viernes, 31 de agosto de 2012

El caso Bolinaga

Por lo que se ha publicado en los medios de comunicación, la fiscalía, atendiendo a un informe médico que señala que el estado físico del etarra Bolinaga no es terminal, ha solicitado que permanezca en la cárcel. El juez ha argumentado en su resolución que los principios de humanidad y la dignidad de las personas deben predominar sobre cualquier otra consideración legal. En efecto, un Estado que reconoce la dignidad de todo ser humano no puede ser indiferente ante la situación de los presos. Pero la misericordia debe ponderarse con la firmeza de un Estado que persigue a aquellas personas que han ignorado la dignidad de sus víctimas al haber actuado con extrema crueldad, como hizo Bolinaga torturando despiadadamente a Ortega Lara. Comprendo que puede tratarse de un caso discutible, pero mi criterio sería haber esperado hasta el comienzo de la agonía y, mientras llega ese momento, facilitar al máximo las visitas de familiares y hacer todo lo posible por mejorar el entorno del preso en la cárcel.

P.D. Obviamente, estos comentarios no son valoraciones sobre la interpretación de la norma realizada por el juez, sino opiniones sobre los principios que deberían inspirar la legislación en esta materia.

sábado, 25 de agosto de 2012

La alegría de los españoles

Ayer, hablando con mi padre (nacido en 1927) de cómo están las cosas en España, le comentaba que me sorprendía mucho que Julián Marías dijera que en los años cuarenta los españoles tenían unas inmensas ganas de vivir, que fueron años de alegría. Parece increíble que hiciera tal afirmación cuando es sabido que fueron años de represión, de intensa persecución política, de hambre y cartillas de racionamiento, todo ello acompañado por las experiencias y recuerdos traumáticos vividos en los años de la Guerra Civil. Mi padre conoció esa época y coincide con Julián Marías. Estas opiniones pueden reflejar una sensación subjetiva que quizá mucha gente que también viviera en esa época no comparte, pero, si nos paramos a pensar, se puede llegar a entender que en unos años más duros que los actuales la desgracia no frenara esa corriente de alegría que percibieron Marías y mi padre.

Ninguna situación personal ni histórica se valora por lo que es, porque en los problemas humanos casi nunca las cosas son puramente en presente, lo cual, apuntémoslo de paso, es fuente de muchos conflictos y de infelicidad. Ese tipo de situaciones son el resultado de una interpretación que es síntesis de pasado, presente y futuro. Probablemente eso pueda explicar que los años cuarenta fueran alegres y que hoy sea deprimente contemplar los rostros de la gente al pasear por las calles de nuestras ciudades. En los años cuarenta el pasado era trágico, traumático, y el duro presente era el resultado de un enfrentamiento fraticida que afortunadamente había concluido. Mirar atrás era contemplar el error desde la desolación presente. Tanta tristeza reclamaba una dosis de alegría para confirmar que todo en el universo tiende a lograr un equilibrio natural. Justo lo contrario de lo que pasa ahora. Veníamos de vivir la “dolce vita”, y no me refiero únicamente a lo material. España había alcanzado el sueño europeo y sólo -se pensaba- nos podía esperar el progreso. Por eso la actual depresión económica se ha llevado por delante la alegría de los españoles. El contraste con nuestras expectativas forjadas en un pasado que, errores al margen, podía verse como un rotundo éxito ha sumido a la gente en la tristeza. “¡Nuestros hijos y nietos van a vivir peor que nosotros!”, se escucha decir. En esa frase se condensa un fracaso monumental que nos está hundiendo en la depresión. 

¿Podemos recuperar la alegría? ¿Cómo superar la depresión que nos aqueja? Si pensamos en la depresión como enfermedad, para curarse suele aplicarse un tratamiento farmacológico, pero también es habitual que éste se combine con psicoterapia. En la actual situación, la solución de los problemas macroeconómicos que amenazan con llevarnos a la quiebra serían las pastillas contra la depresión. Pero para recuperar la alegría hace falta algo más que la estabilización de la situación económica y financiera. Hemos sufrido un tremendo desencanto, un desengaño nacional, y urge el equivalente a la psicoterapia: necesitamos comprendernos a nosotros mismos, que es lo que nos diría un psicólogo, reforzar nuestra autoestima y fijarnos nuevas metas colectivas. Si empezamos a hablar de todo eso en serio, es decir, si empezamos a actuar políticamente, pronto surgirá la ilusión por querer conquistar el futuro con nuestro esfuerzo. Y la ilusión es el camino que conduce a la alegría, que es la clave de la felicidad. Sí, me gustaría que los españoles recuperáramos la alegría y fuéramos felices, que al fin y al cabo es lo verdaderamente importante. Curiosa conclusión, ¿no les parece?: la política como clave de la felicidad, justo lo que pensaban los griegos cinco siglos antes de Jesucristo. Algunos, sin embargo, seguirán creyendo que todo es economía...

miércoles, 22 de agosto de 2012

La "bomba"

No hay que tomarse a guasa los incidentes protagonizados por Sánchez Gordillo y los sindicalistas que le acompañan. Asaltar supermercados u ocupar hoteles son delitos que poco tienen que ver con una desobediencia civil pacífica y reivindicativa. Condena sin paliativos para él y sus compinches. Pero, aun tratando de ser benevolente al interpretar sus intenciones, ha habido una imagen que refleja el ánimo con el que este grupo afronta sus acciones, y que me reafirma más si cabe en el rechazo. Se supone que esta gente se ha lanzado a la calle como fruto de la indignación ante la injusticia social. Esa indignación debería verse reflejada en las acciones, en los gestos, en todo. Pues bien, muchas cosas se podría uno esperar de alguien a quien le hierve le sangre menos que ocupe un hotel y se vaya a la piscina a hacer la “bomba”. ¡Qué demonios de indignación es esa! Yo soy el que me indigno al verlos saltar como si se tratara de una jornada lúdico festiva. Una auténtica mamarrachada.

lunes, 20 de agosto de 2012

Vicenç Navarro y la bandera republicana

Hoy he leído un artículo de Vicenç Navarro en el que se falta a la verdad. Me parece muy respetable que este señor se sienta identificado con la bandera republicana, y que defienda que España debería recuperarla como símbolo que represente a todos los españoles. No creo que la exhibición de esa bandera incite a la violencia, como parece que ha dicho el Gobierno al prohibir animar a España con esa bandera en los juegos olímpicos, aunque estoy convencido de que no contribuye a unir a los españoles –siembra la discordia-, y por ello me parece una insensatez utilizarla.

De las opiniones que desliza en el artículo no comparto prácticamente ninguna, pero eso es irrelevante. Lo que me parece peligroso e indignante es faltar a la verdad, y eso es lo que hace este señor en su artículo. Y no precisamente en un tema secundario, sino en el punto central referente a la bandera republicana. Dice Vicenç Navarro: Mi bandera española (tan querida como La Senyera), es la bandera por la cual mis padres y su generación lucharon (perdiendo una guerra) y es la bandera que las fuerzas democráticas, también en Catalunya, defendimos durante la dictadura. La bandera republicana, que, por cierto, me alegra ver que aparece cada vez más en las manifestaciones de protesta que están ocurriendo en nuestro país. Esta bandera liga las demandas presentes de un mundo mejor con nuestras luchas y las de nuestros antepasados para establecer otra España, la España de los distintos pueblos y naciones de España, frente a esta España del establishment, cuyas políticas están causando un enorme dolor sin que tengan ningún mandato popular para llevarlas a cabo pues nunca estuvieron en sus ofertas electorales”. 

Fíjense, por cierto, como Navarro sugiere que la salida de la crisis es una España nueva que recupere los valores de la República. Aquí tienen un ejemplo clarísimo de que la crisis que estamos viviendo exige repensar España, y de cómo en esta tarea algunas propuestas nos conducen de nuevo a la discordia. Pero ese no es el tema principal que quiero destacar del texto citado. Dice Navarro que muchos españoles lucharon por la bandera republicana. Afirmar lo contrario casi parecería una insensatez, porque ¿acaso no iban los republicanos a defender la bandera republicana? Pues bien, lean con atención el siguiente texto de Julián Marías. Marías fue soldado republicano y sufrió represalias durante el franquismo. Por encima de cualquier otra consideración, la veracidad es el rasgo que yo más destacaría de toda su obra.

Dice Julián Marías: “Fue un grave error sustituir la bandera española en 1931, por la tricolor, pero a pesar de ello esa bandera republicana fue un símbolo de esperanza y despertó mi entusiasmo juvenil; ahora bien, muchos recordamos lo poco que interesaba durante la guerra, lo difícil que era conseguir que fuese izada; esa bandera que ahora [hacia 1976] exhiben a destiempo algunos partidos, no era del gusto de socialistas, comunistas y anarquistas, o de los sindicatos, que preferían con mucho sus banderas rojas o rojinegras, símbolos de otras concepciones políticas distintas de una República liberal que pronto se vio desasistida” (Julián MARÍAS, La España real. Crónicas de la Transformación Política, Barcelona, Círculo de Lectores, 1983, pág.138).

Creo que el testimonio de Marías deja en evidencia que la visión de Navarro es fruto de su fantasía. Es lamentable que se ensalce un período del que los españoles no podemos estar orgullosos y al mismo tiempo se sigan echando piedras contra la Transición, el mayor éxito de España en todo el siglo XX.

lunes, 13 de agosto de 2012

¿Suprimir las autonomías?

Parece mentira que haya que recordar lo evidente: la organización de un Estado no puede decidirse atendiendo principalmente a criterios económico-financieros. Digo esto porque, como habrán tenido ocasión de leer y escuchar, algunas personas insisten en que la principal reforma que necesita España consiste en eliminar las autonomías, ya que se habría demostrado que este sistema es inviable y nos ha llevado a la ruina.

Es fácil darse cuenta de que en las Comunidades Autónomas se ha despilfarrado (televisiones, grandes proyectos, aeropuertos fantasma, embajadillas, etc.), pero no tengo claro que el sistema sea inviable, y mucho menos que sea ese despilfarro el que nos haya llevado a la ruina. Las causas de la crisis son más profundas y, entre otras, hay que buscarlas en el escenario que generó la llegada del euro, en la política del BCE, y también, lógicamente, en la pésima gestión de Zapatero y de los gobiernos autonómicos desde que comenzó la crisis e incluso antes. Se habla mucho de que resulta imprescindible que el gobierno embride a las autonomías para asegurar que no sobrepasen el objetivo del 1,5% de déficit. Imaginemos que no lo logran y el déficit se va al 3%. Bueno, pues tal como está el panorama, con los ingresos absolutamente hundidos, me parece que un dato así no puede llevar a pensar que se trata de un sistema inviable. Si encima se cumple el objetivo ya me dirán.

En mi opinión, España acertó al descentralizar la gestión de determinados asuntos otorgando autonomía política a unas regiones que administrativamente se articularon en comunidades autónomas. Cuestión distinta es si dicho sistema, sin perder su esencia, puede y/o debe ser reformado. Pienso que son necesarias importantes reformas. En primer lugar, convendría redefinir el número y la composición de las comunidades autónomas. En este sentido, por ejemplo, sería mucho más racional que las tres provincias de León (León, Zamora y Salamanca) constituyeran una comunidad autómona, y que La Rioja y Cantabria se incorporasen a una comunidad que podría denominarse Castilla la vieja. Asimismo, me parecería perfecto que el País Vasco se integrara en una única comunidad autónoma con Navarra, si bien no pueden obviarse los problemas de fondo que en este caso se presentan. Imagino que a los navarros no les hace mucha gracia esta idea. Tampoco veo por qué razón Ceuta y Melilla tuvieron que convertirse en comunidades autónomas. En segundo lugar, también es absolutamente imprescindible clarificar las competencias que corresponden al Estado central y a las autonomías, tal como sucede en los Estados federales. Además, habría que valorar si determinadas competencias deben volver a ser ejercidas por la administración central, tales como Justicia o Sanidad. En tercer y último lugar, habría que definir con claridad las dimensiones institucionales que pueden alcanzar las CC.AA y evitar duplicidades de organismos con la administración central, lo cual no ha sucedido hasta ahora. Creo que acometer este tipo de reformas es mucho más sensato que borrar de un plumazo las autonomías como pregonan algunos. 

miércoles, 8 de agosto de 2012

Las diferencias entre el CDS y UPyD (sobre la situación política actual)

Demos un paso atrás, dejemos aparcadas las urgencias de la crisis por un momento y analicemos la situación política española. Creo que está plenamente confirmado que nuestra democracia ha entrado en una nueva fase. Para comprender adecuadamente lo que está sucediendo habría que referirse a diferentes cuestiones, pero quizá la mejor forma de entender la situación en que nos hallamos sea ver las diferencias que existen entre el CDS (el partido fundado por Adolfo Suárez) y UPyD.

Presté mucha atención a UPyD desde el comienzo de su andadura, y en alguna conversación con amigos del PP mencioné que estaba convencido de que este partido podría llegar a desempeñar un papel de cierta importancia en el futuro. Con la cortedad de miras que suele caracterizar a los políticos, recuerdo que uno de ellos me dijo que UPyD no tenía ninguna posibilidad y que acabaría desapareciendo, tal como le sucedió al CDS. Pretender relacionar el CDS y UPyD significa no entender nada de lo que está pasando en España.

El CDS fue un partido que se originó todavía en el marco de la fragmentación política que caracterizó los años de la Transición. Recordemos que Suárez lo funda en 1982 y se presenta bajo sus siglas a las elecciones de octubre de ese año que ganó el PSOE por mayoría absoluta. Podría decirse que tanto por el año de su fundación como por su fundador el CDS era un partido ligado a la Transición. En esos años (1975-1982), UCD gobernó con mayorías relativas, y hubo partidos nacionales minoritarios con importante peso parlamentario (el PCE y Alianza Popular). Una vez concluida la Transición, la política española se fue polarizando, es decir, los dos grandes partidos fueron acumulando cada vez mayor número de votos y de parlamentarios en detrimento de los partidos minoritarios nacionales. El PCE, luego Izquierda Unida, se mantuvo bastante bien con Julio Anguita, pero, tras la desaparición de UCD, Alianza Popular se convirtió en el referente de la derecha y el CDS, tras un buen resultado en 1986, retrocedió en 1989 y, finalmente, el sistema electoral lo borró del parlamento en 1993. Desde entonces hemos vivido unos años de consolidación del bipartidismo que está llegando a su fin.

UPyD es el primer partido nacional post-transicional que accede al Congreso de los Diputados. Según las encuestas, aumenta su intención de voto, aunque evidentemente el sistema electoral impide que amenace la hegemonía de los dos grandes partidos. El ascenso de UPyD y la recuperación de IU se explican por un fenómeno que ahora mismo me parece casi imparable: la convicción de buena parte del electorado de que tal como actualmente funciona la política poco importa votar al PP o al PSOE. Esto es lo que explica que el desgaste del PP no se traduzca en el aumento de las expectativas de voto del PSOE. Los ciudadanos observan que los gobiernos de España han perdido la capacidad de decidir autónomamente y actúan casi al dictado de lo que exigen otros Estados u organismos internacionales. No hemos perdido nuestra soberanía, que nadie se engañe en esto, lo que hemos perdido es el coraje y la decencia política que exigen no olvidarnos del soberano, es decir, del pueblo español. Y eso hace que éste paulatinamente vaya retirando su apoyo a los dos grandes partidos y ande cada vez más convencido de que los políticos son una parte importante de los problemas actuales de España. ¡Cómo no van a serlo si el año pasado nos reformaron la Constitución para evitar que la prima de riesgo se disparara y hoy la tenemos más alta! El pueblo español es ciertamente borreguil y detesta pararse a pensar políticamente, pero este caso es clamoroso.

La desafección hacia los grandes partidos liderados por políticos (Rajoy y Rubalcaba) pertenecientes a una generación en claro retroceso (de este tema me he ocupado en mi libro “Justicia transicional, memoria histórica y crisis nacional”, por si a alguno le interesa el asunto) va a continuar e incluso se acentuará. Yo veo que estamos ante una oportunidad magnífica para volver la vista hacia los grandes problemas nacionales y recuperar el interés por la política, como sucedió en los años de la Transición. El problema es que, a diferencia de aquellos años, el funcionamiento de los partidos políticos ha implantado una cultura política que ha arrasado con las vocaciones políticas de muchos españoles interesados por participar activamente en los asuntos públicos, y que cuando lo han intentando se han visto obligados a dar un paso atrás horrorizados al ver cómo funciona la política en España. Por eso los partidos políticos suelen estar saturados de pelotas de formación escasa y mediocre. La opinión pública tiene razón en estar preocupada: no tenemos políticos capaces. Es como si el cuerpo electoral gritara que ha aprendido la lección, que no está dispuesta a volver a ser engañada por la enésima apelación al voto útil, que está lista para dar la oportunidad a otras formaciones y, sin embargo, nadie recogiera el guante, ni siquiera en los grandes partidos. ¿Qué políticos jóvenes pueden relevar a Rajoy y a Rubalcaba? Es formular esta pregunta e inmediatamente, al menos así me sucede a mí, hacerse el silencio. La respuesta podría ser UPyD, pero para ello hace falta que Rosa Díez se rodee de gente de verdadera envergadura. Alguna figura de talla ha recalado en UPyD, pero falta todavía mucho.

Así que así estamos. La crisis económica y financiera está unida a la crisis nacional, pues los españoles debemos decidir muchas cosas respecto a nuestra manera de entender la nación, entre ellas la necesidad de repensar nuestro papel en esta Unión Europea. Pero repensar los problemas nacionales requiere ciudadanos activos, críticos y, especialmente, políticos capaces. Cuando ambas cosas escasean nos empezamos a dar cuenta de la magnitud de esta crisis. 

martes, 7 de agosto de 2012

"Drácula" y otras lecturas

De los últimos libros que he leído me ha defraudado “El alquimista”, de Paulo Coelho; me ha parecido muy interesante “Opiniones de un payaso”, de Heinrich Böll; y he disfrutado enormemente con “Drácula”, el clásico de Bram Stoker. Unas breves líneas sobre los dos primeros. “El alquimista” es un tostón. Una fábula en la que la moraleja está demasiado presente. El lector percibe la permanente y explicita intención del autor por transmitirle un mensaje –la importancia de que cada persona se decida a ser el dueño de su destino-, y cuando una fabula es demasiado explícita pierde su encanto.

“Opiniones de un payaso” es un libro muy recomendable. La imagen que traslada Böll de la sociedad alemana es bastante negativa, y en particular es muy duro con los católicos, aunque tampoco se salvan los protestantes. La principal denuncia de Böll, tal como yo lo interpreto, es la hipocresía de buena parte de la sociedad alemana de posguerra. Según da a entender, el arrepentimiento de muchos alemanes por su comportamiento durante el nazismo era pura fachada. En definitiva, una interesantísima visión de la sociedad alemana por parte de un alemán.

¡Y qué decir de “Drácula”! Por encima de todo, esta novela es una soberbia narración –quizá el mayor elogio que puede hacerse a muchas novelas- que capta la atención del lector desde la primera a la última hoja. La trama está perfectamente construida y se conoce a través de los diarios de los principales protagonistas, que van reflejando en ellos todo lo que les va sucediendo. La novela también me ha resultado muy agradable porque versa sobre algunos de los valores que más aprecio: la entrega absoluta de los enamorados, el valor, la amistad y la abnegación.

También he leído un par de novelas de Dostoyeski, "El jugador", que me defraudó un poquito, y "Memorias del subsuelo", absolutamente impactante e imprescindible para comprender mejor la obsesión de Dostoyeski con el excesivo desarrollo de la conciencia -que no duda en calificar de enfermedad- y entender bien "Crimen y castigo". ¡Ah!, se me olvidaba, excelente la "Novela de ajedrez", de Stefan Zweig. De este autor me impresionó en su día la extraordinaria novela "La piedad peligrosa", que sin duda recomiendo. "Novela de ajedrez" es una breve e impactante novela sobre la desesperación de un hombre torturado por la Gestapo que, casualmente, ve en el ajedrez la única vía de escape a un terrible sufrimiento. Aunque ya verán adónde le lleva ese "escape".