Apuramos las últimas horas de 2020 y, pese a que los
contagios han repuntado (totalmente previsible ante la ausencia de medidas
drásticas para evitar las reuniones navideñas) y la pandemia nos hará sufrir en
los próximos meses, veo el futuro con optimismo. Aunque todavía debemos comprobar la efectividad de las vacunas contra el coronavirus, impresiona ver cómo
la cooperación científica ha permitido contar con ellas en un tiempo récord. Quizá
tardemos algunos años en relacionarnos sin temor y sin mascarillas, pero estoy
convencido de que lo lograremos. La crisis que ha provocado esta enfermedad puede
haber servido para ver cosas importantes. La necesidad de pensar globalmente en
lo referente a enfermedades es patente. Recuerdo que cuando escuchábamos las
primeras noticias del virus en China me parecía algo lejano de lo que no
teníamos nada que temer. La lección debe ser bien aprendida y aplicada a
problemas como el cambio climático. Lo mismo que la humanidad ha colaborado
para encontrar una vacuna, hay que trabajar juntos para evitar una degradación
irreversible de nuestro planeta impulsando definitivamente las energías renovables.
También hay que reflexionar sobre las oportunidades que puede conllevar el
teletrabajo. Por una parte, hay quienes lo ven como un camino a la despersonalización,
porque en las relaciones personales es fundamental la presencia corporal. No les
falta razón, pero también es cierto que el teletrabajo puede favorecer la
conciliación del trabajo y la vida familiar, lo cual es extremadamente
importante. La pandemia ha provocado enfermedades mentales, sobre todo ansiedad
y depresión, pero este tipo de situaciones, si se enfocan adecuadamente, pueden
ser una ocasión decisiva para crecer como persona. Ojalá la pandemia haya sido
aprovechada para el crecimiento espiritual. Tengo la impresión de que más allá
de los irresponsables e impacientes que no han querido aceptar la realidad, la
pandemia ha hecho que muchas personas se hayan tenido que encontrar consigo
mismas. Decía un profesor mío hace bastantes años que “el siglo XXI será el siglo del espíritu o no será”. Cada vez estoy
más convencido de que tenía razón.
jueves, 31 de diciembre de 2020
Mirando al futuro con optimismo
domingo, 20 de diciembre de 2020
Atentos al discurso del Rey
Hace una o dos semanas leí que los podemitas y un sector del PSOE apuntaban la idea de que el Rey debería pedir perdón por el discurso que pronunció el tres de octubre de 2017. Ante la falta de una respuesta proporcional al desafío que estaban planteando los independentistas catalanes, el Rey hizo un discurso histórico en el que devolvió la esperanza a los españoles y galvanizó la respuesta política del Estado de Derecho. El Rey actuó como cabeza de la nación, como debe hacerlo para que la institución sirva a los españoles. Por supuesto que no debe pedir perdón por el discurso más importante de su reinado hasta el momento, y desde luego debería pensar qué va a decir en Nochebuena respecto a su padre. Es difícil pronunciarse sin conocer el fondo del asunto, aunque huele muy mal. Confío en la honradez de Felipe VI y me parece que su renuncia a la herencia de su padre ya deja en evidencia que Juan Carlos I actuó indebidamente en un alarde de irresponsabilidad y falta de patriotismo. Es lógico que podemitas, independentistas y algunos socialistas afilen el cuchillo. Lo más importante es que el Rey Felipe salvaguarde su independencia respecto al Gobierno reforzando su ejemplaridad. De lo contrario no podrá cumplir adecuadamente su función al servicio de la nación y la monarquía se verá seriamente amenazada.
miércoles, 16 de diciembre de 2020
Cuidado con la despenalización de la eutanasia
El Gobierno está impulsando una ley de eutanasia que, según todo parece indicar, regulará y despenalizará el auxilio al suicido, lo que inmediatamente hará que se hable de un “derecho a la muerte”. Todos podemos imaginar situaciones dramáticas en las que una persona padece dolores insoportables e irreversibles que le hacen desear la muerte. Se trata de casos en los que la piedad conduciría a ayudar a una persona a morir, lo cual no está muy lejos de las medidas que se conocen como “cuidados paliativos”. Pero abrir la posibilidad a una libre disposición sobre la propia vida es muy peligroso. No quisiera realizar un juicio precipitado sobre este tema hasta que se apruebe la ley, pero sí me gustaría llamar la atención sobre una situación que puede producirse si la regulación consagra una amplia despenalización de la eutanasia.
En la vida puede llegarse a situaciones en las que una
persona no puede valerse por sí misma y necesite cuidados que pueden ser muy
costosos económica, física y psicológicamente. Hay personas que se crecen ante esta situación y
ven el cuidado de sus seres queridos como una oportunidad de expresar el amor
que sienten por ellos. En nuestros días esta actitud es cada vez menos frecuente,
y tanto el enfermo como los familiares viven la situación como una desgracia
que les supone numerosos problemas. Si se despenaliza la eutanasia no se debe
descartar que el enfermo que rechace recurrir a ella sea visto por sus
familiares como alguien cobarde e incluso egoísta. ¿Qué sentido tiene vivir
cuando uno se halla postrado sin poder salir de casa y requiriendo cuidados que
están suponiendo un gran coste económico y un desgaste personal para la familia?,
esta es la reflexión que me temo que termine por imponerse en muchos casos si
finalmente se despenaliza la eutanasia y se presenta como un “derecho a la
muerte”.
El legislador no solo debe tener un respeto escrupuloso por
los derechos fundamentales, cosa que habrá que ver si no quiebra con la
regulación que se prepara, sino que hay que ser extremadamente prudentes a la
hora de analizar no sólo los efectos directos, sino también los concomitantes de las medidas que se aprueben.
La despenalización de la eutanasia, más allá de supuestos extremos que cuesta imaginar que no entren dentro de los “cuidados paliativos”,
me parece sumamente peligrosa porque puede dejar indefensas a muchísimas
personas que requieren cuidados, amor y generosidad, y no que les "inviten" a quitarse de en
medio por medios incruentos.
martes, 15 de diciembre de 2020
Hay que prohibir las reuniones navideñas
Los últimos datos de la pandemia aconsejan inequívocamente que las autoridades adopten medidas para evitar las celebraciones navideñas. La Generalitat Valenciana ha permitido reuniones de nada menos que diez personas y, además, no solo familiares, sino también "allegados", un auténtico disparate (http://www.gvaoberta.gva.es/documents/7843050/169783335/medidas_navidad_covid_19_CAS.jpg/23e5aed1-a241-4508-9485-ac3d5732bd38?t=1607329484884). En mi opinión, debería decretarse un toque de queda desde el cierre de las tiendas el día 24 y el 31 de diciembre, y un confinamiento total para el día 25. O se adoptan medidas o aquellos que están concienciados de que hay que ser escrupulosos con las directrices sanitarias van a ser víctimas de familiares que les realizarán el típico chantaje emocional al que es muy complicado que se nieguen. Ahora que vemos la luz al final del túnel con la esperanza de las vacunas es fundamental salvar vidas y facilitar el trabajo del personal sanitario.
El discurso de Merkel advirtiendo de las funestas consecuencias de reunirse en Navidad es el camino a seguir. Es verdad que los alemanes se pueden permitir un confinamiento duro, pero también lo es que a raíz de la experiencia del nazismo los alemanes han interiorizado como pocos pueblos que la dignidad humana exige hacer lo posible por salvar vidas. Como dijo Merkel, "no es aceptable 590 muertes al día por Covid". En España no detecto un sentimiento de preocupación equivalente ante las cifras de muertos que escuchamos cada día. El sacrificio de evitar estas reuniones navideñas es nimio en comparación con las vidas que se podrían salvar. Ojalá todo el mundo se quedara en su casa tranquilamente y diéramos tiempo a que la vacuna logre que mejore la situación.
miércoles, 2 de diciembre de 2020
Iglesias manda y Ciudadanos llega tarde
La más que probable aprobación de los presupuestos por los partidos que apoyaron la investidura de Sánchez no supone una sorpresa, si se mira desde la perspectiva de la lucha política por el poder. El Gobierno está sostenido por Iglesias, quien no está dispuesto a permitir un pacto con Ciudadanos, por mucho que algunos socialistas prestigiosos como Abel Caballero –por referirme a un político en activo- lo prefieran y así lo digan públicamente. Sánchez sabe que si desea mantenerse en el poder debe aprobar sus presupuestos y para ello tiene que contar con los amigos de Iglesias. Seguirá en esta línea y solo variará cuando considere que el coste político es tan elevado que compromete su reelección. Eso es todo. Ninguna consideración respecto al bien común.
Por su parte, Ciudadanos ha hecho bien en ofrecerse al PSOE
mostrando que Sánchez podía haber contado con su apoyo. La estrategia de
Arrimadas es correcta, pero quizá llega demasiado tarde para sus intereses
electorales, porque ahora no puede ofrecerle a Sánchez la garantía de
gobernabilidad que sí le proporciona Iglesias. Haría bien Rivera en callarse y dejar de hacer el ridículo criticando la posición de Ciudadanos, que hoy en día es la más decente de la política española. Desgraciadamente, no parece que Ciudadanos pueda atraer al votante moderado -si existe, cosa que ya dudo- de
izquierdas que no se siente cómodo con las alianzas de Sánchez con
comunistas e independentistas. De ahí que no sea extraño que haya rumores sobre
la posibilidad de que se ponga en marcha un partido de izquierda nacional, la
idea que parecen defender antiguos dirigentes como Joaquín Leguina o Redondo
Terreros. Ya se verá. La posición de Ciudadanos cada vez es más comprometida.
Los errores se pagan y la primera gran factura vendrá en las elecciones
catalanas. Probablemente veremos como el partido que ganó las últimas
elecciones generales perderá muchísimos apoyos que se irán al PP y a Vox. A
partir de ahí, el PP abrirá sus mandíbulas como una boa constrictor para
engullir a Ciudadanos. La lógica del poder es implacable y lo que necesita
España no es lo que propician los dirigentes políticos.
miércoles, 18 de noviembre de 2020
"El desafío: ETA"
Mi mujer y yo estamos viendo la serie de Amazon Prime “El desafío: ETA”. Debería ser una serie de visionado obligado para todos aquellos jóvenes que, según parece, ni siquiera saben quién fue Miguel Ángel Blanco y lo que representó su secuestro y despiadado asesinato. Es un recorrido estremecedor por la historia de la banda terrorista en el que se recogen algunos testimonios de víctimas que hacen saltar las lágrimas, pero también el de algunos colaboradores de ETA que no pueden resultar más esclarecedores respecto a cuál es la posición de Bildu respecto al terrorismo etarra. Verdaderamente dan ganas de vomitar viendo cómo el vicepresidente Iglesias se siente cómodo con el apoyo de Bildu a los presupuestos y desprecia a Vox, el partido en el que milita Ortega Lara. Que Sánchez gobierne en coalición con tan siniestro individuo es una prueba irrefutable de la deriva del PSOE que comenzó con el nefasto Zapatero.
domingo, 8 de noviembre de 2020
Una frase de José Antonio Marina
En una entrevista televisiva, hablando de la situación política, José Antonio Marina dijo algo que, aunque archisabido, no deja de impresionar: desde la Transición nunca un argumento ha servido para cambiar el voto de un diputado. Realmente impacta, porque vemos nuestra democracia sin ropajes ni aderezos: un juego de fuerzas lo más incruento posible en el que el voto de los ciudadanos se convierte en la fuerza motriz. Si los argumentos sirven para convencer a los ciudadanos, se utilizarán; si es más eficaz la mentira, algunos no dudarán en recurrir a ella. Así es la política que conocemos. No nos resignemos, tratemos de mejorarla en la medida de nuestras posibilidades, pero no confundamos los deseos con la realidad.
lunes, 28 de septiembre de 2020
Adiós al "hooligan" Torra
Ahí está Torra animando a la desobediencia pacífica mientras se despide de la presidencia. ¿Por qué se despide? Que siga desobedeciendo y se atrinchere en su despacho. ¿A que no, Torra? Mucha queja, mucha arenga, pero este hooligan que no es capaz de comprender que ningún dirigente democrático puede estar por encima de la ley se va a su casa. Hace tiempo que vi que el independentismo caminaba hacia el fracaso. Me reafirmo en ello. Progresivamente, la decadencia de Cataluña se verá más clara y los ciudadanos irán comprendiendo que el independentismo es una vía muerta que les ha conducido y les sigue conduciendo al desastre.
domingo, 27 de septiembre de 2020
El Gobierno sigue alimentando a Vox
A España le conviene recuperar la unidad, la concordia, huir de la polarización y reforzar unas instituciones en las que todos los ciudadanos nos sintamos representados. De ahí que en las entradas más recientes dedicadas a la política haya insistido en que sería muy importante que el intento de Ciudadanos por tender puentes con el Gobierno se viera recompensado electoralmente. Sin embargo, el gobierno de Sánchez con los podemitas apoyado por los independentistas sigue tensando la situación. Hace poco era el anteproyecto de ley de memoria democrática y ahora las palabras de Iglesias y Garzón criticando al Rey y profundizando en su campaña para erosionar la monarquía. Por este camino no es de extrañar que Vox siga aumentando su intención de voto en las encuestas. Además, el bochornoso espectáculo de ver al gobierno de España y al de la comunidad de Madrid enfrentados sólo conduce a que muchos españoles crean que el Estado de las Autonomías debe ser reformado, otra de las tesis más conocidas de Vox. La semana pasada una encuesta de Metroscopia le daba unos 64 escaños, con lo que se quedaba a poco más de veinte escaños de superar al PP. Si eso fuera así, pueden imaginarse la distancia ideológica abismal que existiría entre los dos partidos más votados de España y la absoluta imposibilidad de llegar a acuerdos.
Rivera acaba de publicar un libro en el que se refiere a la “envolvente”
que le hizo el PSOE y de la que no supo seguir. Minimiza su error, pero creo
que de alguna forma ha terminado reconociendo que se comportó como un pardillo.
Es probable que Sánchez no tuviera ninguna intención de lograr un acuerdo con
Ciudadanos, pero en ese caso Ciudadanos debía haberle dado gratis su apoyo
antes que ir a unas nuevas elecciones. Así se hubiera zafado de la “envolvente”
y Rivera no estaría por ahí intentando justificar que tiene una carrera
profesional que desea recuperar. Iván Redondo, presunto muñidor de esta
estrategia, sabía que el principal enemigo era Ciudadanos y el aliado Vox.
Sigue engordando al partido de Abascal porque le conviene a los intereses del
PSOE, pero debe hacerlo con mesura porque si se excede entonces se rompe todo.
Me parece terrible contemplar la degradación de la política española convertida
en un lodazal de luchas facciosas. Por ello, es fundamental mantener la calma.
Los ciudadanos debemos ser más responsables que los políticos y evitar que estos
irresponsables nos conduzcan a los extremos.
martes, 22 de septiembre de 2020
En contra de la "docencia dual"
Muchas universidades, entre ellas las de la provincia de Alicante, han respondido al reto de la pandemia con la llamada “docencia dual”. La limitación de espacios impide que todos los estudiantes matriculados puedan acceder al aula conservando la preceptiva distancia de seguridad. La “docencia dual” significa que algunos pueden reservar asiento presencial a través de una aplicación informática que les asigna sitio, mientras que el resto puede seguir la clase “online” desde cualquier otro lugar. El profesor conecta micrófono, webcam y el programa que se utilice (Google Meet o Microsoft Teams, por ejemplo), y está listo para que su clase presencial se pueda seguir “online”. Así se pretende lograr el objetivo de “máxima presencialidad” que se han marcado el ministerio y las universidades. Puede que no les suene mal, pero hay que examinar con mayor atención cómo se desarrolla esta docencia dual para valorar con fundamento si es la mejor opción en esta segunda ola del virus que estamos viviendo.
Es evidente que la docencia presencial es la mejor forma de enseñar
y aprender. La presencia física simultánea de estudiante y profesor les permite
contemplarse, escucharse e interactuar con inmediatez en un lugar físico común.
Ahora bien, en la docencia dual el profesor (si no es un insensato) irá
provisto de mascarilla y los estudiantes tienen la obligación de llevarla
puesta en todo momento. Por consiguiente, se pierde un elemento esencial como
es la posibilidad de contemplar perfectamente el rostro que identifica a la
persona, su principal seña de identidad. Por otra parte, es fácil comprender
que para el profesor es verdaderamente complicado dar una clase magistral
provisto de mascarilla, pues le va a resultar complicado respirar. Finalmente,
aunque algunos profesores dan su clase sentados sin cambiar de posición, otros
prefieren moverse por el aula y su capacidad retórica se ve reforzada por su
postura y gestos, algo que es muy complicado que se produzca en la docencia
presencial “dual”. En definitiva, aunque haya una presencia física no estamos propiamente
ante una clase presencial porque se le priva del elemento que constituye su
esencia: relación inmediata y personal a través de la visualización del rostro.
Las desventajas de la docencia “online” son claras: puede haber problemas técnicos de conexión, hay sensación de irrealidad por la ausencia de presencia física y claras limitaciones gestuales del profesor. La despersonalización se acentúa si se permite que los estudiantes desconecten sus cámaras, y la relación personal entre los estudiantes es mucho más complicada porque estos no acuden a clase. Sin embargo, tiene una ventaja evidente respecto a la presencialidad que supone la docencia dual: siempre que se asuma el compromiso de mantener abiertas las cámaras es posible que estudiante y profesor se vean las caras y, por tanto, se identifiquen. Y, por supuesto, se evita con absolutas garantías la posibilidad de contagiarse en el aula.
Si la universidad es capaz de lograr la viabilidad técnica de la docencia "online", ponderando ventajas y desventajas a la luz de la situación que estamos viviendo considero que la docencia "online" es la mejor opción. En mi opinión, deberíamos seguir con ella hasta que la situación epidemiológica haya variado sustancialmente.
lunes, 21 de septiembre de 2020
El reino
Este fin de semana mi mujer y yo hemos visto la película “El reino”, de Rodrigo Sorogoyen. No habíamos leído ninguna reseña, así que íbamos a ciegas en cuanto al argumento. Solo sabíamos que había recibido algunos premios Goya, entre ellos el de mejor actor protagonista para Antonio de la Torre, que efectivamente realiza una gran interpretación, y también el de mejor actor secundario para Luis Zahera, que a mi juicio lo borda. Luego he visto que Sorogoyen se llevó el de mejor director, es decir, la película ha sido un éxito rotundo.
Apenas comenzó nos llamó la atención, y nos gustó mucho, que
una película española abordara por fin el tema de la corrupción política. Desde
la primera escena ves ese mundo de favores y lealtades casi feudal del que
todos participan y siempre con el objetivo de vivir a cuerpo de rey sin que les
importen lo más mínimo los problemas reales de la gente. En ese mundo
proliferan los navajazos, las luchas intestinas para medrar hundiendo a quien
sea. Y eso le sucede al protagonista: han sacado a la luz unas grabaciones que
dejan en evidencia sus manejos delictivos que pueden llevarle a prisión. Lejos
de pensar que actuó mal y remorderle la conciencia, desde su óptica es evidente
que es víctima de una traición interna y en su defensa está dispuesto a tirar
de la manta y a sacar a la luz que él no es el único, que todo está podrido.
Los detalles de la historia no siempre están suficientemente
claros, pero no importa, el espectador sabe lo esencial, porque está cansado de
leer este tipo de historias en los periódicos. El director opta por una
narración de ritmo trepidante en el que los personajes actúan como se espera de
ellos, y la película termina siendo un reflejo fiel de la corrupción que se ha
instalado en la política española. El
final de la película pretende invitar deliberadamente a la reflexión. El
protagonista acude a una entrevista televisiva con pruebas inequívocas de
corrupción que desea trasladar directamente a la opinión pública. La periodista
que le entrevista (papel que interpreta Bárbara Lennie) no se conduce como a él
le gustaría e incluso al final, alzando la voz, le plantea una pregunta con la
que el director desea que acabe la película: “¿Usted se ha parado a pensar alguna
vez, algún segundo de su vida, un instante, en todo este tiempo [desde que
entró en política hacía quince años] lo que estaba haciendo?”.
Me parece una muy buena película, pero para que fuera verdaderamente
redonda probablemente hubiera sido necesario profundizar más en el mundo de la
política, lograr un perfil más completo de los personajes y mostrar mejor los
códigos con los que conviven, pero quizá ello exigiría un planteamiento
distinto al estilo “El Padrino”, es decir, palabras mayores. Sorogoyen ha sido
muy valiente y ha abierto la veda. Ojalá se sigan proponiendo películas sobre la política
en España. Como le he oído decir a Carlos Boyero, esta película era necesaria. Totalmente
de acuerdo con él.
miércoles, 16 de septiembre de 2020
Sembrando la discordia con la "memoria democrática"
Hace aproximadamente dos décadas que algunas asociaciones comenzaron a esgrimir la reivindicación de la memoria histórica en España. Con la excusa de reparar injusticias y acabar con la para ellos inaceptable equidistancia entre los dos bandos de la Guerra Civil se empezó a criticar la Transición española y a sostener que la nuestra era una “democracia incompleta”. Zapatero apoyó estas reivindicaciones y volvió a situar al PSOE como un partido que, lejos de permanecer leal a los grandes consensos de la Transición, contribuía a la discordia. Sánchez ha profundizado en esta línea y esta semana hemos escuchado declaraciones verdaderamente indignantes como cuando Carmen Calvo ha afirmado que la ley de memoria democrática que pretenden aprobar logrará “homologar” la democracia española. También parece que con esta ley se trasladaría el monasterio benedictino del valle de los caídos y se transformaría el cementerio de aquel lugar en un cementerio civil. Por otra parte, se lee en los medios que podría ilegalizarse la Fundación Francisco Franco y hace meses que se abrió el debate sobre si considerar delictiva la apología del franquismo.
La izquierda sigue trabajando por sembrar la discordia en
España haciendo una relectura de la
Guerra Civil y de la dictadura que presente al bando republicano como los
buenos y a los nacionales como los malos. Y, por supuesto, Franco y su régimen
debe ser absolutamente rechazado sin que quepa esgrimir ni el más mínimo
argumento en su defensa. Cuando estudié todas estas cuestiones en mi libro Justicia transicional, memoria histórica y
crisis nacional ya se podía ver con toda claridad el rumbo que tomaban los
acontecimientos, pero el oportunismo político de Sánchez y Redondo
apoyado por el sectarismo revanchista de Iglesias ha empeorado la situación y
quién sabe hasta qué punto estarán dispuestos a tensionar la sociedad española.
Hay muchas razones que explican lo que está pasando, pero
una de ellas es decisiva: la equiparación de la figura de Franco con dictadores
como Hitler y Mussolini. Esta equiparación es defendida por algunos
intelectuales que están detrás de este movimiento y ha sido esgrimida por Pedro
Sánchez. En un tuit de 1 de marzo de 2017 este escribía: “Ni Hitler ni Mussolini tienen un
mausoleo. Reforzaremos la Ley para hacer definitivamente del Valle de los
Caídos un lugar de reconciliación”. Casi siempre el trazo grueso sirve
para los propósitos de políticos sin escrúpulos que utilizan demagogia. Franco
fue un dictador, pero su figura no es comparable a la de Hitler, ni por
supuesto su régimen admite comparación con lo que supuso el nazismo en
Alemania. Es algo absolutamente evidente. Tan solo hay que darse cuenta de cuál
era la situación de Alemania en 1945 y la de España en 1975. Al margen de las
evidentes diferencias entre Franco y Hitler, el franquismo fue dejando atrás
los rasgos fascistas que tuvo el régimen en la década de los cuarenta y fue
evolucionando hasta la muerte del dictador.
Tan solo quienes se cierran a la evidencia no pueden ver algo tan palmario. Pero sucede que afirmar algo así hoy en España no es posible sin temer que te tachen de franquista. Hasta este punto hemos llegado. Como Franco fue un dictador y la dictadura un régimen que cercenó las libertades hay que condenarlo con la mayor energía, incluso considerando delictivo cualquier argumento en su defensa. La amenaza de tipificar como delito la apología del franquismo es de la máxima gravedad. La doctrina del Tribunal Constitucional en defensa de la libertad de expresión no deja dudas respecto a la posibilidad de defender en España cualquier idea, incluso si está es contraria al régimen democrático, pues España, a diferencia de Alemania, no es una “democracia militante” que prohíba determinadas ideologías. Veremos si el Tribunal Constitucional confirma su doctrina. Pero en demasiadas ocasiones el buen funcionamiento de nuestra democracia depende de la actuación del Tribunal Constitucional y, en otros casos, del Tribunal Supremo. Es una demostración evidente de que nuestros políticos están forzando las costuras del sistema con una enorme irresponsabilidad.
viernes, 31 de julio de 2020
El Germán Areta de "El crack cero"
martes, 30 de junio de 2020
Acercamientos entre el gobierno, Ciudadanos y el PP
jueves, 25 de junio de 2020
La crisis política española: causas y vías de solución
Los cambios acontecidos desde 2011 a 2015 fueron decisivos. Por una parte, Rajoy defraudó a sus votantes. Aunque en materia económica evitó el rescate, fue incapaz de liderar algunas de las reformas que necesitaba España, en especial la reforma de la Administración, y la subida de impuestos y recortes que aplicó tuvieron un fuerte impacto entre los ciudadanos. Por otro lado, su respuesta a los desafíos del independentismo catalán fue vista por parte de su electorado como una tibieza inaceptable. Artur Mas celebró una consulta por la independencia en noviembre de 2014 que el gobierno del PP no fue capaz de impedir. La tensión fue en aumento en Cataluña y los bandazos del PP en dicha comunidad permitieron que una formación decididamente beligerante con el nacionalismo, Ciudadanos, se abriera paso en Cataluña. Si en 2012 el PP recibía casi medio millón de votos y quedaba por delante de Ciudadanos en las elecciones autonómicas catalanas, en 2015 Ciudadanos arrebataba a PSC y PP el liderazgo de la oposición al nacionalismo, esta vez con Inés Arrimadas como líder del partido en Cataluña tras el salto de Albert Rivera a la política nacional.
Con un discurso basado en la defensa de una nación de ciudadanos libres e iguales Ciudadanos pretendía ocupar el mismo espacio político que UPyD. La pugna entre estos dos partidos se hizo evidente a partir de las elecciones europeas de 2014, en las que UPyD todavía quedó por delante de Ciudadanos obteniendo cuatro eurodiputados, el doble que Ciudadanos. El cabeza de lista de UPyD en aquellas elecciones, Francisco Sosa Wagner, insistió en la importancia de que ambos partidos unieran sus fuerzas, pero Rosa Díez y Albert Rivera no alcanzaron ningún acuerdo. Ante esa situación, la juventud de Rivera hacía fácilmente previsible saber qué partido resultaría vencedor. Ciudadanos tomaba el relevo de UPyD como partido nacional galvanizador de la defensa sin complejos de España como nación de ciudadanos libres e iguales. El mensaje era muy claro y su posición en Cataluña permitía visibilizarlo con claridad. Pero Rivera no se conformaba con hacer de Ciudadanos un partido nacional minoritario, como se vería en los siguientes comicios. Rivera se desmarcó de la línea socialdemócrata de UPyD y presentó su formación como un partido centrista de corte liberal, un espacio que hasta entonces había ocupado el PP, que aglutinaba el voto liberal-conservador. Era un movimiento que dejaba entrever el deseo de su líder por captar votos del PP.
Paralelamente al auge de Ciudadanos, el malestar con la política de recortes aplicada en España por el PSOE provocó un movimiento de protesta en mayo de 2011. Se trataba de un movimiento internacional, pero en España el 15-M fue utilizado por un grupo de intelectuales de la Universidad Complutense para lanzar el mensaje de que era posible superar la división izquierda/derecha y presentar una alternativa transversal en la que por un lado estaría la “casta” de unos políticos y poderes fácticos que dominaban los resortes del poder y, por otro lado, la “gente”, los ciudadanos que pagaban las consecuencias de las políticas irresponsables del capitalismo. Podemos surgió así como una izquierda neocomunista camuflada con el fin de expandir la base de su electorado. Recuperar la participación ciudadana como raíz de la democracia y la ayuda a los más desfavorecidos golpeados por la crisis eran sus señas de identidad. Pero esa idea inicial necesitaba concretarse en una manera de entender España. Las elecciones europeas de 2014 fueron un éxito para esta formación que logro alcanzar cinco eurodiputados contra todo pronóstico.
Es cierto que Podemos nació como consecuencia de la crisis económica, pero tuvo que posicionarse ante la crisis nacional que había abierto Zapatero, y lo hizo con toda claridad. Por primera vez un partido nacional declaraba abiertamente que la Transición fue un proceso tutelado por el franquismo que había dado lugar a una democracia imperfecta. Incluso Pablo Iglesias se refirió a la Constitución como un “candado” que impedía los cambios que necesitaba España. Podemos abogaba por impulsar unas políticas de memoria histórica en abierta ruptura con cualquier equidistancia: la democracia española debía declararse heredera de la auténtica tradición democrática que se hallaba en la II República. Se recuperaba el término “antifascista” como una de las señas de identidad de la formación, que implicaba la beligerancia rotunda contra el franquismo y todo lo que pudiera provenir de él, incluida por supuesto la monarquía.
En las elecciones generales de 2015 los dos grandes frentes de discordia abiertos por Zapatero habían sido aprovechados por Ciudadanos y Podemos para irrumpir en la arena política. Ambos reclamaban para sí la etiqueta de la “nueva política” frente a los viejos partidos cuyos proyectos parecían agotados. Había temor en el PSOE por la pujanza de Podemos, y en el PP se daba por descontado que Ciudadanos entraría en el parlamento. El resultado fue el fin del bipartidismo y el comienzo de una nueva fase de inestabilidad política. El PSOE liderado por Pedro Sánchez cosechó el peor resultado de su historia con 90 escaños, mientras que el PP, tras una legislatura en la que contaba con 186 escaños, veía como se quedaba en 123. Podemos irrumpía con gran fuerza, 42 escaños, que eran menos de los que les pronosticaban algunas encuestas. Ciudadanos, por su parte, se hacía con 40 escaños y superaba en votos a Podemos. La situación era inédita. El PSOE se negó a facilitar la investidura de Rajoy y se desmarcó de Podemos, partido al que veía como una amenaza. Sánchez buscó rápidamente y logró un acuerdo con Ciudadanos. Pero Rajoy no cedió a la presión de Sánchez y Rivera abocando al país a nuevas elecciones en 2016. El electorado no valoró positivamente la capacidad del PSOE y de Ciudadanos para alcanzar un acuerdo y ambas formaciones retrocedieron frente al PP (el PSOE se quedó en 85 escaños y Ciudadanos en 32), que mejoró sus resultados y logró 137 escaños. Ante el riesgo de permanecer en el bloqueo al que conducía la negativa de Sánchez a permitir la investidura de Rajoy, hubo un movimiento interno en el PSOE que acabó con la dimisión de Sánchez y la creación de una gestora que decidió abstenerse y dejar que Rajoy fuera investido presidente.
Pero Sánchez no se dio por vencido, se presentó a las primarias de su partido y recuperó la Secretaría General en 2017, siendo por tanto líder de la oposición durante el golpe de Estado que dio el independentismo catalán en octubre de aquel año. El regreso de Sánchez supuso un vuelco en la línea que en adelante iba a seguir el PSOE. De haber sido defenestrado pasó a convertirse en presidente del gobierno tras una moción de censura que triunfó merced al apoyo de Podemos, los independentistas catalanes e incluso el PNV que acababa de aprobar los presupuestos de Rajoy. Utilizando como pretexto la sentencia del caso Gürtel, Sánchez llegaba a la Moncloa cuando el PSOE contaba con tan solo 85 diputados, la cifra más baja de su historia. Su debilidad parlamentaria se hizo evidente al ser incapaz aprobar los presupuestos en febrero de 2019 y convocó elecciones para el mes de abril, las primeras que se iban a celebrar después del golpe de Estado asestado por el independentismo catalán. Pero el panorama iba a complicarse todavía más.
En julio de 2018, el PP debía elegir un nuevo líder que sustituyera a Mariano Rajoy. Parecía que la favorita era Soraya Sáenz de Santamaría, una política con experiencia y con una edad semejante a la de Pedro Sánchez. Sin embargo, en el PP se había abierto paso la idea de que en un tiempo en el que se debatían los pilares de nuestra convivencia era necesario un rearme ideológico para afrontar la nueva etapa. Pablo Casado, claramente apoyado por Aznar en la trastienda del partido, realizó un discurso en esa línea y se alzó con la victoria. El relevo generacional en la primera línea de la política seguía adelante. A Pablo Iglesias (n. 1978) y Albert Rivera (n. 1979) se le unía Pablo Casado (n. 1981), políticos nacidos entre 1976 y 1991. A estos se uniría inmediatamente Santiago Abascal (n. 1976) liderando Vox.
El independentismo catalán había aumentado la preocupación de los españoles por la unidad de España. El espíritu de la Transición estaba seriamente cuestionado cuando un partido como Podemos era apoyado por más de tres millones de votantes. Por otra parte, la ideología de género y el ataque a símbolos de la cultura española como la tauromaquia generaba cada vez mayor rechazo en algunos ciudadanos. La discordia que había puesto en marcha Zapatero permitía cuestionar todo aquello que antes parecía sólido e incuestionable. La defensa de la nación española, de su historia y de sus señas tradicionales de identidad, el rechazo del Estado autonómico y la defensa de las fronteras y de una inmigración controlada se tradujo en el surgimiento de Vox, que inmediatamente fue calificado por sus detractores como un partido de ultraderecha populista. En contra de todo pronóstico, Vox alcanzó doce escaños en las elecciones autonómicas andaluzas de diciembre de 2018 y propició un cambio histórico al desbancar (la suma de PP. Ciudadanos y Vox) del poder al PSOE tras más de tres décadas gobernando Andalucía.
Por primera vez desde la época de la Transición cinco partidos de ámbito nacional concurrían a las elecciones de abril de 2019 con la seguridad de que alcanzarían representación parlamentaria. Esta situación por sí misma dejaba en evidencia que nos hallamos inmersos en una crisis política y nacional sin precedentes. El resultado en escaños de estos cinco partidos fue el siguiente: PSOE 123, PP 66, Ciudadanos 57, Podemos 33 y Vox 24. Cualquier ciudadano que hoy reflexione sobre este panorama volverá a pensar que los políticos fracasaron estrepitosamente al no conformar un gobierno y abocar a los españoles a unas nuevas elecciones pocos meses más tarde. A Rivera esa repetición electoral le costó, con toda la razón, la carrera política. Ciudadanos no supo entender la situación política y pecó de ambición queriendo convertirse en el principal partido de la oposición superando al PP. Su orientación hacia el centro liberal ya había dejado claras sus intenciones, y la crisis abierta en el PP con el enfrentamiento entre Casado y Soraya le daba esperanzas. El PP recibió un fuerte castigo: perdió votos de su electorado más conservador que sintonizaba con los claros mensajes de Vox, y su electorado más centrista veía en Rivera un liderazgo más solvente y, quizá, más posibilidades de desbloquear la situación en caso de que fuera necesario pactar. A Ciudadanos le faltaron seis escaños para alcanzar su objetivo, pero Rivera no se dio por vencido, la ambición le cegó y no supo anteponer el interés de la nación al suyo. En lugar de lanzar un mensaje inequívoco de disposición a entablar conversaciones y alcanzar pactos con PP o PSOE, se enrocó en la insensata promesa electoral de no pactar con Sánchez en ningún caso, una cerrazón incomprensible a la vista de los resultados que se habían producido. Era aritméticamente posible un gobierno entre PSOE y Ciudadanos, dos partidos que apenas cuatro años antes habían sido capaces de cerrar un acuerdo de gobierno. Ambos sumaban 180 escaños, una mayoría suficiente para conformar un gobierno que transitara cómodamente una legislatura de cuatro años y pudiera afrontar la tarea de recuperar la concordia rompiendo con una política de coaliciones frentistas. Sólo cuando vio que el PSOE no iba a pactar con Podemos y que la repetición electoral era inevitable Rivera ofreció un pacto a Sánchez, pero ya era tarde, porque también el PSOE estaba instalado en el error.
Rivera no fue el único responsable de la repetición electoral, pero sí el máximo. Es verdad que desde el primer momento Sánchez pareció escuchar a aquellos que le gritaban “¡Con Rivera, no!”, pero la actitud de Rivera le facilitó muchísimo enrocarse en esa posición. El error de Sánchez fue pensar que, al igual que había sucedido en las segundas elecciones celebradas en 2015, que reforzaron al PP de Rajoy, el PSOE aumentaría sus apoyos, sobre todo entre los electores de izquierda que votaron a Podemos. Su estrategia fue lograr la investidura con el apoyo de Podemos, pero con las manos lo suficientemente libres. Iglesias no cedió y ambos aceptaron medir fuerzas en unas nuevas elecciones. También Sánchez pensaba antes en sus intereses que en el bien de España.
Casado también podía haber realizado un movimiento que facilitara la formación de un gobierno, pero en su caso quizá era pedirle demasiado. Es verdad que todos los partidos debían haber priorizado el interés general, pero el resultado le había situado como líder de la oposición y podía interpretar que a Ciudadanos le correspondía desempeñar el papel que ya había intentado representar en 2015. Por otra parte, parecía bastante evidente que una repetición electoral solo podía beneficiarle, como así fue.
Podemos intentó en todo momento formar un gobierno de coalición con el PSOE exigiendo un peso proporcional a las fuerzas de cada partido. Se trataba de una postura lógica y razonable, aunque luego había que dilucidar en qué se traducía ese peso razonable. El PSOE creía que la oferta a Podemos era más que digna, pero Podemos no estuvo de acuerdo, pese a aceptar el veto de Sánchez a que Iglesias fuera vicepresidente. El electorado de izquierdas debería juzgar quién era el mayor responsable de esa falta de acuerdo, y Sánchez creyó erróneamente que su oferta parlamentaria a Podemos dejaría a esta formación en evidencia.
Las elecciones celebradas en noviembre de 2019 dejaron unos resultados muy interesantes para entender cuáles son las estrategias que deben seguir los partidos para superar la crisis política. En apenas seis meses, los españoles castigaron a los dos partidos que señalé como principales responsables de la repetición electoral: Ciudadanos y PSOE. El primero pasó de haber logrado más de cuatro millones de votos a conformarse con poco más de un millón y medio y 13 escaños. Con un resultado así, Rivera solo podía dimitir. Su fracaso era clarísimo, la torpeza, mayúscula. Me resulta muy difícil entender cómo no se dio cuenta de que su estrategia de fiarlo todo a un acuerdo PSOE-Podemos y erigirse en líder de la oposición era un triple salto mortal sin red. El PSOE, que confiaba en aumentar sus apoyos y poder elegir socio de gobierno en una posición ventajosa, perdió setecientos mil votos y se quedó en 120 escaños. El hundimiento de Ciudadanos sólo le dejaba al PSOE la posibilidad de intentar una improbable gran coalición con un PP que salía reforzado, o lo que finalmente aconteció: un gobierno de coalición con Podemos apoyado por nacionalistas vascos, independentistas catalanes y otras fuerzas minoritarias. El resultado de Podemos, que sumó más de doscientos mil nuevos votantes -pese a que a estas elecciones concurría Errejón con Mas País- y obtuvo 35 escaños propició que Sánchez tuviera claro desde esa misma noche que su supervivencia política -que es lo único que le importa- pasaba por el apoyo de Podemos. Poco importa lo que hubiera dicho o callado en la campaña electoral, iba a hacer lo necesario para ser investido. Lo logró y España tiene un gobierno de izquierda cuya acción política amenaza con romper los grandes acuerdos de la Transición -modelo de Estado, reconciliación nacional sin vencedores ni vencidos y hasta la propia monarquía-, y la propia ortodoxia económica de la Unión Europea si finalmente se impone Iglesias a Calviño.
PP, Podemos y, sobre todo, Vox aumentaron sus apoyos. El PP recuperó setecientos mil votos que le valieron aumentar en 23 escaños sus apoyos hasta los 89. Su posición como alternativa al PSOE quedaba fuera de duda y suponía un alivio para Casado. Vox lograba más de tres millones y medio de votos -más de los obtenidos por Podemos- y 52 escaños. La subida de Vox y del PP hace pensar que el votante de Ciudadanos se refugió en estos partidos que en ningún caso estaban dispuestos a facilitar a Sánchez la formación de un gobierno. ¿Cómo se explica, pues, el hundimiento de Ciudadanos? ¿Es plausible pensar que sus votantes desearan que Ciudadanos cumpliera una función de “bisagra” cuando luego apoyaban a partidos que en ningún caso iban a desempeñar una función transversal? No es fácil responder a esta pregunta, pero es importante hacer un esfuerzo por comprender qué ha pasado. Para el votante de Ciudadanos la defensa de la nación y la oposición al nacionalismo es esencial, al igual que en su día para UPyD. Su posición inequívoca en este punto le valió crecer a costa del PP. Es razonable pensar que, en vista de la inutilidad de la posición política de Rivera -cuyos 57 escaños no sirvieron para nada- muchos votantes, ante la gravedad de los desafíos que el independentismo catalán estaba planteando decidieran que podía resultar más útil reflejar su profundo malestar votando a Vox, un partido que en la defensa de la nación española estaba abogando incluso por la desaparición de las comunidades autónomas, al margen de una beligerancia radical contra el independentismo. Otra parte de los votantes de Ciudadanos pensarían que ante el riesgo de que Sánchez pactara con Podemos y no con Ciudadanos lo más útil era agrupar el voto de centro-derecha en el PP, lo cual explica el ascenso de este partido. Tampoco hay que descartar que otra parte de los votos de Ciudadanos se fueran a la abstención. Lo que parece fuera de duda es que no se fueron al PSOE. A la vista de este panorama, ¿cuál puede ser el camino para superar la crisis política retornando a la concordia y a la estabilidad política?
Responder a esta pregunta exige no perderse en ensoñaciones que confundan los deseos con la realidad, y tener muy claro si lo que se pretende es superar la crisis política o simplemente desbancar a Sánchez del poder. Es verdad que puede parecer que la crisis sólo se superará si Sánchez es derrotado, pero no hay garantía de que el PSOE se vea libre de seguir escorado a la izquierda más radical y dispuesto a pactos de más que dudosa constitucionalidad con los independentistas. En cualquier caso, desbancar a Sánchez del poder sería bueno para España. Ahora bien, ¿qué posibilidades hay de que eso suceda en el actual contexto político?
Hemos visto que en abril de 2019 Ciudadanos, PP y Vox superaron los once millones de votos y obtuvieron 147 escaños, es decir, se quedaron a 29 de la mayoría absoluta. Es evidente que el centro-derecha dividido en tres partidos muy difícilmente reproducirá en el conjunto de la nación el éxito de Andalucía. El sistema electoral lo dificulta enormemente. Mientras no haya cambios en ese espacio electoral Sánchez puede seguir durmiendo tranquilamente en la Moncloa. ¿Cuáles podrían ser esos cambios? La coalición electoral PP-Ciudadanos aglutinaría a bastantes votantes del centro-derecha y mejoraría sus resultados. Habría que ver si resulta atractiva para el votante de derechas que se ha ido a Vox, pero que puede darse cuenta de que si no se agrupa el voto no hay alternativa a Sánchez. Es una opción interesante, pero mientras Vox tenga una intención de voto superior al 10% no garantiza la victoria y, por otra parte, tiene un elevado coste: la desaparición de Ciudadanos como partido independiente capaz de desempeñar una función de “bisagra”. Si dicha coalición saliera adelante lo más probable es que fortaleciera al PP y diluyera a Ciudadanos. El otro camino es una coalición entre PP y Vox. No veo ninguna posibilidad de que esto se produzca con el actual discurso de Vox. Esa coalición terminaría por desdibujar el mensaje del PP, que se vería absorbido por Vox. Muchos votantes del PP que se consideran centristas abandonarían este partido.
Pero si el castigo de los ciudadanos a las políticas del PSOE-Podemos llegara a tal extremo que se diera un triunfo del centro-derecha deberíamos preguntarnos si ello supondría el fin de la crisis política. Es razonable pensar que en el PSOE habría movimientos que advertirían de que la derrota se debe a su coalición con Podemos y a los pactos con los independentistas. Ahora bien, si en un futuro el nuevo PSOE volviera a ganar las elecciones con un discurso moderado, pero no pudiera sumar suficientes apoyos para gobernar, probablemente necesitaría de nuevo pactar con los partidos minoritarios de izquierda y con los nacionalistas, a no ser que ya se hubiera abierto paso la convicción de que es necesario ensayar un pacto transversal entre PP y PSOE que desgraciadamente hoy es una utopía. No siendo sensato contemplar dicha hipótesis, sin Ciudadanos es muy complicado que el PSOE realice una política distinta porque sus opciones para gobernar son la gran coalición con el PP o el apoyo de partidos radicales. Además, la presencia de un partido como Ciudadanos puede que haga pensar en el PSOE que su radicalización puede tener un coste electoral por la fuga de votantes a Ciudadanos y no solo a la abstención. El trasvase de votos entre PSOE y PP parece mucho menos probable.
Por consiguiente, me parece que la solución más plausible para superar la crisis política es una rectificación del PSOE que renueve la concordia de la Transición y termine arrinconando a Podemos. Para lograr este objetivo el hundimiento de Ciudadanos sería la peor noticia para España. Es fundamental que este partido se presente como una propuesta de centro -liberal o progresista- capaz de llegar a acuerdos con el PSOE y el con el PP, un partido comprometido con la defensa de la nación y de la igualdad entre españoles que quizá resulte atractivo para votantes socialistas, justo la esperanza que albergaba yo con la llegada de UPyD. Esta parece ser la estrategia que está emprendiendo la actual líder de Ciudadanos, Inés Arrimadas. Se ha abierto a pactar los presupuestos y otras políticas con el gobierno, lo cual siempre será mejor para los españoles que someterse al chantaje de ERC. Sin embargo, en algunos medios de comunicación de la derecha esto se ve como un error, en el propio partido muchos han dimitido y criticado esta estrategia de dar oxígeno a Sánchez. Creen que Ciudadanos por ese camino desaparecerá e incluso me ha parecido leer que algún antiguo dirigente lamentaba que el partido pudiera terminar convirtiéndose en una “bisagra” cuando es justo lo mejor que podría sucederle al partido y a España.
Quizá en Ciudadanos algunos desconfíen de esa estrategia al ver que el electorado castigó el acuerdo entre PSOE y Ciudadanos en las elecciones de 2015. No es comparable la situación de 2015 con la que se produjo en abril de 2019. En 2015 el partido más votado fue el PP de Rajoy, que obtuvo 123 diputados. El pacto entre el PSOE y Ciudadanos, al margen de no sumar una mayoría suficiente para gobernar (130 escaños), posiblemente fue visto por la opinión pública como una maniobra de dos partidos perdedores para desbancar al ganador de las elecciones. Aunque no me sorprendió en absoluto que el PP mejorara sus resultados, mi lectura de lo acontecido era muy distinta y creo que el pueblo español se equivocó al castigar a Ciudadanos en las siguientes elecciones. Sólo unas líneas para explicar la razón antes de continuar con el análisis. Tras su pírrico triunfo electoral, Rajoy se instaló en la pasividad, como ha sido frecuente en su comportamiento político. No buscó un acuerdo con Ciudadanos. Su mensaje simplemente fue que debía dejarse gobernar al partido más votado, como siempre había sucedido. Así había sido, en efecto, en 1993, 1996, 2004 y 2008. Rajoy seguía anclado en esa visión política sin admitir que habíamos entrado en una nueva situación. Probablemente muchos ciudadanos pensaban lo mismo y sintonizaron con el sencillo -más bien simplista- mensaje de Rajoy. No valoraron en absoluto que en la nueva etapa que se abría iba a ser fundamental la capacidad de los partidos para llegar a acuerdos con los adversarios políticos, algo que hoy sí se percibe con claridad. PSOE y Ciudadanos demostraron que tenían capacidad para entenderse y sumaban 130 diputados, más que los 123 diputados del PP. En mi opinión, al no haber sido capaz de lograr el apoyo de Ciudadanos, el PP debía haberse abstenido dejando gobernar al PSOE y a Ciudadanos, que sí habían sido capaces de pactar.
La situación en abril de 2019 era muy distinta. En estos comicios el partido más votado había sido el PSOE y, por consiguiente, el apoyo que le hubiera dado Ciudadanos se hubiera interpretado en clave de facilitar la gobernabilidad de la nación. Otro tanto sucedería si Ciudadanos se aviene a pactar con el PSOE actualmente. ¿Le está dando Arrimadas oxígeno a Sánchez o más bien contribuye a evitar que se vea obligado a pactar con independentistas y a ceder a las presiones de sus compañeros podemitas de coalición? Quizá muchos piensen que Ciudadanos no debería seguir ese camino y forzar que Sánchez rectifique o pague en las urnas el haber pactado con podemitas e independentistas. Sí, sería muy deseable y justo que Sánchez fuera castigado en las urnas, y probablemente reciba cierto castigo, pero no parece probable pensar en su hundimiento electoral. No hay que olvidar que Sánchez es presidente del gobierno con uno de los peores resultados de la historia electoral del PSOE desde la Transición, y que jamás un presidente ha sido investido con menos diputados de su propio partido, tan solo 120 escaños tiene el PSOE. Y ni siquiera menciono el control de los principales medios de comunicación.
Plantear que votar a Ciudadanos es la mejor opción para superar la crisis política y nacional que vivimos puede parecer una postura resignada y entreguista. Se asume que Ciudadanos, PP y Vox no suman y por ello no hay otra opción que encaminar a Sánchez hacia la moderación. Es verdad que el PSOE puede recibir un castigo tan importante que quizá no bastaría con el apoyo de Ciudadanos, que probablemente tampoco tendrá un buen resultado electoral. Por supuesto, todo está muy abierto, pero hay algunas cosas que parecen bastante claras. La crisis nacional que vivimos no puede superarse con una polarización política que cada vez se identifique más con las dos Españas. El frentismo se basa en derrotar al adversario y así es imposible el regreso a la concordia. El objetivo, insisto en ello, no es tanto derrotar a Sánchez como recuperar al PSOE de la Transición y de Felipe González, figura que podemitas, nacionalistas e independentistas han puesto en la diana con toda la intención. Solo hay dos formas de acabar con el frentismo. O el PSOE y el PP se entienden o, dado que el PP no se ha movido del respeto escrupuloso al orden constitucional, se debe contar con un partido nacional que pueda desempeñar el papel de bisagra, no solo para pactar con el PSOE (con el PP será difícil mientras Vox siga en escena), sino para recibir los votos de los votantes desencantados del PSOE por sus cesiones ante nacionalistas y ante el revanchismo podemita respecto a la historia reciente de España. Ese partido a día de hoy solo puede ser Ciudadanos. Ojalá la nueva estrategia de Arrimadas le ayude rectificar el funesto “error Rivera”.
Hasta aquí el análisis y su conclusión. Solo una reflexión más a modo de epílogo. Vox es una bendición para el PSOE, y lo peor paradójicamente es que tienen un magnífico líder. Abascal es un buen parlamentario, un líder aureolado de dignidad que convence a muchos votantes de derecha. Ante el freno que el sistema electoral representa para los tres partidos de centro-derecha, la única opción de Vox para derrotar al PSOE pasa por hundir al PP y convertirse en el partido hegemónico de la derecha. Esto es muy complicado mientras no modere su discurso. Ni el PP es UCD, ni Vox se asemeja a Alianza Popular, ni las circunstancias actuales son las del año 1982. Cualquier ciudadano preocupado por la deriva de Sánchez en el poder con ayuda de podemitas e independentistas debería reflexionar y preguntarse a qué conduce votar a Vox. Los líderes de Vox presentan su partido como una herramienta al servicio de España, y es posible que lo crean con la máxima sinceridad, pero es una opción política que sólo beneficia a Sánchez, de ahí que los medios de izquierda y el propio PSOE estén encantados con su consolidación. No dudo de la legitimidad de las propuestas de Vox, y comprendo la reacción visceral que a muchos votantes les lleva a votarles y a saborear su ascenso como una prueba palpable de la vitalidad de la nación. Sin embargo, la cruda realidad de nuestro sistema electoral es clara: Vox beneficia a los intereses electorales del PSOE.