Esta última semana vi con mi mujer (dos veces) esta excelente película de Oliver Laxe. El director deja abierta la historia para que el espectador la reconstruya. Nos da pistas para ello, aunque imagino que insuficientes para el gusto de muchos. Una de esas pistas la vemos en la primera escena de la película. En plena noche, con los faros encendidos, dos camiones avanzan por la ladera de un monte lucense derribando árboles altos, casi con total seguridad eucaliptos. Su avance se detiene cuando topan con un árbol distinto, de grueso tronco y probablemente autóctono. No se observa bien por la falta de luz, pero el director se recrea enfocándolo desde distintos ángulos.
Tras esa pista inicial, vamos a conocer al protagonista de
la historia. Se trata de un pirómano que se dispone a salir de la cárcel tras pasar
varios años encerrado. Por el voluminoso expediente que manejan los
funcionarios podemos pensar que no se trató de una conducta aislada. El
comentario de los funcionarios sobre esta persona, Amador, es simplemente que
se trata de un “pobre hombre”. Nada más vamos a saber explícitamente de él ni
de los actos que cometió. El espectador
deberá sacar sus propias conclusiones.
Amador sube a un autobús que le va a llevar a casa de su
madre, que vive en medio del campo con tres vacas. Allí llega caminando, sin
aceptar el ofrecimiento de un vecino para acercarle en coche. No se abrazan
madre e hijo. No por falta de afecto, sino por el temperamento de ambos. Utilizan
las palabras sólo para lo comunicar lo esencial, en este caso la madre le
pregunta si tiene hambre. La forma de reflejar el alma rústica gallega y la
personalidad de la madre y del hijo es magistral, quizá lo mejor de la
película. A ella le dieron el goya a la actriz revelación con 85 años nada menos.
La vida de Amador consistirá en ayudar a su madre en las
tareas propias de la vida rural, sin que le conozcamos ningún proyecto. Le
contemplamos en silencio la mayor parte del tiempo, de ahí que lo poco que dice
se quede grabado en el espectador. Por una parte, rechaza trabajar en la
restauración de una casa que los vecinos están acondicionando para recibir
turistas y poder retirarse con los ingresos que obtengan. Amador, sin argumentar, muestra su
escepticismo respecto al turismo. En cierta
ocasión, viendo desde la distancia como trabajan en la casa, desliza un enigmático
comentario, algo así como que “tanto trabajo para nada”. La otra licencia que Amador
concede al verbo es su comentario sobre los eucaliptos. Se trata de una “plaga”,
un árbol cuyas raíces impiden que crezca nada a su alrededor, un árbol que hace sufrir. Ante esa observación su madre sentencia: "si hacen sufrir es porque sufren".
Conoceremos algo más de Amador al verle interactuar con la veterinaria del pueblo, que les va a ayudar a él y a su madre con una vaca. Ella tiene simpatía por Amador, pero no logra que se anime a conversar. Se da perfecta cuenta de que es un tipo muy callado, de parar serio y triste, pero no le da la impresión de tener un mal fondo. Como la veterinaria no es de allí, Amador sabe que pronto le dirán que él estuvo en la cárcel por pirómano. Así sucede cuando ambos se encuentran en el bar del pueblo. Él le pregunta si ya sabe quién es, y ella, aunque lo admite, no le da mayor importancia.
La siguiente escena que vamos a ver nos muestra a Amador conduciendo por una
carretera rodeado de monte y cruzándose con camiones de bomberos que van a sofocar
un fuego que ha comenzado en el lugar de donde él venía. ¿Fue el autor? Nada
nos va a decir el director sobre ello. Cuando el incendio se sofoca y destroza,
entre otras, la casa que los vecinos estaban restaurando, estos dan por
supuesto que ha sido Amador el que ha provocado el fuego y le agreden sin que
este se defienda. Su madre se interpone y lo lleva a otro lado. Amador no dice
absolutamente nada. Ni siquiera intenta defenderse. Se va de allí cabizbajo y
con su mismo semblante triste.
Así acaba esta película absolutamente desconsejable para todos
aquellos que buscan entretenimiento fácil en la pantalla mientras se comen sus
palomitas y beben su refresco. Sin embargo, es fascinante topar con estos
personajes rurales, con estas formas de vida en las que se puede ver una cocina
de leña, que es la que utilizan la madre y el hijo, mientras la cocina de
butano aparece en el fondo de la imagen. Ahí está otra de las pistas. Es un
mundo que parece extinguirse, pero que ofrece resistencia, como el tronco ante
el que se paran los camiones en la primera escena. Amador quizá sea ese tronco
que se resiste a que llegue el turismo y prefiere quemarlo todo. Es una interpretación
libre, pero plausible. Desde luego, mi mujer y yo coincidimos en que él era el
pirómano, pero nada se puede saber explícitamente de sus razones. Una película
bellísima, pero quizá poco arriesgada, cómoda, al dejar demasiada iniciativa al
espectador. Sólo por los personajes de los protagonistas merece la pena verla
al menos un par de veces.
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