El paternalismo excesivo
"Hace unos días un tren arrolló a un coche en un paso a nivel sin barreras y mató a las cuatro personas que viajaban en él. Inmediatamente algunos políticos de Izquierda Unida reclamaron que los presupuestos de la Generalitat Valenciana incluyeran una partida para eliminar los pasos a nivel de la línea de cercanías Alicante-Murcia, que fue en la que se produjo el trágico suceso.
Nada cabe objetar a que se soterre cualquier paso a nivel que resulte especialmente peligroso, pero más allá de estos casos, lo lógico sería reclamar que los pasos estén bien señalizados y protegidos por barreras, siempre que sea posible. Curiosamente Izquierda Unida ha exigido directamente el soterramiento sin que existan indicios de que hubiera una mala señalización del paso o una negligencia del maquinista. Esto me hace pensar que se trata de una petición desproporcionadamente paternalista. No me preocuparía si se tratara de un caso aislado, pero en nuestra sociedad muchas situaciones denotan un paternalismo excesivo.
En mi opinión, el criterio que debe regir la organización de la vida colectiva ha de tener como referencia al ciudadano medio que se conduce en sus acciones cotidianas con un mínimo de sentido común. Lógicamente, en la medida de lo posible, también hay que atender a las necesidades específicas de algunos colectivos como discapacitados, niños y ancianos. Ahora bien, es necesario tener claro que no es posible preverlo todo. Es más, la prevención excesiva que desemboca en un paternalismo exacerbado puede llegar a hacer insufrible la vida en sociedad. No parece razonable prever que pueda haber un conductor despistado que intente atravesar un paso a nivel sin ni siquiera mirar si viene el tren. Recientemente, el tranvía ha atropellado en Valencia a personas que han cruzado por la zona reservada sin reparar en su proximidad. ¿Suprimimos el tranvía? A esa consecuencia se llegaría si se aplica el paternalismo que late en la petición de Izquierda Unida.
En el verano de 2004 reflexioné mucho sobre este tema durante los tres meses que estuve viviendo en la ciudad alemana de Kiel. El fiordo de Kiel, verdadera alma de la ciudad, alberga un puerto del que parten los grandes ferrys que se dirigen a los países escandinavos. En una de sus orillas se extiende un largo y bello paseo marítimo que hace las delicias de quienes pasan por allí. Nada separa al paseo del mar Báltico. No hay barandilla, ni unas piedras que actúen a modo de pretil. Nada absolutamente, salvo unos salvavidas instalados cada cierto número de metros con las correspondientes instrucciones sobre cómo actuar en caso de que alguien caiga al agua. Pensaba yo lo difícil que sería preservar la magnífica vista del fiordo si se encontrara en España. Pronto saldría alguien diciendo que se puede caer al agua por un descuido, una borrachera o cualquier otra razón.
El paternalismo excesivo está llegando en España a extremos que ofenden al sentido común, y no siempre se trata de casos en los que están presentes los poderes públicos. Permítanme que les relate una experiencia personal. Vivo en una urbanización pequeña con piscina. En ella se habían plantado tres palmeras que todavía no medían ni un metro. Yo tenía la ilusión de verlas crecer con el paso de los años, pero mi gozo en un pozo. La comunidad de vecinos, pásmense, pensó que algún niño podría caerse jugando y hacerse daño con las palmeras. No hubo clemencia y las tres palmeritas fueron ejecutadas sin piedad. Aparte de mí, nadie alzó la voz para oponerse a ese atentado contra el sentido común y el buen gusto.
El problema del paternalismo excesivo es que representa una ocasión pintiparada para la crítica política, eso sí, con tintes demagógicos, y para dárselas de filántropo o buen vecino. ¿Quién osará poner en duda, por ejemplo, que no sea conveniente soterrar las vías de un tren?, ¿quién pronunciará una palabra contra ese vecino que parece tan preocupado por la integridad de los niños? Cuando el paternalismo excesivo empieza a calar en la sociedad uno no acierta a ver cómo ponerle coto. Se puede empezar a justificar que las urbanizaciones se fortifiquen en prevención del asalto de los ladrones más sofisticados o que se instalen barandillas que circunden los parques públicos para evitar que los niños salgan corriendo. Es necesario hacer un esfuerzo para comprender que el paternalismo excesivo es un defecto tan grande como la despreocupación ante amenazas evidentes para la integridad física y moral de las personas. La sociedad española no termina de encontrar el equilibrio. Por una parte emerge el paternalismo mientras al mismo tiempo uno observa con perplejidad la gran permisividad que existe ante problemas fundamentales. Creo firmemente que la verdadera convergencia con los países más desarrollados del mundo no radica tanto en los indicadores macroeconómicos, sino en lograr este equilibrio que equivale a organizar la vida colectiva con un mayor sentido común".
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