miércoles, 8 de agosto de 2012

Las diferencias entre el CDS y UPyD (sobre la situación política actual)

Demos un paso atrás, dejemos aparcadas las urgencias de la crisis por un momento y analicemos la situación política española. Creo que está plenamente confirmado que nuestra democracia ha entrado en una nueva fase. Para comprender adecuadamente lo que está sucediendo habría que referirse a diferentes cuestiones, pero quizá la mejor forma de entender la situación en que nos hallamos sea ver las diferencias que existen entre el CDS (el partido fundado por Adolfo Suárez) y UPyD.

Presté mucha atención a UPyD desde el comienzo de su andadura, y en alguna conversación con amigos del PP mencioné que estaba convencido de que este partido podría llegar a desempeñar un papel de cierta importancia en el futuro. Con la cortedad de miras que suele caracterizar a los políticos, recuerdo que uno de ellos me dijo que UPyD no tenía ninguna posibilidad y que acabaría desapareciendo, tal como le sucedió al CDS. Pretender relacionar el CDS y UPyD significa no entender nada de lo que está pasando en España.

El CDS fue un partido que se originó todavía en el marco de la fragmentación política que caracterizó los años de la Transición. Recordemos que Suárez lo funda en 1982 y se presenta bajo sus siglas a las elecciones de octubre de ese año que ganó el PSOE por mayoría absoluta. Podría decirse que tanto por el año de su fundación como por su fundador el CDS era un partido ligado a la Transición. En esos años (1975-1982), UCD gobernó con mayorías relativas, y hubo partidos nacionales minoritarios con importante peso parlamentario (el PCE y Alianza Popular). Una vez concluida la Transición, la política española se fue polarizando, es decir, los dos grandes partidos fueron acumulando cada vez mayor número de votos y de parlamentarios en detrimento de los partidos minoritarios nacionales. El PCE, luego Izquierda Unida, se mantuvo bastante bien con Julio Anguita, pero, tras la desaparición de UCD, Alianza Popular se convirtió en el referente de la derecha y el CDS, tras un buen resultado en 1986, retrocedió en 1989 y, finalmente, el sistema electoral lo borró del parlamento en 1993. Desde entonces hemos vivido unos años de consolidación del bipartidismo que está llegando a su fin.

UPyD es el primer partido nacional post-transicional que accede al Congreso de los Diputados. Según las encuestas, aumenta su intención de voto, aunque evidentemente el sistema electoral impide que amenace la hegemonía de los dos grandes partidos. El ascenso de UPyD y la recuperación de IU se explican por un fenómeno que ahora mismo me parece casi imparable: la convicción de buena parte del electorado de que tal como actualmente funciona la política poco importa votar al PP o al PSOE. Esto es lo que explica que el desgaste del PP no se traduzca en el aumento de las expectativas de voto del PSOE. Los ciudadanos observan que los gobiernos de España han perdido la capacidad de decidir autónomamente y actúan casi al dictado de lo que exigen otros Estados u organismos internacionales. No hemos perdido nuestra soberanía, que nadie se engañe en esto, lo que hemos perdido es el coraje y la decencia política que exigen no olvidarnos del soberano, es decir, del pueblo español. Y eso hace que éste paulatinamente vaya retirando su apoyo a los dos grandes partidos y ande cada vez más convencido de que los políticos son una parte importante de los problemas actuales de España. ¡Cómo no van a serlo si el año pasado nos reformaron la Constitución para evitar que la prima de riesgo se disparara y hoy la tenemos más alta! El pueblo español es ciertamente borreguil y detesta pararse a pensar políticamente, pero este caso es clamoroso.

La desafección hacia los grandes partidos liderados por políticos (Rajoy y Rubalcaba) pertenecientes a una generación en claro retroceso (de este tema me he ocupado en mi libro “Justicia transicional, memoria histórica y crisis nacional”, por si a alguno le interesa el asunto) va a continuar e incluso se acentuará. Yo veo que estamos ante una oportunidad magnífica para volver la vista hacia los grandes problemas nacionales y recuperar el interés por la política, como sucedió en los años de la Transición. El problema es que, a diferencia de aquellos años, el funcionamiento de los partidos políticos ha implantado una cultura política que ha arrasado con las vocaciones políticas de muchos españoles interesados por participar activamente en los asuntos públicos, y que cuando lo han intentando se han visto obligados a dar un paso atrás horrorizados al ver cómo funciona la política en España. Por eso los partidos políticos suelen estar saturados de pelotas de formación escasa y mediocre. La opinión pública tiene razón en estar preocupada: no tenemos políticos capaces. Es como si el cuerpo electoral gritara que ha aprendido la lección, que no está dispuesta a volver a ser engañada por la enésima apelación al voto útil, que está lista para dar la oportunidad a otras formaciones y, sin embargo, nadie recogiera el guante, ni siquiera en los grandes partidos. ¿Qué políticos jóvenes pueden relevar a Rajoy y a Rubalcaba? Es formular esta pregunta e inmediatamente, al menos así me sucede a mí, hacerse el silencio. La respuesta podría ser UPyD, pero para ello hace falta que Rosa Díez se rodee de gente de verdadera envergadura. Alguna figura de talla ha recalado en UPyD, pero falta todavía mucho.

Así que así estamos. La crisis económica y financiera está unida a la crisis nacional, pues los españoles debemos decidir muchas cosas respecto a nuestra manera de entender la nación, entre ellas la necesidad de repensar nuestro papel en esta Unión Europea. Pero repensar los problemas nacionales requiere ciudadanos activos, críticos y, especialmente, políticos capaces. Cuando ambas cosas escasean nos empezamos a dar cuenta de la magnitud de esta crisis. 

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