Después de decepciones como “La ciudad de los prodigios”, de Eduardo Mendoza, que terminé por un comentario elogioso de mi amigo Pedro que me animó a continuar, tenía ganas de toparme con una buena novela, y he tenido suerte: “El lector”, de Bernard Schlink. La novela narra la historia de un muchacho de 15 años que vive una historia de amor con una mujer de 36 años que en el pasado trabajó como guardiana de las SS en campos de concentración nazis. El muchacho se entera de eso cuando años más tarde, después de que ella le hubiera abandonado sin dar ninguna explicación, la encuentra en un juicio acusada por acciones que cometió en aquellos años. Es una novela intimista, con un argumento sencillo, verosímil, que plantea problemas morales de cierto interés. Pero, sobre todo, es una novela narrada con maestría. Schlink me parece un escritor formidable: sobrio –cualidad casi imprescindible para que congenie con un escritor-, preciso, elegante y profundo, cuando es razonable serlo y sin pedantería. Sabe lo que quiere contar y va directo al grano sin por ello renunciar al detalle cuando éste es necesario, receta mágica para captar la atención del lector. Parece fácil, pero cada vez es más difícil encontrar a este tipo de escritores. Por ejemplo, hace unos meses el periodista Luis Herrero presentaba una novela y se ofrecía en Libertad Digital la posibilidad de leer las primeras páginas. Tuve suficiente con el primer párrafo. Allí se decía algo así como “la voz del hombre sonó aspera, como un trago de arena”. Me pareció una metáfora tan artificial y rebuscada que inmediatamente pensé que aquello no iba conmigo.
Otra lectura reciente ha sido “Si tú me dices ven lo dejo todo, pero dime ven”, el gran éxito de Albert Espinosa. Está en la lista de libros más vendidos. Es una novela breve, bella, bien pensada y bien narrada, pero con una trama excesivamente rebuscada y en ocasiones completamente inverosímil. Sí, ya sé que la novela pertenece a la ficción, y en este terreno todo es posible, pero qué quieren que les diga, que un anciano de noventa años revele en la UVI, justo antes de morir, los números a los que hay que apostar en los principales casinos, pues me parece demasiado rebuscado para mi gusto. Pero la novela está bien. Sólo hay dos “es por ello que” cuya lectura casi duele. No me explico cómo no se dio cuenta de que esos galicismos estaban completamente fuera de lugar.
1 comentario:
¡Oh, vaya! y qué pasó con vivir para contarla
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