lunes, 5 de noviembre de 2007

Barzoneando por San Sebastián

Aprovechando que estaba en Navarra, me desplacé al País Vasco para conocer San Sebastián. Tomé la autovía de Leizarán y disfruté del maravilloso paisaje navarro y vascongado. En Pamplona lucía el sol, pero conforme descendía hacia el cantábrico un manto de nubes encapotó el cielo. Así estaba San Sebastián, encapotada sin amenazar lluvia, cuando aparqué delante del hotel María Cristina, a la orilla del Urumea. Desde allí fui siguiendo el paseo marítimo hasta adentrarme en la playa de La Concha. Llegué al Ayuntamiento, divisé su fachada con la solitaria bandera donostiarra, y barzoneé a placer hasta perderme en las callejuelas del casco viejo, allí donde Chapote asesinó vilmente a Gregorio Ordoñez.

Ciudad moderna y hermosa, llegaba a San Sebastián con inevitables prejuicios. No podía dejar de pensar que visitaba una ciudad carente de libertad y esa realidad condicionaba mi mirada. Observaba las tiendas de souvenirs servilmente vendidas al totalitarismo nacionalista. Veía trapos que pendían de algún balcón exigiendo el acercamiento de presos e imaginaba lo tranquilo que viviría el inquilino de aquella casa, en contraste con alguien que hubiera engalanado su terraza con la bandera nacional. Los niños jugaban en eusquera en una plaza céntrica. Respetable y bonito, pero no podía evitar pensar que ello obedecía a una estrategia de adoctrinamiento. También sabía que no podría entrar en un bar y hablar libremente de política. San Sebastián resultaba a mis ojos una ciudad envuelta en un halo de tristeza indefinible. Contrastaba poderosamente con Pamplona, mucho más alegre, festiva y libre. Pamplona no se rinde al totalitarismo y sus universidades le dan una alegría de la que carece San Sebastián.

Tuve la impresión de que San Sebastián vive del turismo francés, de un comercio burgués de cortos vuelos y de su festival de cine. Poco más. ¡Cuánta belleza desperdiciada! Tras casi tres horas de barzoneo, alteré mi plan inicial de pernoctar en tierra vasca para seguir acumulando impresiones, encedí el motor de mi coche y puse rumbo al mediterraneo. La tristeza desapareció al entrar en Navarra y refulgir nuevamente el sol en el horizonte. Toda una metáfora de la situación que vive el País Vasco.

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