miércoles, 26 de julio de 2023

El resultado de las elecciones evidencia la necesidad de reformar el sistema electoral

Si las encuestas no se hubieran equivocado, en este momento estaríamos ilusionados con la posibilidad de que Feijóo conformara un gobierno que revirtiera todos los desmanes cometidos por Sánchez y sus aliados. Muy probablemente hubiéramos mirado hacia otro lado y seguiríamos ignorando el grave problema que aqueja a nuestra democracia: el actual sistema electoral no es capaz de evitar que la estabilidad política esté en manos de partidos independentistas que sólo desean erosionar el Estado para alcanzar sus objetivos. Ante esta situación, todo depende de la responsabilidad, el patriotismo y el sentido de Estado de los líderes políticos. Demasiado arriesgado: la capacidad y la moralidad de los políticos es muy importante para que la democracia funcione adecuadamente, pero el engranaje institucional debe ayudar a blindarnos frente a políticos como Pedro Sánchez, capaces de todo para seguir en el poder. Como no hay mal que por bien no venga, debemos dejar a un lado la decepción por el resultado electoral y examinar la situación con realismo y radicalidad, es decir, yendo a la raíz del problema. Apunto esto porque parece que en el PP están debatiendo si la estrategia de la campaña fue correcta o no. Algunos piensan que desmarcándose de Vox se contribuyó a su “demonización” y por ese camino se movilizó al votante de izquierda. Otros, por su parte, creen que no había que haber ofrecido ningún pacto al PSOE y que todo hubiera ido mucho mejor para el PP si se hubiera seguido el camino de Mazón en la Comunidad Valenciana. Todo este debate puede tener cierto interés desde la perspectiva de la lucha partidista, pero me interesa relativamente poco a la vista de que la investidura de Sánchez depende de Bildu, ERC y Junts, y la de Feijóo del PNV, algo absolutamente inaceptable que requiere ser examinado con detenimiento y volver sobre temas que el lector de este blog sabe que me preocupan desde hace mucho tiempo.

No puedo evitar volver a recordar lo que sucedió el 20 de noviembre de 2011, una de las fechas más importantes de la historia reciente de España. Tras una segunda legislatura de Zapatero plagada de mentiras sobre la situación económica de España, que condujeron en 2010 a congelar las pensiones (lo que negó Sánchez a Feijóo en el debate) y a bajar el sueldo de los empleados públicos, entre otros muchos recortes, los ciudadanos castigaron severamente al PSOE en las urnas. La crisis económica situaba a España al borde de la catástrofe y los ciudadanos confiaron mayoritariamente en el PP de Mariano Rajoy. Pero me gustaría recordar hasta qué punto llegó este apoyo, porque creo que no se es consciente de la importancia de lo que sucedió ese día. Con una participación del 68,94%, es decir, casi cinco puntos más baja que en 2008, el PP obtuvo nada menos que 10.866.566 millones de votos, el 44,63%. Podría pensarse que este partido recibió muchos votos socialistas y probablemente fuera así, pero hubo otro partido socialdemócrata, UPyD, que recibió 1.143.225 millones de votos, el 4,70%, y obtuvo 5 diputados, que le permitían tener grupo parlamentario propio. El PP y UPyD sumaron más de doce millones de votos y representaban casi el 50% de los votos emitidos. Era el momento idóneo para abordar las grandes transformaciones que necesitaba el sistema político español, incluyendo reformas constitucionales. El programa electoral con el que UPyD concurrió a dichas elecciones (https://e00-elmundo.uecdn.es/elecciones/elecciones-generales/2011/programas/pdf/upyd.pdf) tenía como primer punto la reforma de la ley electoral y como segundo la reforma de la Constitución y del Estado, justo lo que ahora vemos que se tenía que haber puesto en marcha.

Rajoy no hizo nada para evitar que la gobernabilidad de España dependiera de los partidos que buscan la destrucción del Estado. Para él lo único importante era la economía, hacer frente a la crisis de deuda soberana que comprometía nuestra viabilidad. Pero ese no era el único problema, al margen de que las reformas imprescindibles de la Administración y del modelo de Estado podían haber ayudado a sanear las finanzas españolas. La inacción política de Rajoy llegó a tal extremo que, pese a tener semejante apoyo popular, fue incapaz de impedir la consulta soberanista que puso en marcha Artur Mas en noviembre de 2014. Un año más tarde, en las elecciones generales de 2015, el PP pasaba a tener 123 escaños, UPyD daba paso a Ciudadanos, que con Rivera al frente alcanzaba los 40 diputados, y entraba en la escena política Podemos. Empezaba una nueva etapa en la que el gran problema del chantaje de los partidos independentistas quedaba pendiente de resolver. La presencia de dos nuevos partidos minoritarios de ámbito nacional podía hacer pensar que el problema del sistema electoral no era tal, pero el tiempo ha demostrado que la reforma era absolutamente necesaria.

La propuesta de UPyD consistía en aumentar el número de diputados y que 200 de ellos se eligieran en una circunscripción única para toda España. Además, proponían listas abiertas y una reforma de la Constitución para suprimir posteriormente la circunscripción provincial para sustituirla por la de las Comunidades Autónomas. Con todo ello se buscaba evitar la desproporción entre el número de votos que unos partidos y otros necesitaban para alcanzar representación parlamentaria. Me parece que era una propuesta excesivamente compleja porque entrañaba una innecesaria reforma constitucional.

El Congreso de los Diputados debe ser una cámara a la que accedan partidos que acrediten una implantación nacional. No hace falta cambiar la democracia parlamentaria y sustituirla por un sistema presidencialista como el de Francia. Es más, tampoco es necesario acabar con la circunscripción provincial y sustituirla por una circunscripción única que requeriría la reforma de la Constitución, tal como en parte proponía UPyD. La ley electoral debería establecer una serie de requisitos para poder acceder al Congreso de los Diputados cuya justificación sea razonable. En las elecciones autonómicas algunas comunidades autónomas exigen alcanzar un 5% del total de votos emitidos para poder tener representación parlamentaria. Esto responde a evitar la excesiva fragmentación del parlamento y favorecer así la estabilidad política. Se podría incorporar la misma barrera a la ley electoral nacional apelando a la misma justificación. Pero, junto a esta, yo incluiría otra barrera que considero plenamente justificada: cualquier formación que desee acceder al Congreso de los Diputados debería obtener representación parlamentaria en provincias -no se altera la circunscripción prevista en la Constitución- de seis o siete comunidades autónomas diferentes. Con ello se garantiza que la formación en cuestión acredite la suficiente implantación nacional. Un partido o coalición que carezca de implantación nacional puede buscar directamente el interés particular en lugar del general, y eso debe combatirse, aunque sea a costa de dificultar la puesta en marcha de nuevos proyectos políticos que difícilmente pueden lograr semejante representación en el comienzo de su andadura. En todo caso, lo más importante es no aparcar este debate por más tiempo. Quizá esta sea la única ventaja de este resultado electoral. Estas barreras que deberían introducirse en la ley electoral no son una garantía absoluta, pero hay que hacer frente al problema con toda claridad. Sin duda los partidos independentistas protestarían y responderían en la calle, pero su lugar no es el Congreso de los Diputados, sino una cámara de representación territorial, papel que debería desempeñar el Senado y que sí exigiría una reforma constitucional.


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