Etelvina Andreu, candidata del PSPV a la alcaldía de Alicante, ha salido en defensa del botellón. Según ella, que lo practicó en sus años mozos, es perfectamente posible practicarlo y no acabar alcoholizado y drogadicto (no estaría de más que hablara con Elena Salgado, la ministra de Sanidad desautorizada en su ley sobre el alcohol). Qué quieren que les diga, a mi lo del botellón me parece injustificable, pero, sobre todo, me sorprende y acojona que lo defiende una candidata a alcalde. Hace un año escribí un artículo sobre el botellón que no me decidí a publicar. Se lo ofrezco sin aditivos:
“El botellón, clave de nuestro tiempo
Estos días se está hablando mucho del botellón. Sus protagonistas suelen argüir que se ven obligados a beber en la calle por el elevado precio de las copas que se sirven en discotecas y pubs; pero para darse cuenta de la filfa no hay más que ver los flamantes coches y motos con los que acuden a la cita semanal.
El botellón no es una moda pasajera, pues lleva practicándose, al menos, veinte años. Afortunadamente, este fenómeno sigue provocando extrañeza; mucha gente se pregunta cómo es posible que masas de jóvenes encuentren divertido emborracharse alrededor de un coche que inopinadamente se transforma en discoteca móvil. Sin embargo, en lugar de indagar directamente en las causas de fenómeno, resulta más revelador comenzar prestando atención a sus efectos inmediatos, a saber, orines y vómitos pestilentes, aceras sembradas de vidrios, vasos y bolsas de plástico esparcidos por todas partes, etc. Todo ello envuelto en una atmósfera nauseabunda que amarga la mañana del domingo a los vecinos madrugadores.
Al estar acostumbrados a contemplar este horripilante espectáculo deja de sorprendernos que las hordas juveniles ensucien las calles sin el más mínimo miramiento. A los jóvenes del botellón les importa un rábano el caos que dejan tras de sí porque cuentan con que habrá alguien que se encargará de solucionarlo, ya que están instalados en la creencia, masivamente compartida, de que en nuestra sociedad siempre hay alguien que soluciona los problemas. Podría pensarse que esta despreocupación se debe únicamente a que se están divirtiendo, y que una vez sobrios se comportan responsablemente. De ser cierto, encuentro inquietante que los Mr. Hyde del botellón puedan amanecer convertidos en un Dr. Jekyll resacoso. Mucho me temo que esta doble personalidad sólo puede estar reservada a la ficción o a las patologías psíquicas y morales.
La despreocupación ante las consecuencias pone de relieve el carácter profundamente instanteísta de esta diversión. A este rasgo hay que añadirle dos más: su práctica en masa, completamente despersonalizada, y su finalidad alienante, pues se bebe para colocarse y sentirse eufórico, capaz de cualquier cosa. Así, puede decirse que el botellón es una diversión de masas, alienante, instantánea y despreocupada. Creo que difícilmente se encontrará un fenómeno que ilustre con mayor claridad cuatro problemas fundamentales de nuestra sociedad: falta de personalidad, de autenticidad, de compromiso y de responsabilidad”.
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