas ayer, si sirve para
controlar el déficit, va a ser a costa de destruir todavía más el tejido
productivo, y así no hay forma alguna de salir de la crisis. Algunas están
bien, pero lo del IVA, la supresión de la paga extra y la rebaja en la
prestación por desempleo son una verdadera estupidez, además de una injusticia.
Lo peor, y lo que merece un
análisis más detenido, no es eso, sino la frase de Rajoy, quizá una de las más
importantes que se han pronunciado en los últimos tiempos. Rajoy dijo que “los
españoles no podemos elegir, no tenemos esa libertad”. Si alguien lo dudaba, su
duda debe disiparse después de escuchar semejante frase: España ha sido
intervenida. Son otros quienes gobiernan España, otros a quienes los españoles
no hemos votado, otros cuya prioridad es cobrar lo que les debemos, otros que
han podido dictar nuestra política porque nuestro legítimo gobierno ha accedido
a ello. Rajoy ha cometido un error gravísimo al decir lo que ha dicho. Si estás
de acuerdo con las medidas que te has visto obligado a adoptar, debes
respaldarlas y responsabilizarte de ellas. Si no lo estás, no valen excusas del
estilo “no podíamos elegir”. Claro que podíamos elegir. Si crees que lo que
estás decidiendo no es bueno para tu país, debes negarte hasta el final o
dimitir. Tenía, pues, que haberse ahorrado el “no podemos elegir” y aferrarse
al mensaje de que por este camino saldremos de la crisis.
Una cosa tengo muy clara. Con la
perspectiva que proporciona el paso del tiempo, estoy convencido de que nuestra
incorporación a la Comunidad Económica Europea nos ha narcotizado como país.
Hemos vivido instalados en la idea del progresismo con red. Si estamos en
Europa nada malo puede pasarnos y, si pasara, ahí estarán nuestros socios para echarnos
una mano. Los españoles nos hemos olvidado de España hasta el punto de que
hemos esperado que las mejoras de nuestra nación vinieran desde Europa. Y ahora
nos damos cuenta de que los españoles debemos responsabilizarnos de España,
porque a nuestros socios les importamos un carajo, así, como suena. Lo único
que quieren de nosotros es cobrar y que no les costemos dinero. Me alegré una
barbaridad cuando los finlandeses dijeron públicamente que antes de soltar la
pasta querían garantías. Claro que sí, ¡tontos iban a ser estos eslavos fieles
amigos de los alemanes!
Hemos despilfarrado y todo lo que
ustedes quieran. Somos un desastre en muchas cosas, es verdad, pero si Europa
quiere sobrevivir tendrá que apechugar con nosotros y decirle al BCE que nos compre
la deuda, ya que no quieren eurobonos. Pero resulta que la opinión pública en
Holanda –que tiene elecciones en septiembre- o en Alemania es claramente
partidaria de cerrar el grifo y regalarnos una moralina para que sepamos lo que
vale un peine. Perfecto, incluso moralmente justificado pensará alguno, pero
estúpido a más no poder. Solución: el camino de ayer conduce al desastre, así
que hay que negarse a transitarlo. España debe plantarse y, al igual que
Finlandia, decir claramente que o hay financiación asequible sin ahogar
irrazonablemente a la nación, o adiós al euro y que sea lo que Dios quiera.
Ahora mismo, lector, yo confieso
que soy contrario a esta Unión Europea incompatible con la democracia, y
que prefiero levantarme mañana con el corralito y el retorno a la peseta. Por lo
menos, aunque pobres de solemnidad, quizá podamos volver a elegir, porque ayer,
según nuestro presidente del Gobierno, dejamos de ser libres. Y eso no, bajo
ningún concepto.