viernes, 15 de febrero de 2008

Cassandra´s dream

Reconozco que él no tuvo la culpa. ¿Quién nos mandaba a Pepe y a mí acceder a la propuesta de Óscar, más maduro en aquel tiempo, y cometer la imprudencia de entrar a ver “Hanna y sus hermanas” con 15 años? No, Woody Allen no tuvo la culpa de que tras semejante experiencia de brutal aburrimiento pasara mucho tiempo con escalofríos sólo de pensar en ver alguna de sus películas. Años más tarde accedí, nuevamente con Óscar, a ir a ver “Poderosa Afrodita”, y mi relación con Woody mejoró hasta llegar a tolerarlo. Sin embargo, ha sido hoy, hace apenas una hora, cuando por fin me he rendido al talento del gran judío manhattaniense. Vengo de ver “Cassandra´s dream” en los cines Odeón de Elche.

Yo no sé de cine, es decir, no miro las películas ni valorando la calidad de los planos, ni el sonido, ni los decorados, ni los efectos especiales, ni nada de aquello en lo que reparan los expertos. Me interesa la historia, el guión y la interpretación. Sobre todo aprecio aquellas historias que abordan con profundidad y credibilidad los problemas genuinamente humanos: los morales. Las películas de acción me parece que son algo así como documentales del Nacional Geographic sobre las focas en la Antártida. Se centran puramente en las acciones externas de los hombres sin prestar demasiada atención, sólo lo estrictamente necesario, a los fines últimos que mueven a los seres humanos a actuar. Las películas de acción no pasan de mostrar las causas eficientes de las acciones. Por ejemplo, si alguien comete un robo, la película de acción nos suele dejar ver que ello se produce porque quiere ganar dinero, y ahí concluye el asunto. Comprendemos el móvil, la causa eficiente de la acción, al igual que comprendemos en el documental por qué las focas emiten diversos sonidos. El tratamiento profundo del problema de la avaricia, la avaricia como tal, no es objeto de la película. No se profundiza en la cuestión de los fines, en el problema moral, que es lo genuinamente humano.

“Cassandra´s dream” narra una historia en la que vemos cómo la debilidad humana movida por la ambición conduce a perder dinero en el póker y, por tanto, a ver cómo cambia la vida cuando uno se ve envuelto en deudas de juego. Sin buscarlo, las circunstancias de la vida te presentan una solución en la que ni por asomo habían pensado los protagonistas: el crimen. Pero cuando éste se comete sin ser un criminal, aparece el genuino problema de la culpa, del arrepentimiento y de la expiación. Allen aborda en esta película un gran tema. El autoengaño ante el aparente callejón sin salida es fruto de errores en la inteligencia y en la voluntad, el núcleo del problema moral. En fin, queridos lectores (¿están ahí?), no les cuento más. Vayan a verla. Se la recomiendo.

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