sábado, 1 de septiembre de 2007

Una nueva fase en la percepción del nacionalismo

Desde la muerte de Franco, o incluso antes, la presión del nacionalismo más o menos independentista vasco y catalán no ha cesado en ningún momento. Hasta hace pocos años, a la gran mayoría de los españoles le preocupaba que pudiera quebrarse la unidad de España, al tiempo que se confiaba en la resolución de las principales instituciones del Estado para frenar un proceso secesionista. Por otra parte, el peso de la minoría vasca y catalana en el parlamento producía la sensación de que el País Vasco y Cataluña recibían un trato privilegiado por parte del Estado, debido a su capacidad para condicionar el gobierno de la nación. Creo que muchos ciudadanos de esas comunidades probablemente votaban a los partidos nacionalistas para asegurar ese especial status. Esta situación condujo a que surgieran algunos partidos en otras comunidades que se marcaron como objetivo alcanzar los supuestos privilegios de catalanes y vascos. Por ejemplo, en su día, Unión Valenciana reclamó el voto a los valencianos para lograr lo que, según su líder, González Lizondo, estaban obteniendo los catalanes gracias a la fuerza de Convergencia i Unió.

Esta era la situación, les decía, hasta hace pocos años. ¿Acaso algo ha cambiado? Tengo la sensación de que sí. El desafío nacionalista no sólo sigue presente, sino que incluso se ha acentuado hasta extremos que, bajo mi punto de vista, jamás deberían haber sido tolerados. Pero, por una parte, hay una proporción importante de españoles que, hastiados por la sempiterna cantinela nacionalista, empiezan a despreocuparse de la unidad nacional hasta el punto de que aceptarían la independencia del País Vasco y de Cataluña espetándoles de buena gana aquello tan castizo de “…y que les den morcilla malagueña a estos tíos”. Junto a este cambio en la opinión pública, nos encontramos con que tras la llegada de ZP al poder todo puede suceder, es decir, ni siquiera estamos seguros de que el gobierno de la nación no acceda a soluciones de compromiso que, respetando nominalmente la Constitución –con la aquiescencia de un bien domado y mejor paniaguado Tribunal Constitucional- suponga el tránsito a la España confederal aludida por Rosa Díez. De este modo, en los últimos años parece que la independencia "de facto" del País Vasco y de Cataluña tiene visos de convertirse en realidad sin que preocupe excesivamente a un importante número de españoles. Pero detecto otra novedad en el panorama nacional. Los ciudadanos de Cataluña y el País Vasco empiezan a percibir que la fuerza parlamentaria del nacionalismo no se traduce necesariamente en un mayor bienestar o desarrollo, más bien las está convirtiendo en sociedades cada vez más provincianas -lo de la búsqueda del apellido con "pedigree" es patético- que difícilmente atraen a las élites de la nación. Hace poco me comentaba un amigo que en Andújar y en otros pueblos andaluces, ante la falta de oportunidades, la cuestión radica en si elegir Madrid o Valencia. Ya no se opta por Cataluña o el País Vasco. Además, vascos y catalanes, al igual que el resto de los españoles, empiezan a creer que la independencia no es una quimera inalcanzable, y a muchos esta posibilidad comienza a azorarles, sobre todo porque saben qué individuos controlarían la situación en semejante circunstancia. Prueba de que mis sensaciones pueden responder a la realidad es que el voto nacionalista no deja de bajar, y la división en el PNV y en CiU es patente, especialmente en el caso del PNV.


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