Me he descargado la sentencia del 11-M y paulatinamente iré estudiándola. Hasta que no haya acabado de leerla no voy a realizar ciertos juicios. Dicho esto, sí es posible extraer algunas conclusiones. Pero lo primero que debemos preguntarnos es, ¿cómo se deben recibir las sentencias? Claro está que todo buen ciudadano, en principio, debe acatar una sentencia. Sólo cuando una sentencia es absolutamente arbitraria y viola los más elementales principios de justicia está justificada la desobediencia. Fuera de estos casos merece respeto y acatamiento. Lo cual no debe confundirse con la aceptación acrítica de la valoración de los hechos y de los argumentos jurídicos que contenga. Por tanto, antes de concluir que la llamada teoría de la conspiración ha sido derrotada por la sentencia -en la medida en que ha aceptado pruebas que fueron presentadas por El Mundo como inválidas en tanto falsas- habrá que analizar cómo llega el tribunal a su aceptación. Especialmente por lo que respecta a la mochila de Vallecas que el propio Tribunal admite que realizó un periplo extravagante.
De momento, está claro que las teorías de El Mundo y Libertad Digital han sido desechadas por el Tribunal y esto, a falta de analizar las razones esgrimidas por el Tribunal, deja en muy mal lugar a estos medios. Igualmente hay que destacar la absolución de El Egipcio y de dos personas más que fueron acusadas por la Fiscalía como inductores del 11-M. A falta de analizar por qué se les ha absuelto, el fracaso de la Fiscal Olga Sánchez es morrocotudo. El Tribunal descarga la responsabilidad del atentado en los muertos en Leganés y en Jamal Zougham, y condena a Suárez como cooperador necesario, pero no sabemos quién ordenó y planificó los atentados, salvo que aceptemos que los autores materiales actuaron por sí solos, cosa que no se cree nadie. No sabemos si fue Al-Qaeda u otra organización. Poco importaría si se tratara de un delito simple cuya planificación se circunscribe a su autor, pero estamos ante un atentado con una clarísima finalidad política. De ahí que sea especialmente importante, no sólo para las víctimas, sino para el conjunto de la opinión pública, conocer quién lo planeó.
A la vista del fallo, si tuviéramos que hacer una lectura política con relación al PP y al PSOE, el resultado sería de empate. El PP ha coqueteado con los defensores de la teoría de la conspiración, aunque fundamentalmente ha reclamado que se investigue hasta el final. La absolución de El Egipcio y sus secuaces justifica sus tesis favorables a la investigación, pero la aceptación de las pruebas más dudosas le pone en un brete por su apoyo a la teoría de la conspiración. Por su parte, el PSOE defendió que todo estaba claro, que era Al Qeada y que los autores materiales e intelectuales se conocían. Pues no es así. No se sabe quién lo instigó y, por otra parte, no se sabe qué explotó exactamente en los trenes.
Personas que se mueven en las altas esferas de la política nacional me confirman esta valoración de empate. Es más, me dicen que el propio tribunal deliberadamente ha pretendido este empate, lo cual me desasosiega porque confirmaría la terrible politización de la justicia.
De momento, está claro que las teorías de El Mundo y Libertad Digital han sido desechadas por el Tribunal y esto, a falta de analizar las razones esgrimidas por el Tribunal, deja en muy mal lugar a estos medios. Igualmente hay que destacar la absolución de El Egipcio y de dos personas más que fueron acusadas por la Fiscalía como inductores del 11-M. A falta de analizar por qué se les ha absuelto, el fracaso de la Fiscal Olga Sánchez es morrocotudo. El Tribunal descarga la responsabilidad del atentado en los muertos en Leganés y en Jamal Zougham, y condena a Suárez como cooperador necesario, pero no sabemos quién ordenó y planificó los atentados, salvo que aceptemos que los autores materiales actuaron por sí solos, cosa que no se cree nadie. No sabemos si fue Al-Qaeda u otra organización. Poco importaría si se tratara de un delito simple cuya planificación se circunscribe a su autor, pero estamos ante un atentado con una clarísima finalidad política. De ahí que sea especialmente importante, no sólo para las víctimas, sino para el conjunto de la opinión pública, conocer quién lo planeó.
A la vista del fallo, si tuviéramos que hacer una lectura política con relación al PP y al PSOE, el resultado sería de empate. El PP ha coqueteado con los defensores de la teoría de la conspiración, aunque fundamentalmente ha reclamado que se investigue hasta el final. La absolución de El Egipcio y sus secuaces justifica sus tesis favorables a la investigación, pero la aceptación de las pruebas más dudosas le pone en un brete por su apoyo a la teoría de la conspiración. Por su parte, el PSOE defendió que todo estaba claro, que era Al Qeada y que los autores materiales e intelectuales se conocían. Pues no es así. No se sabe quién lo instigó y, por otra parte, no se sabe qué explotó exactamente en los trenes.
Personas que se mueven en las altas esferas de la política nacional me confirman esta valoración de empate. Es más, me dicen que el propio tribunal deliberadamente ha pretendido este empate, lo cual me desasosiega porque confirmaría la terrible politización de la justicia.
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