Está celebrándose en la Audiencia Provincial de Alicante con sede en Elche el juicio sobre la contaminación del río Segura. Leo con inmensa satisfacción que se piden penas que suman 26 años de cárcel y bastantes miles de euros a siete empresarios y a dos presidentes de la Confederación Hidrográfica del Segura. Todavía me parece poco, dada la gravedad del asunto. Conozco Orihuela desde 1999 y me impactó contemplar cómo el Segura, convertido en una apestosa cloaca, cruzaba la ciudad inundando con su pestilente hedor las casas edificadas en su cauce. Abrir las ventanas de esas casas debía ser un acto heróico. Cada vez que me aproximaba al puente para cruzar el río, tomaba aire y no lo expulsaba hasta estar bien alejado. Hoy he vuelto a Orihuela y al cruzar el río me he detenido para, en un acto de temeridad, abrir bien las aletas de la nariz y comprobar si la situación había cambiado. El líquido -llamarlo agua va más allá del optimismo- negruzco que discurría no olía apenas. Quiero pensar que el problema está camino de ser solucionado, pero en los próximos días seguiré con la nariz vigilante para ver si fue un espejismo. Me parece que este juicio merecería mayor repercusión pública, pero ya ven que los problemas medioambientales, pese a que parece que preocupan más, siguen ocupando un segundo plano. No puedo dejar de pensar en toda la gente que ha vivido amargada con esa cloaca delante de su ventana. Yo no lo hubiera resistido.
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