Hace unos días, el portavoz de la Conferencia Episcopal Española, ante el informe de la UCO que revela la gravísima corrupción de personas que han ocupado puestos de gran responsabilidad en el PSOE, sostuvo que convendría convocar elecciones generales para dar la palabra al pueblo. Como era de esperar, en lugar de respetar esta opinión, el Gobierno criticó duramente la posición de la Conferencia Episcopal por entender que este organismo debería mantener una posición neutral en cuestiones políticas. No se dan cuenta de que la neutralidad se pierde cuando se opina sin libertad, es decir, cuando se adopta una posición no en función de lo que se “ve” tras examinar un determinado asunto, sino en función de lo que uno de antemano está decidido a defender -por sectarismo u otras razones espurias- al margen de cualquier otra consideración. Por consiguiente, si la Conferencia Episcopal considera que sería bueno para España que se celebraran elecciones me parece muy bien que expresen su opinión y la argumenten. Se trata de un problema que afecta al bien común y, por tanto, no le resulta ajeno a la Iglesia.
La confusión sobre este tema es tan grave que está distorsionando por completo muchos debates televisivos. Hay programas en los que para evitar críticas por falta de neutralidad se busca deliberadamente a personas que se sabe de antemano que van a defender posiciones contrapuestas. Si dichas posiciones fueran el resultado de una reflexión libre sobre el asunto no habría nada que objetar. Pero lo habitual es que no suceda así. Hay opinadores que se sabe con certeza que siempre, en cualquier circunstancia, van a defender una determinada posición. Por eso se cuenta con ellos para lograr una aritmética que permita al programa dar una engañosa impresión de neutralidad cuando lo que se debería hacer es invitar a personas capaces de ser fieles a su punto de vista. El problema radica en que, como no se puede tener certeza de que alguien opine con libertad interna, se renuncia a buscar a este tipo de personajes que quizá cabría calificar como “heterodoxos” y se opta por dar la apariencia de neutralidad contratando a quienes se tiene la seguridad de que van a defender puntos de vista contrapuestos. Esto no sólo es muy pernicioso para lograr una opinión pública libre, puesto que adquieren visibilidad pública personas que actúan como lacayos de determinados intereses, sino que con ello se exaltan indebidamente posiciones minoritarias utilizando la neutralidad como pretexto.
La neutralidad entendida como independencia de criterio es
el resultado de ejercer la libertad. Cuando se opina libremente se enriquece la
democracia y hay que aplaudir a quienes tienen el coraje cívico de asumir este
compromiso con la libertad, bien sean personas o instituciones. Sólo en
ocasiones muy excepcionales puede estar justificado que alguien se abstenga de
dar a conocer su opinión por prudencia ante el riesgo de que dicha opinión sea
utilizada para generar discordia. Estoy pensando en el Rey. En coherencia con
lo que he expuesto, el Rey no perdería su neutralidad en sentido estricto si
dijera lo que pensara, pero sus funciones constitucionales como Jefe del Estado
requieren de él un prudente -nunca mejor dicho- silencio. No obstante, ante
situaciones que evidencian una crisis de Estado, debe hallar la forma de dar a conocer su opinión, sopesando detenidamente si el mensaje debe ser transmitido con sutileza o con extrema claridad. No debe de ser tarea fácil reinar, de ahí que debamos felicitarnos por tener un rey
honrado y prudente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario