El País destaca en su edición digital que el Ayuntamiento de Granada financia un curso para ser la mujer diez, impartido por una asociación perteneciente al Opus Dei. En el curso se enseña a cocinar, a coser, a planchar y a hacer una compra inteligente que ayude a mantener la línea. Parece evidente que para el periódico progre el carácter noticiable radica en que se está ante un claro ejemplo de relegación de la mujer a un rol superado y supuestamente denigrante, a saber, la mujer como ama de casa al servicio de su marido y de sus hijos. Como se sabe con solo ojear algunas de esas revistas para mujeres que acompañan los periódicos del fin de semana, hoy en día la mujer diez es aquella que trabaja, tiene independencia económica y puede alcanzar todas las metas que se proponga exactamente igual que si fuera un hombre.
No pretendo defender que las mujeres tengan la obligación exclusiva de cuidar de la casa, su marido y sus hijos, pero sí me parece importante destacar que una familia bien organizada requiere un sacrificio que muchas veces pasa por la renuncia voluntaria de uno de los cónyuges, normalmente la mujer, al trabajo intensivo para ocuparse de las muchas tareas del hogar. Cuando no sucede así, los hijos reciben peor educación, dado que los padres no están encima de ellos, ni siquiera cerca para poder servirles de modelo y guía. El trabajo intensivo de los dos cónyuges redunda negativamente en la vida familiar. Al menos, es lo que yo observo en el ambiente que me rodea.
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