Demos un paso atrás, dejemos
aparcadas las urgencias de la crisis por un momento y analicemos la situación
política española. Creo que está plenamente confirmado que nuestra democracia
ha entrado en una nueva fase. Para comprender adecuadamente lo que está
sucediendo habría que referirse a diferentes cuestiones, pero quizá la mejor
forma de entender la situación en que nos hallamos sea ver las diferencias que
existen entre el CDS (el partido fundado por Adolfo Suárez) y UPyD.
Presté mucha atención a UPyD desde
el comienzo de su andadura, y en alguna conversación con amigos del PP mencioné
que estaba convencido de que este partido podría llegar a desempeñar un papel
de cierta importancia en el futuro. Con la cortedad de miras que suele
caracterizar a los políticos, recuerdo que uno de ellos me dijo que UPyD no tenía
ninguna posibilidad y que acabaría desapareciendo, tal como le sucedió al CDS.
Pretender relacionar el CDS y UPyD significa no entender nada de lo que está
pasando en España.
El CDS fue un partido que se
originó todavía en el marco de la fragmentación política que caracterizó
los años de la Transición. Recordemos que Suárez lo funda en 1982 y se presenta
bajo sus siglas a las elecciones de octubre de ese año que ganó el PSOE por
mayoría absoluta. Podría decirse que tanto por el año de su fundación como por
su fundador el CDS era un partido ligado a la Transición. En esos años (1975-1982),
UCD gobernó con mayorías relativas, y hubo partidos nacionales minoritarios con
importante peso parlamentario (el PCE y Alianza Popular). Una vez concluida la
Transición, la política española se fue polarizando, es decir, los dos grandes
partidos fueron acumulando cada vez mayor número de votos y de parlamentarios
en detrimento de los partidos minoritarios nacionales. El PCE, luego Izquierda
Unida, se mantuvo bastante bien con Julio Anguita, pero, tras la desaparición
de UCD, Alianza Popular se convirtió en el referente de la derecha y el CDS,
tras un buen resultado en 1986, retrocedió en 1989 y, finalmente, el sistema
electoral lo borró del parlamento en 1993. Desde entonces hemos vivido unos
años de consolidación del bipartidismo que está llegando a su fin.
UPyD es el primer partido
nacional post-transicional que accede al Congreso de los Diputados. Según las
encuestas, aumenta su intención de voto, aunque evidentemente el sistema
electoral impide que amenace la hegemonía de los dos grandes partidos. El ascenso
de UPyD y la recuperación de IU se explican por un fenómeno que ahora mismo me
parece casi imparable: la convicción de buena parte del electorado de que tal
como actualmente funciona la política poco importa votar al PP o al PSOE. Esto
es lo que explica que el desgaste del PP no se traduzca en el aumento de las
expectativas de voto del PSOE. Los ciudadanos observan que los gobiernos de
España han perdido la capacidad de decidir autónomamente y actúan casi al
dictado de lo que exigen otros Estados u organismos internacionales. No hemos
perdido nuestra soberanía, que nadie se engañe en esto, lo que hemos perdido es
el coraje y la decencia política que exigen no olvidarnos del soberano, es decir, del
pueblo español. Y eso hace que éste paulatinamente vaya retirando su apoyo a
los dos grandes partidos y ande cada vez más convencido de que los políticos
son una parte importante de los problemas actuales de España. ¡Cómo no van a
serlo si el año pasado nos reformaron la Constitución para evitar que la prima
de riesgo se disparara y hoy la tenemos más alta! El pueblo español es
ciertamente borreguil y detesta pararse a pensar políticamente, pero este caso
es clamoroso.
La desafección hacia los
grandes partidos liderados por políticos (Rajoy y Rubalcaba) pertenecientes a una
generación en claro retroceso (de este tema me he ocupado en mi libro “Justicia
transicional, memoria histórica y crisis nacional”, por si a alguno le interesa
el asunto) va a continuar e incluso se acentuará. Yo veo que estamos ante una
oportunidad magnífica para volver la vista hacia los grandes problemas
nacionales y recuperar el interés por la política, como sucedió en los años de
la Transición. El problema es que, a diferencia de aquellos años, el
funcionamiento de los partidos políticos ha implantado una cultura política que
ha arrasado con las vocaciones políticas de muchos españoles interesados por participar
activamente en los asuntos públicos, y que cuando lo han intentando se han
visto obligados a dar un paso atrás horrorizados al ver cómo funciona la política
en España. Por eso los partidos políticos suelen estar saturados de pelotas de
formación escasa y mediocre. La opinión pública tiene razón en estar
preocupada: no tenemos políticos capaces. Es como si el cuerpo electoral
gritara que ha aprendido la lección, que no está dispuesta a volver a ser
engañada por la enésima apelación al voto útil, que está lista para dar la oportunidad
a otras formaciones y, sin embargo, nadie recogiera el guante, ni siquiera en
los grandes partidos. ¿Qué políticos jóvenes pueden relevar a Rajoy y a
Rubalcaba? Es formular esta pregunta e inmediatamente, al menos así me sucede a
mí, hacerse el silencio. La respuesta podría ser UPyD, pero para ello hace
falta que Rosa Díez se rodee de gente de verdadera envergadura. Alguna figura
de talla ha recalado en UPyD, pero falta todavía mucho.
Así que así estamos. La crisis
económica y financiera está unida a la crisis nacional, pues los españoles
debemos decidir muchas cosas respecto a nuestra manera de entender la nación,
entre ellas la necesidad de repensar nuestro papel en esta Unión Europea. Pero
repensar los problemas nacionales requiere ciudadanos activos, críticos y,
especialmente, políticos capaces. Cuando ambas cosas escasean nos empezamos a
dar cuenta de la magnitud de esta crisis.
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