sábado, 25 de agosto de 2012

La alegría de los españoles

Ayer, hablando con mi padre (nacido en 1927) de cómo están las cosas en España, le comentaba que me sorprendía mucho que Julián Marías dijera que en los años cuarenta los españoles tenían unas inmensas ganas de vivir, que fueron años de alegría. Parece increíble que hiciera tal afirmación cuando es sabido que fueron años de represión, de intensa persecución política, de hambre y cartillas de racionamiento, todo ello acompañado por las experiencias y recuerdos traumáticos vividos en los años de la Guerra Civil. Mi padre conoció esa época y coincide con Julián Marías. Estas opiniones pueden reflejar una sensación subjetiva que quizá mucha gente que también viviera en esa época no comparte, pero, si nos paramos a pensar, se puede llegar a entender que en unos años más duros que los actuales la desgracia no frenara esa corriente de alegría que percibieron Marías y mi padre.

Ninguna situación personal ni histórica se valora por lo que es, porque en los problemas humanos casi nunca las cosas son puramente en presente, lo cual, apuntémoslo de paso, es fuente de muchos conflictos y de infelicidad. Ese tipo de situaciones son el resultado de una interpretación que es síntesis de pasado, presente y futuro. Probablemente eso pueda explicar que los años cuarenta fueran alegres y que hoy sea deprimente contemplar los rostros de la gente al pasear por las calles de nuestras ciudades. En los años cuarenta el pasado era trágico, traumático, y el duro presente era el resultado de un enfrentamiento fraticida que afortunadamente había concluido. Mirar atrás era contemplar el error desde la desolación presente. Tanta tristeza reclamaba una dosis de alegría para confirmar que todo en el universo tiende a lograr un equilibrio natural. Justo lo contrario de lo que pasa ahora. Veníamos de vivir la “dolce vita”, y no me refiero únicamente a lo material. España había alcanzado el sueño europeo y sólo -se pensaba- nos podía esperar el progreso. Por eso la actual depresión económica se ha llevado por delante la alegría de los españoles. El contraste con nuestras expectativas forjadas en un pasado que, errores al margen, podía verse como un rotundo éxito ha sumido a la gente en la tristeza. “¡Nuestros hijos y nietos van a vivir peor que nosotros!”, se escucha decir. En esa frase se condensa un fracaso monumental que nos está hundiendo en la depresión. 

¿Podemos recuperar la alegría? ¿Cómo superar la depresión que nos aqueja? Si pensamos en la depresión como enfermedad, para curarse suele aplicarse un tratamiento farmacológico, pero también es habitual que éste se combine con psicoterapia. En la actual situación, la solución de los problemas macroeconómicos que amenazan con llevarnos a la quiebra serían las pastillas contra la depresión. Pero para recuperar la alegría hace falta algo más que la estabilización de la situación económica y financiera. Hemos sufrido un tremendo desencanto, un desengaño nacional, y urge el equivalente a la psicoterapia: necesitamos comprendernos a nosotros mismos, que es lo que nos diría un psicólogo, reforzar nuestra autoestima y fijarnos nuevas metas colectivas. Si empezamos a hablar de todo eso en serio, es decir, si empezamos a actuar políticamente, pronto surgirá la ilusión por querer conquistar el futuro con nuestro esfuerzo. Y la ilusión es el camino que conduce a la alegría, que es la clave de la felicidad. Sí, me gustaría que los españoles recuperáramos la alegría y fuéramos felices, que al fin y al cabo es lo verdaderamente importante. Curiosa conclusión, ¿no les parece?: la política como clave de la felicidad, justo lo que pensaban los griegos cinco siglos antes de Jesucristo. Algunos, sin embargo, seguirán creyendo que todo es economía...

1 comentario:

Miñón dijo...

Me parece, Tomás, que esta reflexión es profunda y, además, es verdad. El problema que tenemos los españoles, dentro de una sociedad más plural en muchos sentidos que la anterior a la década de los setenta, es el materialismo rampante que nos domina. Se acabó la fiesta y estamos tristes porque no sabemos que hacer con nuestras vidas. Nuestra sociedad necesita urgentemente altas dosis de espiritualidad. Por cierto, el progresismo posmarxista tiene escasa espiritualidad por ser hedonista de raíz.