Ortega comienza "Mirabeau o el político" explicando que su fascinación por este personaje se debe a que percibe en él el contrapunto a su forma de ser. Lo entiendo muy bien. Yo también admiro a muchas personas -vivas o muertas- cuyo carácter difiere enormemente del mío y poseen unas cualidades que, si bien no envidio, sí que contemplo con admiración desde la distancia. Una de ellas es Luis Miguel Dominguín (1926-1996), un gran torero de personalidad arrolladora y gran vitalidad. No se dejaba impresionar por nadie, ni siquiera por Picasso -miren en YouTube la entrevista en la que cuenta la anécdota en la que dejó esperando a Picasso-. Era, además, un amigo leal y generoso, como se refleja en el libro "La puerta de la esperanza", escrito por José Luis Olaizola con base en las conversaciones mantenidas con Juan Antonio Vallejo-Nágera (amigo íntimo de Dominguín) pocos meses antes de morir. Dominguín me fascina por su decidida voluntad de "comerse el mundo", de disfrutar con nobleza y cierta pillería de todo aquello que la vida nos puede ofrecer. En otras personas ciertas actitudes de Dominguín pasarían por frivolidades, pero su autenticidad lo hacía imposible. Probablemente fuera esa autenticidad lo que cautivó a Picasso o al mismo Franco. En ocasiones, pienso en cómo abordaría Dominguín cierta situación y me hace gracia, porque mi reacción y la que imagino que él tendría son completamente distintas, quizá lo mismo que le pasaba a Ortega cuando pensaba en Mirabeau.
viernes, 28 de diciembre de 2012
domingo, 16 de diciembre de 2012
El rescate, cada día más lejos
Sí. Y no porque la economía mejore y no se necesite, sino porque cuanto más tiempo pase dicha petición supondría el reconocimiento del fracaso de Rajoy. El presidente no puede dejar pasar año y medio gobernando y luego reconocer que sus políticas han sido incapaces de evitar la petición de ayuda. Prefiero que sigamos esperando, creo que Rajoy acierta resistiéndose, cosa lógica por cierto, ya que no tiene garantías suficientes de que el rescate sea aprobado por todos los países. En el epicentro de la crisis, la esperanza pasa por lograr que los datos de déficit de 2012 sean buenos.
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Actualidad política
lunes, 3 de diciembre de 2012
¡Tú decides!
Incorporo al blog el artículo "¡Tú decides!" que, si mal no recuerdo, publiqué en el diario Las Provincias en 2006. Creo que puede ser de interés para mis alumnos de "Filosofía del Derecho" y también para los de "Teoría y Formas Políticas".
Estaba sentado en la playa tratando de disfrutar de la lectura; pero era inútil. A unos treinta metros, un niño, ante la absoluta indiferencia de su padre, se entretenía apretando una y otra vez el botón de la ducha de los bañistas. La dolorosa hemorragia acuil acabó por agotar las reservas de mi paciencia. Me levanté y fui directo hacia el padre tratando de contener mi indignación. Con toda corrección, le recordé que estábamos padeciendo una grave sequía y que no se debía malgastar agua. El hombre, completamente sulfurado, me ladró que él era de la Comunidad Valenciana –quizá se habría pensado que yo era un guiri- y que pagaba sus impuestos. Imposible dialogar; di media vuelta y regresé a mi sillita de playa con la conciencia tranquila. Desde allí escuché las bravatas de aquel infeliz que, en pleno retorno a la infancia, emulaba a su hijo apretando incesantemente el botón.
¡Tú decides!
Estaba sentado en la playa tratando de disfrutar de la lectura; pero era inútil. A unos treinta metros, un niño, ante la absoluta indiferencia de su padre, se entretenía apretando una y otra vez el botón de la ducha de los bañistas. La dolorosa hemorragia acuil acabó por agotar las reservas de mi paciencia. Me levanté y fui directo hacia el padre tratando de contener mi indignación. Con toda corrección, le recordé que estábamos padeciendo una grave sequía y que no se debía malgastar agua. El hombre, completamente sulfurado, me ladró que él era de la Comunidad Valenciana –quizá se habría pensado que yo era un guiri- y que pagaba sus impuestos. Imposible dialogar; di media vuelta y regresé a mi sillita de playa con la conciencia tranquila. Desde allí escuché las bravatas de aquel infeliz que, en pleno retorno a la infancia, emulaba a su hijo apretando incesantemente el botón.
Quizá les parezca evidente que este hombre no tenía derecho a derrochar agua impúdicamente, por muchos impuestos que pagara. Pero, pensémoslo más detenidamente, ¿por qué no? Al fin y al cabo era una ducha pública y no figuraba ningún cartel que restringiera su uso. Ni siquiera una de esas recomendaciones, con las que topo diariamente en los lavabos de mi Universidad, en las que se aconseja consumir agua responsablemente con un curioso “¡tú decides!” de apostilla.
Lo cierto es que, por extraño que parezca, la actuación de este hombre respondió a una idea bastante generalizada en nuestros días, según la cual todo lo que no está explícitamente prohibido, está permitido; y, dando un paso más, si está permitido quiere decir que se tiene derecho a hacerlo. La libertad individual goza así de las máximas garantías, pues la única fuente de la que podría emanar un deber jurídico serían las normas coactivas provenientes del poder público. Más allá, sólo
quedaría la bienintencionada apelación al “¡tú decides!”, que parece remitir a una instancia moral que actuaría como coto vedado frente a las injerencias de quijotes cívicos o buenos samaritanos, impertinentes en cualquier caso.
No es que la moral haya desaparecido del horizonte, entiéndase bien, sino que progresivamente se ha ido privatizando. Uno topa con diversas concepciones morales, es decir, de lo bueno y de lo malo, a las que puede adscribirse sin tener que dar explicaciones a nadie. Este fenómeno hace que, más allá de lo que prescriben las leyes y los usos sociales, la sombra de la anomia se extienda por la vida colectiva. Así se explica que en el cartelito del lavabo no se utilice un imperativo como “¡ahorre agua!” o “debes ahorrar agua”, perfectamente lógicos y plenamente justificados, y se opte por el timorato, aunque políticamente correcto, “¡tú decides!”.
La privatización de la moral constituye un fenómeno complejo que, sin duda, obedece a diversas causas. Quizá sea Kelsen (1881-1973) uno de los autores que más ha contribuido a potenciarlo, al ligar relativismo moral y democracia. Este filósofo del derecho, probablemente el más influyente del pasado siglo, sostuvo reiteradamente que todo aquel que cree en una verdad absoluta se orienta hacia una actitud autocrática. Dicho en otros términos, la asunción de una determinada concepción moral como absolutamente verdadera representa un riesgo para la democracia. De este modo, cabría pensar que un buen demócrata es aquel que en su casa y con sus afines dice lo que piensa, pero que, consciente de que no hay verdades absolutas, renuncia a convencer a nadie. Por ello, no es casualidad que, en un alarde de mistificación, con frecuencia nos encontremos con que alguien que no ha renunciado a sus convicciones, y además osa exponerlas y defenderlas argumentalmente con la máxima energía, pueda ser hoy tachado de fascista.
En definitiva, dada la privatización de la moral a la que asistimos, fácilmente se podría llegar a la conclusión de que, al levantarme de la silla e ir a cantar las verdades del barquero a aquel hombre, actué de manera intolerante y prepotente; nada menos que consideraba absolutamente malo lo que estaba haciendo, y pretendía convencerle de que renunciara a su acción (en este caso omisión). Intolerable; aquél era un genuino demócrata que pagaba sus impuestos sin meterse en la vida de los demás, al contrario de lo que yo hacía. Además, con su referencia a los impuestos me estaba recordando que sólo mediante una norma clara y precisa, elaborada democráticamente, se podría haber prohibido el uso ad libitum de la ducha. En fin, quizá les parezca excesiva mi irónica autocrítica: ¡ustedes deciden!
La privatización de la moral constituye un fenómeno complejo que, sin duda, obedece a diversas causas. Quizá sea Kelsen (1881-1973) uno de los autores que más ha contribuido a potenciarlo, al ligar relativismo moral y democracia. Este filósofo del derecho, probablemente el más influyente del pasado siglo, sostuvo reiteradamente que todo aquel que cree en una verdad absoluta se orienta hacia una actitud autocrática. Dicho en otros términos, la asunción de una determinada concepción moral como absolutamente verdadera representa un riesgo para la democracia. De este modo, cabría pensar que un buen demócrata es aquel que en su casa y con sus afines dice lo que piensa, pero que, consciente de que no hay verdades absolutas, renuncia a convencer a nadie. Por ello, no es casualidad que, en un alarde de mistificación, con frecuencia nos encontremos con que alguien que no ha renunciado a sus convicciones, y además osa exponerlas y defenderlas argumentalmente con la máxima energía, pueda ser hoy tachado de fascista.
En definitiva, dada la privatización de la moral a la que asistimos, fácilmente se podría llegar a la conclusión de que, al levantarme de la silla e ir a cantar las verdades del barquero a aquel hombre, actué de manera intolerante y prepotente; nada menos que consideraba absolutamente malo lo que estaba haciendo, y pretendía convencerle de que renunciara a su acción (en este caso omisión). Intolerable; aquél era un genuino demócrata que pagaba sus impuestos sin meterse en la vida de los demás, al contrario de lo que yo hacía. Además, con su referencia a los impuestos me estaba recordando que sólo mediante una norma clara y precisa, elaborada democráticamente, se podría haber prohibido el uso ad libitum de la ducha. En fin, quizá les parezca excesiva mi irónica autocrítica: ¡ustedes deciden!
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Reflexiones personales,
Sociedad
sábado, 1 de diciembre de 2012
Recorte a los pensionistas y pacto de Estado a la papelera
Dado que el objetivo es cumplir con el déficit -ojalá se logre-, no puede extrañar que el gobierno no revalorice las pensiones conforme al IPC de noviembre. Pero hay que ser conscientes de que este recorte es especialmente grave, no tanto por su cuantía, sino porque supone incumplir un pacto de Estado, el pacto de Toledo. Es verdad que ya lo hizo Zapatero en su día, siendo dicho incumplimiento duramente criticado por Rajoy. Ahora vuelve a suceder lo mismo y esto es muy grave. Si el gobierno preveía que podía ser necesario adoptar esta medida, creo que debía haberlo comunicado previamente al resto de partidos convocando el pacto de Toledo. No creo que fuera mucho pedir explicar cuál es la situación y poner las cartas boca arriba. Para mí es incomprensible, sobre todo cuando muy probablemente no vas a tener más remedio y se puede entender que toda la sociedad, incluidos los pensionistas, se vean afectados por los recortes.
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Actualidad política
jueves, 29 de noviembre de 2012
"Golpe de efecto"
Así se titula la última película protagonizada y producida, aunque no dirigida, por Clint Eastwood. Se la aconsejo, es una elección segura. He leído alguna crítica poco entusiasta, pero yo pasé un rato estupendo disfrutando con esta historia original y genuinamente americana en la que una vez más Eastwood protagoniza el papel de un hombre solitario cuya relación con su hija es difícil. El personaje de Eastwood es consciente de que la vejez le está mermando sus facultades, pero se resiste a admitirlo y no se deja ayudar, así que su hija deberá elegir entre echarle una mano o concluir exitosamente un caso que la convertiría en socia del bufete en que trabaja. La película refleja muy bien ese ambiente de beisbol, locales y música típica de aquel país. Quizá el final sea demasiado previsible, pero, qué demonios, la historia es bonita y además hay amor con final feliz. Por cierto, aunque se lo pueden imaginar, Eastwood lo borda, al igual que Amy adams y el propio Justin Timberlake.
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Películas
martes, 27 de noviembre de 2012
"Grandes esperanzas"
El título de esta novela de Dickens
refleja el ánimo con el que me embarqué en su lectura. En su día me decepcionó “Historia
de dos ciudades”, aunque he de reconocer la maestría de Dickens al mostrar
magistralmente cómo sacrificar la vida por amor puede dar sentido a una vida
desaprovechada. En estos casos la muerte es un gran triunfo. De “Grandes
esperanzas” esperaba una novela entretenida, con personajes sólidos, pero me he
encontrado con una narración desesperadamente parsimoniosa que no es compensada
por la profundidad psicológica que esperaba hallar. Claramente inferior a
Tolstoi o a Pérez Galdós, por ejemplo. Quizá la disposición a pedir y a aceptar
el perdón sea lo que más destacaría de esta novela que, siendo buena, no
deslumbra.
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Libros
lunes, 19 de noviembre de 2012
Miliki bien se merece una entrada
Yo fui uno de esos niños que crecimos disfrutando con los payasos de la tele, esos niños que, hoy convertidos en padres, solemos cantar algunas de sus bonitas y pegadizas canciones a nuestros hijos, y que nos afanamos en ir a comprar los dvds con sus actuaciones. Todos eran talentosos, ninguno desentonaba en su papel. Gabi, Fofó, Miliki y Fofito (y también Milikito, más conocido por Emilio Aragón) fueron los payasos de la alegría más que del humor. Eso es lo que los convirtió en inolvidables, en míticos, porque hemos olvidado las tramas de sus historietas, pero nunca olvidaremos que Miliki y su familia nos llenaron el corazón de alegría, que, si lo pensamos detenidamente, es lo más importante de la vida, porque no es posible la felicidad sin alegría, y ninguna moral parece admisible si sus normas tiñen la vida de tristeza y pesadumbre. De todo corazón, gracias Miliki por haberme ayudado a disfrutar de una niñez alegre y feliz.
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Sociedad
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