martes, 13 de marzo de 2007

El error de suprimir el servicio militar obligatorio

Creo que Aznar fue un buen gobernante, pese a cometer algunos errores de consideración. Curiosamente, uno de los que a mí me parece más grave no fue percibido como tal, sino que la mayor parte de los ciudadanos acogió su decisión con alegría –mal que ahora me pese, yo también-, al tiempo que recibía el beneplácito de la oposición. Quizá este hecho debería haber hecho sospechar a Aznar del tremendo error que estaba cometiendo, pero pudo más la popularidad de la medida que las graves consecuencias que entrañaba. En fin, el error al que me refiero fue la supresión del servicio militar obligatorio.
A mí me parece que la defensa de la nación es una tarea que nos incumbe a todos, ricos o pobres, hombres o mujeres. A partir de ahí, debe ser organizada con eficiencia para cumplir adecuadamente su misión, lo que puede derivar en una cierta profesionalización de las fuerzas armadas que, sin embargo, no debería traducirse en la eliminación del servicio militar obligatorio. Aznar se centró únicamente en la eficiencia y olvidó que el servicio militar, además de ser socialmente más justo, era una de esas instituciones de las que no convenía privar a España para lograr que el ciudadano se sintiera partícipe de un proyecto común de vida colectiva.
Es cierto que países como el Reino Unido o Estados Unidos cuentan con ejércitos profesionales, pero no podemos ignorar que la tradición liberal que marca la historia de estos países ha dado como resultado una sociedad civil reacia a que los poderes públicos le resten el protagonismo. De hecho, por principio desconfían de la labor de estos poderes. La sociedad española lamentablemente carece de dicho vigor, en gran medida por la dictadura y por el enorme peso que los poderes públicos han adquirido con el desarrollo del Estado de las autonomías. Por eso me parece que fue un gravísimo error privarle de una institución que, con independencia de sus defectos, estaba intrínsecamente ligada a una idea absolutamente clave y especialmente necesaria en la España actual: el sacrificio individual en aras del bien común. Algún lector podría recordarme que cada año conoce el sabor de ese sacrificio cuando paga sus impuestos. Sin duda, tiene razón, pero me parece que existe una diferencia cualitativa importante entre pagar impuestos y realizar el servicio militar obligatorio. Pero ¿qué otros ejemplos, aparte del pago de impuestos y, en general, de obligaciones económicas se pueden ofrecer de instituciones sociales que requieran un claro sacrificio personal a favor de la colectividad? Sólo se me ocurre una: la obligación inexcusable para formar parte de un jurado.
En líneas generales, comparto la tesis liberal según la cual los poderes públicos deben respetar la libertad de cada individuo para vivir de acuerdo con sus convicciones siempre que no dañe a los demás. Pero en el marco de una comunidad política existen determinados ámbitos de la vida colectiva que aconsejan y en algunos casos requieren la inexorable participación de los ciudadanos. La supresión del servicio militar obligatorio ha erosionado gravemente la captación de esta idea, que no debe verse como una restricción de las libertades individuales, sino más bien como el justo tributo que todos debemos realizar al servicio del bien común. Además, es importante enseñar que tales exigencias, aunque puedan ser percibidas como cargas, constituyen una virtud cívica y, por añadidura, un honor. El mayor riesgo para la libertad surge cuando se cree que la contribución al bien común es algo de lo que deben encargarse exclusivamente los poderes públicos.

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