lunes, 29 de octubre de 2012

Goya

Hace pocos días, aprovechando que estuve en Madrid, fui a visitar el Museo del Prado. Contemplar esos cuadros es como abrir una ventana a nuevos y fascinantes universos, pero no resulta fácil abrirse camino entre todas aquellas obras. El visitante llega sumamente condicionado. Sabe quienes son los grandes pintores, e incluso creo haber visto un folleto en el que una turista iba tachando las obras maestras -debidamente identificadas- que ya había visto. Hay información de cada sala y de cada obra. Supongo que estarán pensando que eso es estupendo, ¿no? Te explican el cuadro, te lo dan mascadito y el espectador no tiene más que ingurgitarlo todo con el fin de acumular mayor cultura. ¿Qué otra cosa puede hacer el lego en arte? Lo lógico es que se muestre receptivo a aprender de los expertos. Y no digo yo que no tenga que ser así, pero tanta información me provoca cierto desencanto. Por eso hice un esfuerzo por aproximarme a las obras lo más libre de prejuicios que me fuera posible, no por arrogancia, sino por el sincero deseo ser lo más pristinamente receptivo al mensaje -si lo hubiera- del artista. ¿Y saben qué me pasó?  Pues que me entusiasmó Goya. Su evolución, que es también en buena medida la de España, es espectacular. Sus obras de la España del siglo XVIII reflejan una sociedad tranquila, feliz, pacífica que se va a ver sacudida con la invasión napoleónica y la Guerra de la Independencia. Los cuadros del 2 y el 3 de mayo nos logran transmitir la rabia y la impotencia de aquellas jornadas. Y luego los retratos profundos y certeros de la familia real. Parece increíble que los protagonistas no se dieran cuenta de que Goya no los estaba retratando, sino desnudando ante el mundo, y no fueran capaces de sentir repugnancia de sí mismos -en el caso de Fernando VII- ante la contemplación de su maldad reflejada en el pincel de Goya. Deberían haber dicho lo que el Papa Inocencio X murmuró al contemplar el genial retrato de Velázquez: "Vero, troppo vero". Luego esas pinturas negras del siglo XIX marcado por la pérdida de la imocencia de la sociedad y del propio artista. En fin, fantástico. Claro, conocía a Goya, pero verlo de cerca es toda una experiencia.

domingo, 28 de octubre de 2012

La deriva del PSOE

Desde que Zapatero decidió, ante el silencio cómplice de los socialistas que ahora se lamentan, que el PSOE dejara de ser un partido nacional, era cuestión de ver cuánto tiempo tardaría en germinar la semilla del desastre. Ya se ha producido y cunde el pánico. El PSOE no es ni siquiera un partido a la deriva, ha dejado de ser un partido, tal y como demuestra la última locura del PSC. No les basta con propugnar un difuso Estado Federal, sino que ahora dicen que hay que reconocer el derecho a decidir y que, en cualquier caso, Cataluña debe tener un trato especial, sin concretar en qué consista dicho trato. Así es imposible. Es evidente que el PSOE no puede seguir unido a este PSC, pero el problema va más allá de Cataluña. ¿Qué sucede con los socialistas en la Comunidad Valenciana? Cualquier posible votante desconoce a qué tipo de políticas serviría su voto. Se sabe que si la aritmética lo permite se aliarán con Compromís y con Esquerra Unida para arrebatar el poder al PP. Y así en Baleares o en Galicia en su día. El problema del PSOE es monumental. No sólo se echan en falta políticos de talla. Urge un discurso nacional, pero dudo si eso es posible con la actual estructura federal de ese partido. Quizá deban optar por una especie de refundación que a mi juicio exigirá subrayar un mensaje de igualdad y justicia social para todos los españoles incompatible con los excesos y deslealtades de los nacionalismos periféricos, por eliminar cualquier ambigüedad en la defensa enérgica de la nación española, en la lealtad a la Constitución -sin que ello impida posibles reformas-, y por no poner en duda el régimen monárquico.

El fracaso de la reforma laboral

Los últimos datos del paro son bastante significativos. Por una parte, como era previsible, se destruye ya más empleo público que privado, cosa que alegra a muchos porque constataría que verdaderamente -por si alguien lo dudaba- se están llevando a cabo los recortes encaminados a reducir el déficit público. Pero también sigue aumentando el paro en el sector privado, lo cual evidencia que todavía estamos en lo más hondo de la crisis -pese a que empiezan a aparecer algunos datos que invitan al optimismo-, y que la reforma laboral en buena medida ha sido un trágico fracaso. Cuando se aprobó, discutí vehementemente con algún colega sobre la misma. No veía mal algunas medidas encaminadas a flexibilizar las relaciones laborales y evitar que el despido fuera la principal opción del empresario ante las dificultades, pero me indignaba el abaratamiento del despido unido a la ampliación de las causas objetivas. Pensana que los EREs se iban a disparar, pero, sobre todo, que ese despido barato iba a cebarse con trabajadores fijos de cierta edad que serían sacrificados para ser sustituidos por trabajadores jóvenes con contratos precarios. Cualquiera que reflexionara un poco podía darse cuenta de algo tan evidente, pero nada. Pues bien, ya sabemos que esos temores se han hecho realidad y que ahora el gobierno busca la fórmula para evitar que las empresas aprovechen las posibilidades de la nueva norma para deshacerse de trabajadores mayores y caros. ¡A buenas horas! No hay remedio ni consuelo para todos esos trabajadores de más de cincienta años a los que se les ha arruinado la vida. Eso es lo que tiene legislar en el ámbito laboral sin tener suficientemente la realidad social española en las relaciones laborales. 

viernes, 19 de octubre de 2012

Los "socios" europeos

Lo están viendo, ¿no? Ni siquiera se respeta el compromiso de recapitalizar directamente a los bancos, que lógicamente debería producirse cuanto antes si de verdad se desea ayudar a España y por extensión a la zona euro. Seguimos en la incertidumbre respecto al rescate porque afortunadamente Rajoy no está dando su brazo a torcer. La actitud de Alemania, y no digamos la de Holanda, Austria y Finlandia, es vergonzosa. Estos son los "socios" europeos, ya ven. 

martes, 2 de octubre de 2012

Saboreando la España profunda

Volvía de Orihuela en tren. En el vagón había dos hombres más. Uno se sentaba a mi izquierda, al otro lado del pasillo. Era bajito, como un español de los años treinta, parecía labriego e iba bastante desarreglado. El tren se puso en marcha y se arrancó a cantar flamenco mientras yo intentaba leer “Grandes esperanzas”, de Dickens, que, por cierto, me está defraudando. Desistí del intento y me centré en el recital improvisado que se me regalaba. Paisaje de la vega baja, tren de gasoil obsoleto y flamenco. Estaba saboreando España. Aunque intenso, poco duró aquello. Llegamos a la estación de Callosa de Segura y el cantaor se dispuso a apearse. No piense el lector que le hice palmas o le jaleé unos cuantos “olés”, pero el artista se dio cuenta de que no estaba a disgusto y me espetó un castizo “¿A que ta gustao?”. Con mi mejor sonrisa le contesté “sí, hombre, sí”. Hoy, de buena mañana, un barrendero pasaba por delante de mi casa cantando aflamencadamente “Ausencia” (creo que así se titula), de David Bisbal. También disfruté escuchándolo, aunque no le recomendaría que se presentara a los famosos castings. Como la llegada del melonero, el afilador o el tapicero, me alegra ver que todavía hay gente que canta por la calle, rasgo genuinamente español. Escuchar a estos dos espontáneos ha sido como tomar contacto con esa alma española cuya vitalidad permanece agazapada para, cuando menos se lo esperen unos y otros, darnos una sorpresa. 

domingo, 30 de septiembre de 2012

Un comentario a "aporías nacionalistas", de García Amado

Este fin de semana, Juan Antonio García Amado, autor del blog “Dura lex”, referenciado en este blog como uno de los que sigo, ha publicado dos entradas sobre las aporías del nacionalismo. En la primera de ellas, única en la que me detendré, se dedica a mostrar que las reivindicaciones nacionalistas conducen a aporías insostenibles cuando simultáneamente se recurre al argumento identitario y al de la queja por el trato injusto. Puedo compartir plenamente su argumentación en este punto, que es desarrollada con la claridad que le caracteriza. Mi interés se centra en la hipótesis de que un nacionalismo de unión y otro de secesión –por utilizar sus términos- recurran exclusivamente al argumento de la identidad nacional. Según García Amado en estos casos no parece haber mucho que hacer, el conflicto está servido sin remedio. Quizá los párrafos más elocuentes sean estos dos: 

“Ahora veámoslo desde el punto de vista del nacionalismo de la unión. En el ejemplo con el que comparamos e ilustramos, es mi mujer la que quiere por encima de todo que continuemos juntos. ¿Qué puede o debe hacer? Si yo me sirvo del argumento de la identidad y ella trae a colación el de la identidad suya, estamos en un callejón sin salida. Ella se empeña en que no puede vivir sin mí, pero yo insisto en que solo puedo vivir sin ella. En esa tesitura, podrá acudir a la ley el que la tenga de su parte, por ejemplo si en ese sistema jurídico no está regulado el divorcio o la separación. Entonces la ley está del lado de mi mujer y podrá invocarla a su favor para mantenerme con ella coactivamente, pero ¿tiene sentido que se obligue a dos a vivir juntos cundo hay uno que no soporta al otro? Esa es la aporía o callejón sin salida cuando chocan dos nacionalismos de la identidad, el uno de unión y el otro de separación. No hay tutía”. 

Y, sin analogía alguna, su posición se resume así: 

“La contraposición de nacionalismos de la identidad aboca sin remedio al conflicto: habrá uno que pierda o se rinda y habrá otro que venza y se salga con la suya, pero ambos se sentirán cargados de razones sustanciales, metafísicas casi cuando hablamos de naciones. Por definición, por el modo de ser de cada uno, los nacionalismos de la identidad están incapacitados para negociar, pues arrancan de premisas innegociables siempre que el uno sea nacionalismo de unión y el otro de separación”. 

Es verdad que dos nacionalismos de identidad que tienen como objetivo irrenunciable la unidad por un lado y la independencia por otro se encaminan a un conflicto que lo más probable es que se salde con un ganador y un perdedor. Da la impresión de que a García Amado le parece que en el debate identitario las razones importan poco y, en cualquier caso, serán incapaces de evitar que se produzca la confrontación. Digo esto porque alude a que las naciones se fundan en “razones sustanciales, metafísicas”. Este punto me parece bastante importante y por ello quiero detenerme en él. 

La cuestión radica en si cuando se trata del nacionalismo la clave se halla en los sentimientos de identidad y en la voluntad colectiva de caminar en una determinada dirección coherente con dichos sentimientos. Es cierto que toda nación sobrevive en tanto permanezcan activos los lazos afectivos que sirven para trazar conjunta y voluntariamente metas colectivas, la primera de las cuales es buscar juntos el bien común. Como decía Renan, una nación es un plebiscito cotidiano. Pero no sólo eso, una nación es una sociedad completa,  como explica Julián Marías, es decir un lugar en el que hallamos una serie de vigencias generales que nos permiten desarrollar la totalidad de lo que se considera una vida plena y que la diferencian de otra sociedad de forma sustancial. Aunque cada región implique determinadas peculiaridades en el modo de vivir, la región se caracteriza por no alterar sustancialmente el modo de vivir, por lo que cambiando de región podemos decir que estamos en la misma sociedad. 

¿Es posible discutir racionalmente sobre cuándo una sociedad cambia sustancialmente y se convierte en otra distinta? Esta pregunta es importante no sólo desde un punto de vista teórico, sino también porque si ignoramos los datos objetivos que identifican a una nación y se produce la secesión de una región que erróneamente se ha considerado a sí misma una nación las consecuencias vitales para sus miembros pueden ser bastante más graves que las económicas, que son las únicas que al parecer hoy importan. Concretemos la pregunta: ¿la sociedad catalana o la sociedad vasca son sustancialmente distintas del resto de la sociedad española, y puede hablarse, por tanto, de una diferencia análoga a la que existe entre la sociedad española y la francesa o la portuguesa, por ejemplo? Que hay particularidades notables en el País Vasco y Cataluña nadie lo niega. El propio Franco, en su testamento político, exhorta a preservar la unidad de España exaltando la rica multiplicidad de sus regiones. La cuestión es si son verdaderamente una nación, es decir, si son sociedades sustancialmente distintas del resto de España. Y esto no depende de su voluntad, sino que es cuestión de examinar su estructura social que en buena medida se explica por la historia. 

Mi respuesta es claramente negativa, especialmente en el caso de Cataluña. España es la nación más antigua de Europa y esta afirmación no supone darle una solidez especial fundada meramente en el paso del tiempo, sino que la historia pone de relieve una permeabilidad social constante que ha hecho de España una sociedad completa, aunque se preserven las particularidades regionales. Y esta permeabilidad ha sido particularmente acusada en el último siglo y medio. La sociedad catalana y vasca han recibido una inmigración del resto de España que sólo se explica por su pertenencia indiscutible a la nación española. Algo como lo acontecido en estas regiones sería inaudito que se produjera sin levantar temores entre dos naciones. Por ejemplo, ¿se imaginan que todos los trabajadores extremeños y andaluces que emigraron a Cataluña hubieran sido franceses o rumanos? No hubo ningún problema porque todos eran españoles, y lo mismo cuando se trata del País Vasco. ¿Qué era el País Vasco a finales del siglo XIX? Le sugiero al lector que indague en la población de Bilbao y San Sebastián en 1870. ¿Sorprendido, lector, al ver que esos “históricos” territorios de esa comunidad histórica carecían de importancia? 

Cuando se trata de nacionalismos identitarios, la historia y una fina observación de la realidad social puede proveernos de argumentos objetivos con los que contrarrestar la voluntad de una determinada región por independizarse. Cierto que dicha voluntad podrá existir, manifestarse y aspirar a cambiar la realidad, pero me parece importante, y por ello este comentario a la entrada de García Amado, señalar que en un debate sobre nacionalismos identitarios una parte puede tener más razón que la otra o incluso toda la razón, aunque tener la razón no sea suficiente para enervar la confrontación. Por ello, para concluir diré que, si estoy en lo cierto y es posible utilizar argumentos a favor de un nacionalismo y no de otro que vayan más allá de la voluntad de ser nación, los partidos nacionales deberían utilizarlos y no conformarse con apelar a la Constitución. ¿Por qué demonios no se puede sostener que Cataluña es una región, y que hoy Cataluña no se explica si no es como el resultado de su pertenencia indiscutible a la nación española de la que ha recibido a cientos de miles de trabajadores que han contribuido a su prosperidad? No hay que rechazar el debate con los nacionalistas, máxime cuando no tienen razón.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Sobre las caricaturas de Mahoma

El tema de las caricaturas de Mahoma requiere una respuesta que nos permita escapar de ese dilema diabólico en que parece que estamos varados: si se opta por no publicar las caricaturas se estaría renunciando a los propios principios en defensa de la libertad de expresión, lo cual además podría ser interpretado como un triunfo de los intolerantes. Por el contrario, si se publican alguno pensará que es una imprudencia innecesaria que puede tener graves consecuencias. ¿Cómo actuar en este y en otros casos semejantes?

En el blog hay un post titulado “Una mezquita en la zona cero”. Lo que allí dije puede servir para este caso, aunque habrá que ser más explicito. A mi juicio, la clave está en darse cuenta de que el ejercicio legítimo de un derecho fundamental no es garantía de convivencia pacífica si no está inspirado por un deseo de concordia. ¿El derecho a la libre expresión ampara la crítica a las religiones? Sí, siempre que no se incurra en el insulto. Aquí topamos con el primer problema, pues puede no ser fácil determinar cuándo estamos ante un insulto. Los miembros de una religión pensarán que determinada caricatura es una blasfemia intolerable mientras que el autor sólo tenía intención de bromear. Vamos a dejar fuera los casos claros de insultos a una religión, pese a que como digo aquí es difícil hallar claridad, y centrémonos en supuestos en los que se critica satíricamente, tal y como ha sucedido con esas viñetas francesas.

En estos casos se estaría ante un ejercicio legítimo del derecho a la libre expresión amparado por el ordenamiento jurídico. ¿Y no es el titular del derecho quién determina cuándo y cómo desea ejercer legítimamente su derecho? Sí, sin duda así es. Por consiguiente, cabría pensar que nada hay que objetar a la publicación de las caricaturas. Jurídicamente no, en efecto, pero, y esto es de la máxima importancia, la convivencia no se construye sólo a través del derecho. La política implica convivir juntos y  organizar la sociedad con el fin de alcanzar el bien común. Para ello, como decía al principio, al respeto a los derechos fundamentales hay que añadir la búsqueda de la concordia que puede exigir en ocasiones renunciar a todo aquello que sin ser esencial en la defensa de la propia posición sabemos que puede ofender al otro, aunque tengamos derecho a actuar así. ¿En qué se traduce este planteamiento? En afirmar que no hay nada censurable en quien movido por una voluntad de concordia se autolimita en el ejercicio de sus derechos y expresa sus opiniones con delicadeza. Así, por ejemplo, se puede criticar de palabra la actitud de los musulmanes fundamentalistas sin utilizar esas imágenes que tanto les molestan. Pero, se me objetará, ¿movidos por voluntad de concordia o más bien por miedo? Y, si es esto último, ¿dejarnos intimidar no supone renunciar a nuestra libertad? ¿No será, pues, que disfrazamos de voluntad de concordia nuestro miedo? Además, ¿qué sucede con quiénes hacen de las caricaturas satíricas su profesión? Estas preguntas, todas ellas pertinentes, no tienen respuesta fácil. Cada cual debe responderlas en su fuero interno y no permitir que el temor sea la causa de nuestra acción. Lo que sobre todo quiero destacar es que el ejercicio de los derechos fundamentales debería estar inspirado por un decidido afán de concordia. Cuando esto no es así surgen los agravios, las rencillas, los conflictos en definitiva que poco a poco van minando la convivencia. Si sabemos que para mucha gente la religión es algo muy importante en su vida, ¿qué se gana guisando Cristos o dibujando a Mahoma con una bomba en el turbante? Hay que ir por la vida diciendo lo que uno piensa, pero procurando no ofender innecesariamente a los demás en lugar de estampar nuestros derechos en la cara de los otros.