En estos meses que faltan para las elecciones vamos a asistir al espectáculo de los codazos para ocupar puesto de salida en la lista, como si de una carrera de medio fondo se tratara. Si alguna vez he sentido la tentación de afiliarme a un partido, pasar por el trance del peloteo o del delfinato me ha frenado en seco. Si ustedes no lo han presenciado, permítanme que les cuente cómo los aspirantes pueden aprovechar cualquier mínima ocasión para hacerse notar ante el hombre influyente buscando el apretón de manos -lo mínimo- o colándose como sea en un corrillo para entre canapé y copa decirle al jefe lo bueno que es y, de paso, recordarle que aquí estamos "disponibles" para ayudarle a ganar, como diría Gallardón. Algunos hasta no dudan en coger un avión para hacer acto de presencia. Si casualmente caen a tu lado en el agape que sigue al acto institucional, igual te obsequian con cierta conversación banal mientras otean el movimiento del líder y urden la estrategia predadora para situarse a su vera. No tienen inconveniente en dejarte con la palabra en la boca para salir en busca de su presa y ponerle esa sonrisa almibarada que bien valdría una vomitoma. Francamente, es todo un espectáculo ver cómo actúan estos sujetos. Lo curioso es que funciona, que a base de dar el tostón, de ser amigo de poderosos, terminan en la lista. Es imposible evitar el peloteo, pues es inherente a la condición humana buscar el favor del poderoso, pero en una actividad de servicio al bien común como es la política, nada resulta más pernicioso que ver a nuestros representantes reptar por las moquetas. ¿Cómo semejantes individuos pueden representarnos cuando están al servicio de quien les coloca en el puesto de salida en la lista? La voluntad popular se convierte en un movimiento con el que se cuenta, con unos niveles de incertidumbre previsible, pero la verdadera elección en un sistema de listas cerradas no la efectúa el pueblo, sino los tipos que cortan el bacalao en el partido. Hay que acabar con esto.
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