jueves, 13 de marzo de 2008

La batalla de las ideas

En el penúltimo post les hablaba de que el PP había renunciado a la batalla de las ideas, lo cual es letal a la hora de articular una estrategia que en el futuro le permita alcanzar el poder. Esa negligencia, y las consecuencias de una nefasta política educativa, ha impedido a este partido conectar con los jóvenes. Pero, ¿qué es la batalla de las ideas?, ¿por qué es tan importante? Si esto no se explica bien se corre el riesgo de convertir la referencia a la batalla de las ideas en un tópico, en una etiqueta carente de sustancia. Voy a intentar en este post aportar alguna luz sobre la cuestión.

Hay que comenzar destacando la distinción de Ortega entre ideas y creencias. Podría decirse que la idea representa una interpretación intelectual de la realidad de la que se es plenamente consciente y por ello es susceptible de ser debatida, criticada o defendida. La creencia, por su parte, se mueve en otro terreno: se cuenta con ella muchas veces sin reparar en su existencia. Por ejemplo, todos creemos mientras estamos sentados que el suelo no se hundirá. Contamos con ello y vivimos sin reparar en esta creencia. Si el suelo que pisamos dejase de ser seguro se originaría una profunda crisis, lo cual demuestra que es más grave una crisis en el ámbito de las creencias que en el de las ideas. Esta distinción capital entre ideas y creencias tiene importancia filosófica, social y psicológica. Así, por ejemplo, el psicólogo Albert Ellis funda su Terapia Emotiva Racional en la necesidad de descubrir las creencias irracionales que condicionan nuestras ideas, nuestros pensamientos negativos que nos hacen sufrir, y trabajar sobre ellas para “reprogramar” nuestra mente.

Las ideas y las creencias están muy relacionadas. Como acabo de señalar, Ellis sostiene que las creencias condicionan las ideas. Efectivamente, así es. Una idea que es defendida y gana la batalla en la opinión pública puede ser progresivamente interiorizada y actuar como una creencia que moldee nuestra manera de pensar. Por ejemplo, hoy se discute el concepto de familia. Hay diversas posiciones ideológicas que disputan sobre la cuestión. Si triunfa la idea de que una familia es una comunidad de amor con independencia del sexo, es posible que en los próximos años la aceptación pacífica de dicha idea se convierta en una creencia desde la cual interpretemos el mundo, de manera que ponerla en duda nos parezca poco más o menos tan absurdo como afirmar que el suelo se abrirá a nuestros pies.

Quizá les parezca exagerada esta conclusión, pero piensen en algo que ha sucedido esta semana. La Iglesia actualizó su lista de pecados sociales calificando como tal el consumo de drogas o no reciclar la basura. ¿Cuál fue la reacción de la gente? Fíjense que no pusieron gesto serio y reflexionaron intelectualmente sobre la cuestión, sino que se lo tomaban a pitorreo. La falta de sentido de pecado ha arraigado de tal forma en nuestra sociedad que se ha convertido en una creencia, y considerar pecaminosas determinadas conductas habituales se toma a cachondeo por mucho que lo afirme el Papa. Igualmente, el arraigo de la falta de pudor y de la libertad sexual explica que Zerolo se sienta cómodo al hablar de sus orgasmos. Cada vez es más fácil para un homosexual “salir del armario”. Incluso se le aplaude. Somos precisamente los católicos los que hoy debemos esforzarnos por “salir del armario” y no ocultar nuestra condición de cristianos.

Las ideas de hoy son las creencias de mañana. Si el PP olvida esto está condenado a nadar contra corriente, a tener complejo (así se explica el maricomplejines de Jiménez Losantos) al defender sus ideas en un ambiente poco propicio (debido a las creencias vigentes) hacia ellas. O incluso corre el riesgo de presentarse como un partido desideologizado, como un partido eminentemente tecnocrático. Para mí resultaba inaceptable escuchar a Rajoy decir que lo que verdaderamente importa es la economía y llegar a fin de mes. Por ahí no se va a ningún lado. Hay que tener ideas y defenderlas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

imperdonable, intorelable, inaceptable, ¡que se duche!

Tomás de Domingo dijo...

Bueno, tampoco es para tanto, ¿no? :-))